LA CODOSERA Y LOS CAMIONES.
Terminada la Guerra Civil, en los años cuarent los productos alimenticios procedentes de La Codosera fueron muy demandados. Las cartillas del Racionamiento estuvieron vigentes hasta el año 1952., por lo tanto, en esos años, al publico no se podían vender directamente, pues estaba prohibido; era el Estado el único recector, encargado de recoger todo y después distribuirlo a las tiendas donde posteriormente irian los clientes con sus cupones de racionamiento a comprarlo. Que el 90% de las veces no tenían existencias.
Sobre el racionamiento, en el pueblo hubo un problema muy importante con la distribución del pan. Eran los años cuarenta y por entonces la fabrica estubo arrendada. El proble surgio porque previaente, para hacer algún negocio, venderían el trigo que le habían asignado para los habitantes del pueblo o la harina para donde fuese, esperando que las espigas pudiesen segarse en el mes de mayo. Pero no fue así. La primavera vino lluviosa y, al fabricante no se le ocurrió otra cosa que mandar segar el trigo, secarlo en el horno, molerlo y hacer los panes. Los panes se hicieron y tuvieron el valor de llevarlos al pueblo y comenzar a repartirlo a los clientes. Aquello no era pan, eran perrunas. El escandalo que se armó en la cola fue mayúsculo, no se como lo hicieron, pero una comisión, aquel mismo dia, con los panes en la mano, marcharon hasta Badajoz y presentaron la denuncia. Se supone que al joven empresario le caeria una buena. Al poco tiempo, hizo una casa nueva en el centro del casco urbano que fue conocida como "La Casa del Pueblo", por el tema que hubo con el pan.
Uno de los industriales locales que, desde siempre, se había dedicado al transporte, fue el empresario Adolfo Fernández. Primero con carros al servicio público y posteriormente con camiones.
Como el negocio iban bien, las empresas de transportes que
operaban en las grandes urbes, como Transportes Abajo, colocaron a La Codosera
en su hoja de ruta y, dos días a la semana, cargaban en el pueblo, en las dependencias
del empresario Carlos Rabazo, situadas en unas naves que había en
la Carretera, donde después estuvo el Bar Apolo. De aquí salian jaulas muy grandes con aves vivas. Gallinas, gallos, pavos, patos y cajas de huevos. Estas últimas eran de madera y en el interior, varias docenas de huevos entra paja, mucha paja, para que no se rompiesen. Dicen que con este negocio, el contrabando del café, oculto entre la paja, se complementaban perfectamente para no ser descubierto.
El negocio de la recova iba viento en popa. Por nuestra
cercanía con Portugal y por lo fácil que era pasar la frontera, por la cantidad
de casas y cortijos que había por los caminos, pues los huevos, al pagarse a mas precio en
España, fue uno de los artículos mas demandados. Para ocultarlos, muchas
señoras portuguesas se había confeccionado unos depósitos de tela aparentes, especie de
vestidos interiores, donde los transportaban, un lugar donde los carabineros no
tenían autorización para acceder a registrarlas interiormente, en caso de que
las detuviesen por el camino. No podian cachearlas.
Como el negocio iba bien, se correria la voz y de fuera llegó un empresario procedente de Cataluña. Conocido como "el Catalán" y mutilado de guerra, pues le faltaba una pierna, el cual comenzó a comercializar los huevos facturándolos por ff.cc. con destino a los mercados madrileños. Otro empresario, Millán García, procedente de San Vicente pero que los huevos los compraba aquí, por lo que terminó por trasladarse; aquí abrió una pensión en la plaza de la Iglesia, lo que ahora es la Casa de Beni, y además siguió con el negocio de los huevos. Con menos volumen, hubo negocios locales pero que no exportaron, fueron Telesforo Alvez, Alonso Santos y Ángel del Solar, este último vivía en la casa que ahora es propiedad de Teresa Caballero.