En La Codosera el nombre de Juana la Beltraneja es muy conocido. El castillo del pueblo lleva su nombre, porque dicen que aquí estuvo encarcelada, por mandato de su tía Isabel la Católica, una vez derrotado su ejército por las tropas isabelinas. Tambien existe una asociación de mujeres con el nombre de la reina castellana.
Juana la Beltraneja es un personaje histórico muy importante de nuestra historia, que jugó sus cartas en su tiempo, perdió y derrotada marchó al exilio, a Portugal, no antes de intentar casarse con el heredero al trono de aquel país cuando apenas contaba un año de edad. Así era la vida de entonces de reinas, infantas y princesas. Juana la Beltraneja fue coronada reina de Castilla, oficialmente hija de Enrique IV y de doña Juana, infanta portuguesa, hija de Don Duarte de Portugal. La Beltraneja fue considerada por muchos hija de los amores adúlteros de su madre con don Beltrán de la Cueva, primer ministro de su marido y Señor de La Codosera, entre otros títulos nobiliarios.
Al igual que lo hicieron las infantas portuguesas, en La Codosera, por la proximidad con Portugal, los matrimonios mixtos entre parejas, desde siempre, han sido frecuentes, la única salvedad es que, las infantas lo hicieron por intereses de estado y las codoseranas se casaron por amor. A algunas el cortejo iba a esperarlas antes de la boda, en Badajoz, junto al río Caya. En La Codosera, los invitados llegaban hasta El Marco, pasaban el regato del Abrilongo recogían a la novia y contentos, todos juntos, regresan al pueblo, donde el cura los casaba.
Mapa de Extremadura
Recientemente se ha publicado un libro por una periodista española, destacada en Lisboa como corresponsal, llamada Belén Rodrigo donde cuenta la vida de once infantas portuguesas que, por matrimonio, fueron reinas españolas.
A los que os guste un poco la historia y conocer los motivos por los cuales se casaron todas ellas, aquí os dejo una reseña que espero sirva para entreteneros y conocer algo más a nuestros vecinos los portugueses.
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Fueron hijas legítimas de los
reyes portugueses que se casaron con príncipes herederos o reyes de otros
reinos peninsulares, convirtiéndose en reinas de León, Castila, Aragón y
España. En total fueron once infantas lusas que entre 1165 y 1816
subieron al trono español. A lo largo de setecientos años contribuyeron,
gracias a su matrimonio, a estrechar los lazos ibéricos y sus nombres quedaron
asociados a acontecimientos de relevancia. La historia de alguna de ellas ha
tenido mayor destaque que las restantes como es el caso de las madres de
Isabel la Católica y de Felipe II, ambas procedentes de la realeza
lusitana. Otras han sorprendido a michos, como la de Juana de Portugal
hija de Duarte y hermana de Alfonso V, que se casó con Enrique IV de Castilla
protagonizando un raro episodio de la época. Fue la primera reina católica que
cometió abiertamente adulterio y concibió un hijo del amante.
Sin embargo, hay que reconocer
que las historias de estas infantas, salvo algunas excepciones, son bastante
desconocidas. “Ello es así porque la historiografía suele interesarse más
por las reinas propietarias. Y estas mujeres, siendo consortes, en el mejor de
los casos, obtuvieron el poder por delegación. A pesar de que algunas surgían
de un “humus” cultural muy sofisticado”, explica a ABC el historiador italiano Marsilio
Cassotti, autor del libro “Infantas de Portugal. Reinas de España”. “Es el
caso de la esposa de Fernando IV de Castilla, la infanta Constanza de Portugal,
cuya madre, santa Isabel de Portugal, nacida infanta de Aragón, se había
llevado a tierras portuguesas a su dama de compañía, Vetaxa Lascaris, nieta de
un emperador bizantino. El matrimonio de Constanza introdujo en Castilla el uso
del nombre Isabel”, puntualiza.
La vida y el
destino de las once infantas fueron muy diferentes
Cassotti se interesó por la vida de estas infantas mientras investigaba un
tema relacionado con la monarquía en España. “Me di cuenta de que, desde
el nacimiento del reino de Portugal hasta comienzos del siglo XIX, once
infantas portuguesas (doce, si se considera a una que vivió poco tiempo) fueron
reinas consortes de León, Castilla, Aragón y, finalmente, España”. Destaca
además que se trata de la nacionalidad más importante, desde el punto de vista
numérico, de entre todas las consortes de origen extranjero que detentaron
coronas hispánicas.
