El Aleluya.
Se fue
la Semana Santa y llegó la primavera, en esta ocasión, pasada por agua, una
lluvia casi constante que no ha cesado durante la semana.
En La Codosera, la Semana Santa, desde siempre,
terminaba el Sábado Santo con la Misa de
Resurrección oficiada en la Parroquia a media noche dando paso al Domingo de
Pascua, menos el pasado año y éste que las cosas han sido de otra manera.
El cura en mitad de la Misa permanece junto al altar mientras los campanilleros van entrando.
En esta
ocasión, este tradicional festejo ha estado cargado de polémica y por tanto de
actualidad en los medios informativos por el problema surgido entre los
campanilleros o aleluyeros y el párroco del pueblo. Al parecer, el cura
protesta por la forma en la cual se desarrolló el encuentro popular dentro del
templo los dos años anteriores, un festejo nuevo para él por ser nuevo en el
pueblo y desconocedor de las normas que había, con las cuales no quedó satisfecho. En realidad
el primer desencuentro se produjo el año anterior cuando cambió el horario de
la Misa del Sábado Santo a las 8 de la tarde en lugar de las 12 de la noche
creyendo que en aquella ocasión los aleluyeros no iría tan temprano. Se
equivocó. Los de los campanillos se avisaron unos a otros y a la hora en la
cual comenzaba la Misa estaban en las puertas del templo cargados con su
metralla sonora.
Campanilleros ocupando el altar mayor
El cura, si
descontento quedó en su primer año de magisterio, el segundo, dicen
que fue peor por el ruido que armaron en el poco tiempo que les dio permiso
para permanecer en el interior, por lo que este año en el que estamos, los actos terminaron el Viernes Santos y el sábado no hubo la tradicional Vigilia Pascual, permaneciendo el templo cerrado todo el fin de semana.
El Aleluya es el nombre de
una fiesta en la que hace cantidad de años, participaban los niños a partir de cuando podían correr
por las calles con los cencerros a cuestas, hasta que se hicieron mayores y se
consideraron hombres, se casaron y que dejaron de
hacerlo.
Correr el Aleluya es la manifestación de las gentes sencillas, antiguamente campesinos y pastores, que espontáneamente muestran su alegría por la
Resurrección de Cristo, utilizando los
campanillos y cencerros como elementos sonoros más cercanos
para llamar la atención.
Los campanilleros entran en la Iglesia.
Ello
viene ocurriendo desde que, en tiempos pasados, la ganadería tenía un peso muy
importante en la economía local y el número de cabezas de ganado era muy
significativo, lo que permitía, no solo a los pastores, sino también a gran parte de los agricultores que tenían ganado disponer
de campanillos y cencerros suficientes para sus hijos, los empleados de la finca y
cuantos conocidos y amigos, que se dedicaban a otras profesiones, los solicitaban.
Ese
día, unos y otros, pequeños y mayores se apretaban el correaje y se sentían a
gusto con los campanillos que portaban de tamaños desiguales, algunos enormes
de los que llaman medias mangas y
otros mangas y que, para armar más
jaleo, para zarandear a la audiencia, además, con uno pequeño en cada mano, armaban
mas alboroto.
Después de la media noche. En la
madrugada del Domingo de Resurrección, durante la celebración de la Santa Vigilia y en
el momento de la Consagración, las campanas repicaban a Gloria por la
Resurrección de Cristo, entendiendo las gentes sencillas que la Semana Santa
había terminado y los días de abstinencia ya eran historia. En ese preciso
instante, cuando las campanas comenzaban a repicar, la multitud de niños,
muchachos y muchachotes, deberían comenzar a tocar los campanillos.
En los años de posguerra, en plena Dictadura, en
el tema de orden público, el alcalde era tajante, hasta el alborear del día, no podían hacerlo
para no molestar a los vecinos.