La vida y el destino de estas
once mujeres fueron muy diferentes en algunos aspectos. Las bodas de las tres
primeras (Urraca, Teresa y Mafalda) sirvieron para sellar alianzas y
alcanzar la paz en un momento en el que Portugal luchaba por consolidar el
reino. Todas ellas sufrieron la humillación y las dificultades que conllevaba
la separación matrimonial impuesta por el Papa, porque el Código Graciano
prohibía la unión entre parientes consanguíneos hasta el séptimo grado.
Cassotti recuerda además que ser reinas españolas “casi nunca sería una tarea
fácil para ellas”. A comenzar por la infanta Urraca de Portugal, casada en 1166
con el rey Fernando II de León, con la finalidad de que dos territorios unidos
hasta hacía poco hicieran las paces. “Después del nacimiento de un heredero el
matrimonio de Urraca fue anulado y ella tuvo que retirarse a un convento de por
vida”, explica el historiador italiano.
Matrimonios
pactados
Fueron todos matrimonios pactados
y hasta el siglo XVI, el acento estaba puesto, sobre todo, en la mejora de
las relaciones entre las dos partes, “desgastadas de tanto en tanto por el
intento de recuperación de la antigua unidad territorial”, dice Cassotti. Algo
que resulta evidente en el matrimonio de Isabel de Portugal con Juan II de
Castilla. “La unión de los padres de la futura Isabel la Católica intentaba
reparar los daños producidos después de que, en el reinado anterior, los
castellanos invadieran Portugal”. Más tarde, tras la instauración de la casa de
Braganza en Portugal, a mediados del siglo XVII, el nexo de las uniones
dinásticas se encuentra también, en la búsqueda de soluciones a conflictos
ambientados en los territorios coloniales americanos.
Adaptadas a su
papel de reina
El hecho de que la mayoría de las
madres de esas infantas portuguesas fuera de origen español (gracias a la
institución de los “dobles matrimonios”: una infanta portuguesa se casaba con
un rey o un príncipe heredero español y viceversa) hacía que sus hijas, por lo
general, conocieran la lengua y las costumbres del país de adopción. “Muchas
veces los servidores de una reina consorte portuguesa eran hijos de la nobleza
que había servido a su madre en España de soltera”, subraya Cassotti. Un caso
singular caso de “inadaptación” se produjo cuando la infanta María de
Portugal, esposa de Alfonso XI de Castilla, después de ser testigo de
varios homicidios perpetrados por su hijo, Pedro I el Cruel, o sus
acompañantes, ante el temor de convertirse en la próxima víctima, decidió
regresar a Portugal.
Pero lo verdaderamente importante
en la vida de estas mujeres es que cumplieran bien su papel y el principal
cometido de una reina consorte era dar descendencia a la corona. “Y este
fue cumplido por casi todas las de origen portugués. Una de las notables
excepciones fue Bárbara de Braganza, culta y abnegada esposa de Fernando
VI de España, protagonistas de un caso de amor conyugal; de hecho, el marido
enloqueció después de la muerte de la reina”, recuerda e historiador. Bárbara
no tuvo hijos porque el rey era estéril pero cumplió con otros deberes
característicos de las consortes regias de su época, el patrocinio de
instituciones religiosas, la fundación conventos, en su caso el de las Salesas Reales
de Madrid y el mecenazgo a artistas, como Domenico Scarlatti, maestro de música
particular que ella se había traído de Portugal.
La felicidad de
las reinas
La vida privada de todas ellas
está llena de sorpresas. Sus bodas, embarazos, rivalidades con la reina madre y
con las amantes del rey sin olvidar la educación de los príncipes o la lucha
por el poder con las nueras. También fueron mecenas de pintores, músicos y
arquitectos sin olvidad sus vocaciones religiosas. Y al final ¿fueron
felices estas reinas? “Si por felicidad se entiende ser bien tratada por el
rey y honrada por los cortesanos, es probable que la infanta Beatriz de
Portugal, segunda esposa de Juan I de Castilla, fuera feliz”, afirma
Marsilio Cassotti. “Y ello a pesar de no dar descendencia a su marido, el cual
se había casado con ella para fundamentar sus derechos a la corona portuguesa”,
añade. Aunque ese plan terminó con la derrota de los castellanos en
Aljubarrota, ello no afectó al tratamiento de la consorte. “Por lo menos la
documentación muestra que Beatriz fue muy bien tratada por los hijos de un
anterior enlace del rey, los cuales, tras la muerte de la madrastra, mandaron
levantarle un magnífico sepulcro de alabastro en el convento de Sancti Spiritus
de Toro, en el que se la connotaba como reina de Castilla y Portugal”.
Por su parte, Isabel de
Portugal, esposa de Carlos I de España, consiguió la admiración de la corte
y la veneración de sus súbditos. “Pero en el epistolario de la emperatriz
durante sus regencias se vislumbra alguna educada queja sobre la soledad a la
que la sometía el cónyuge”, aclara el historiador. Sin embargo, Isabel tuvo la
última palabra, sobre el emperador, en la elección del hombre que educaría al
heredero, el futuro Felipe II, “quien posteriormente convertiría a su madre en
modelo a seguir por las sucesivas reinas consortes españolas”.
Juana de
Portugal
Entre todas las infantas
portuguesas que acabaron por ser reinas en España el historiador Cassotti no
duda en destacar la historia de Juana de Portugal, esposa de Enrique IV el
Impotente, a la que ha dedicado recientemente una biografía, “La reina
adúltera”. “Una mujer con la capacidad de seducción de una Diana de Gales y
la determinación de una Margaret Thatcher, todo ello inoculado con altas dosis
de disimulación”, empieza por explicar. “La visión que la historiografía
española ha dado de ella está condicionada por la versión del cronista Alonso
de Palencia, que la conoció personalmente y la odiaba. Y sobre todo, porque a
Juana le tocó el antipático rol de antagonista de una mujer tan emblemática
como la futura Isabel la Católica. Pero se olvida que incluso ésta pasó
de los once a los diecisiete años de edad en la casa de la reina portuguesa, y
que allí adquirió unas destrezas que le permitirían, ya durante su reinado,
recibir de un leal y culto súbdito el calificativo de “maestra de
disimulaciones”, en el sentido de dominio del arte de gobierno” continúa
exponiendo. Mientras Juana había intentado convencer a Isabel de que casara con
el rey Alfonso V de Portugal, hermano de la reina, “la infanta castellana había
leído, en portugués, una obra de Cristina de Pisán, básica para la
formación de las soberanas, que se hallaba en la rica biblioteca de su cuñada.
Por otra parte, los once documentos de época que se presentan en su biografía
apoyan la hipótesis de que Juana fue sometida a ciertas “maestrías” para
solventar la impotencia, que no esterilidad, del marido. Cassoti explica
igualmente que el Dr. Maganto Pavón, especialista en urología de un importante
hospital de Madrid, considera a alguno de esos documentos como el primer
registro histórico conocido de una forma rudimentaria de inseminación
artificial o asistida, practicada por físicos judíos a la reina. “Otra
cuestión es que el resultado de esas “maestrías” fuera la princesa Juana, la
Beltraneja”, puntualiza.
“Mucho antes de que Virginia
Woolf escribiera que a una mujer le hacía falta “un cuarto propio” para ser
independiente y dedicarse a la escritura, aquella “poderosa señora” portuguesa
(según definición del poeta contemporáneo Gómez Manrique), comprendió que una
consorte real, si quería llevar adelante sus propias estrategias políticas,
debía contar con una sólida base económica”, sigue relatando el historiador. La
portuguesa no sólo obtuvo, de su marido, una de las dotes más cuantiosas de la
época, sino que la envió a Portugal para ser administrada y mantener a buen
recaudo. “Pero su cometido de lograr la “Unión ibérica” por el lado
portugués fracasó, porque Juana se topó con alguien más astuto que ella, Fernando
de Aragón, el adecuado novio elegido por Isabel”, finaliza Cassotti.
Investigación
Ha sido un extranjero quien ha
traído al conocimiento de los portugueses la vida de estas mujeres olvidadas.
Con sus biografías se entiende mejor la historia de Portugal y por
consiguiente, la de España. El autor de “Infantas de Portugal. Reinas de
España” llevó a cabo una difícil labor de investigación y recopilación
de datos porque lo poco que se ha escrito es a través de cronistas e
historiadores del pasado que escribieron “con mejor estilo literario que
rigor histórico (y un alto grado de intencionalidad política)”. Sus crónicas
acabaron por influenciar lo poco que se conoce sobre ellas que responde a
clichés o chascarrillos populares. Entre ellos, el que mofaba a Isabel de
Portugal, esposa de Fernando VII (“Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!),
“olvidando que los estudios de pintura de esa infanta le permitieron aconsejar
a su marido la creación de una galería abierta al público donde exponer
antiguos cuadros que permanecían arrumbados en un depósito de El Escorial,
origen del Museo del Prado de Madrid”, recuerda el historiador.