La
prohibición chocaba un poco con el carácter religioso de la fiesta, donde la
autoridad civil autorizaba a la iglesia
a tocar las campanas a media noche y sin embargo los campanillos no podían
sonar. Esta contradicción era discutida por los jóvenes y por eso quizás,
aquella noche fuera uno de los pocos momentos de la vida local en los cuales, la
juventud les hacían frente a los municipales. No todos lo hacían, pero si unos
cuantos, los suficientes para animar la fiesta. Lo que está prohibido aumentaba querer saltarse la norma.
La noche terminaba yéndose los fieles a sus casas y los guardias persiguiendo a los que, en la oscuridad de la noche, escondidos sin ser visto, se atrevían a repicar el campanillos. A mas de uno lograrlo detener y tuvo que pasar la noche en el cuartelillo de los civiles.
A
la mañana siguiente, con las primeras luces del día, las puertas de las casas se abrían y los chavales salían a
la calle al oír los silbidos de los zagales, anunciando su posición. El lugar
donde estaban congregados. El zumbido potente y desacompasado del --- ¡!tolón, tolón!!---, se escuchaba cercano, --- ¿Dónde están?---, era la pregunta que hacían los que intentaban
integrarse en el grupo. --- ¡Allí!---
exclamaban, indicando con la mano la dirección a seguir, para acto seguido
iniciar la carrera.
El
grupo de campanilleros tenía sus líderes, que eran los que acordaban la ruta a
seguir. Sabían hacerlo, silbando al estilo de los cabreros en honor a tantos como participaban. El objetivo era
correr por las calles y pararse en las esquinas, el tiempo preciso hasta
emprender la carrera por otra diferente. Mientras que ellos corrían, las
puertas permanecían cerradas y, si alguna estaba abierta porque a la señora de
la casa se le había olvidado cerrar, se colaban buscando la puerta falsa para
salir por detrás. Entraban por el zaguán, corrían por el pasillo, se paraban en
la cocina y si había algo que les gustaba, desparecía, como es el caso que le
pasó a una señora, que tenía la artesa llena de bollos hechos en el horno unos
días antes, y desparecieron todos.
Así
pasaban los años sin apenas modificaciones en las formas, hasta que en los años
cincuenta vino destinado como párroco un cura sevillano, don José Martín y le
contaron como era esta fiesta, de la cual nunca había tenido noticias. Le gusto
tanto todo cuanto le decían, que aquel año decidió por su cuenta que los
campanilleros entraran y tocaran los cencerros por primera vez en la Parroquia
durante la Liturgia.
Para los mozos, este gesto generoso no lo esperaban y aquel año estaban puntuales a
la cita en la plaza deseando que llegara la hora. Cuando el sacerdote dijo, ---
¡Que abran las puertas de la calle!!---,. El ruido que armaron era
ensordecedor. Los chavales no se cansaban de tocar con toda la artillería que llevaban encima y el cura no era capas de
hacerse con la situación. Cuando se cansaron se fueron y don José se prometió a
si mismo, que muy bien, pero que era la primera y última vez que entraban, por
lo menos mientras él estuviese al mando.
Casi
cuarenta años tuvieron que pasar para que los campanilleros entraran de nuevo
en la iglesia, precisamente con la llegada de otros curas que lo permitieron y
no pasó nada. Aunque ya apenas quedan cabreros para seguir la tradición, desde
entonces cada año la historia se repite y los chavales se hartan de tocar por
la noche, y tan cansados quedan, que por la mañana no les quedaban fuerzas para
seguir tocando.
Y
así hemos llegado hasta el día de hoy, la Semana Santa actual, en la cual se han enfrentado la
parroquia con aquellos que deseaban entrar en la iglesia tal como lo venían
haciendo en los últimos tiempos saliendo ambos grupos perjudicados. Por un lado y por primera vez en la historia de este pueblo, el cura ha suprimido la tradicional Vigilia del Sábado Santo y por otro los aleluyeros que sea han visto privados de continuar manifestando dentro del templo, el repique de campanillos dentro del tempo, por la resurrección de Cristo. Tampoco suenan las campanas anunciando la Buena Nueva del acontecimiento mas importante que ha existido en el mundo. !La Resurrección de Cristo!.