Las once
infantas portuguesas
Doña Urraca. Reina de León (1150?-1222?)
Hija de Don Alfonso Henriques y de Mafalda, se casó con Fernando II rey de
León en 1165, después de enviudar de Raimundo de Borgoña. Madre del rey Alfonso
IX de León. El Papa Pascual II anula su matrimonio al que se opuso la nobleza
de León y Castila generando un clima de guerra civil en el reino. También hizo
frente a su hijo, que fue rey de Galicia, para poder mantener el trono.
Doña Teresa.- Reina de León (1176-1250)
Hija de Don Sancho I y de Dulce, casada con Alfonso IX de León en 1191 con
quien tuvo tres hijos (Sancha, Dulce y Fernando), y su matrimonio fue
invalidado por ser primos. Transformó el convento benedictino, de Lorvão, en un
monasterio cisterciense. Fue beatificada por el Papa Clemente XI en 1705.
Doña Mafalda.- Reina de Castilla (1195-1256)
Hija de Don Sancho I de Portugal y Doña Dulce de Barcelona. Se casó en 1215
con Enrique I de Castilla, hijo de Alfonso VIII. Como ambos eran muy jóvenes el
matrimonio no se consumó y se disolvió un año después. Fue monja en Arouca y
beatificada en 1793.
Doña Constanza.- Reina de Castilla (1290-1313)
Hija de Don Dinis y Doña Isabel de Aragón. Se casó con Fernando IV de
Castilla en 1302 para sellar definitivamente la Paz de Alcanizes firmada cinco
años antes. Madre de Alfonso XI de Castilla.
Doña María.- Reina de Castilla (1313-1357)
Hija de Don Alfonso IV de Portugal y Beatriz de Castilla. Se casó con
Alfonso XI de Castilla y tardó varios años en darle un heredero, que acabaría
por convertirse en Pedro I de Castilla. El rey mantuvo abiertamente una
relación extraconyugal con Leonor de Gusmão y la joven reina se marchó a Évora
donde estaba la corte de su padre, generando un breve conflicto entre Portugal
y Castilla.
Doña Beatriz.- Reina de Castilla (1373-1421?)
Hija de Fernando I de Portugal y de Leonor Teles. Se casó con Juan I de Castilla.
Al morir su padre en 1383 Leonor Teles asumió la regencia y proclamó a su hija
reina de Portugal. El pueblo no lo aceptó porque consideraba que estaba en
causa la independencia de Portugal. La crisis con Castilla acabó en la batalla
de Aljubarrota, en 1385, donde los castellanos fueron vencidos.
Doña Isabel.- Reina de Castilla (1428-1496)
Hija del Infanta Don Juan. Casó con Juan II de Castilla y fue madre de
Isabel, la católica. Su matrimonio fue acordado por el condestable don Álvaro
de Luna, valido de Juan II. Al morir el monarca en 1454, Isabel de Portugal se
retiró al castillo de Arévalo, donde pasó el resto de su vida. Durante sus
últimos años sufrió, según las crónicas, un grave deterioro mental, que
degeneró en demencia.
Doña Juana.- Reina de Castilla (1438-1475)
Hija de Don Duarte de Portugal. Se casó con Enrique IV de Castilla y fue
madre de la “Excelente Señora”, Juana la Beltraneja, considerada por muchos
hija de los amores adúlteros entre Doña Juana y Don Beltrán de la Cueva. .
Doña Isabel.- Reina de España y Emperatriz de Alemania. (1503-1539)
Hija de Don Manuel I y de Doña María, se casó en 1526 con Carlos V. Madre
de Felipe II de España (y I de Portugal). Fue regente de España entre 1528 y
1533 y más tarde entre 1535 y 1538, cuando su marido estaba ausente por motivo
de guerras. En 1529 firmó el tratado de Portugal sobre sobre las islas Molucas.
Doña Bárbara.- Reina de España (1711-1758)
Hija de Don Juan V de Portugal. Se casó con Fernando VI de España. Ocupó un
importante papel en la corte española, especialmente como mediadora entre el
rey de Portugal y su esposo. Amante de la música, se sabe que compuso sonatas
para una gran orquestra. Promovió la construcción del Convento de las Salesas
Reales de Madrid. Su muerte provocó la locura de Fernando VI, que murió un año
después
Doña María Isabel .- Reina de España (1797-1816)
Hija de Don Juan VI de Portugal y Doña Carlota Joaquina. Se casó con
Fernando VII de España con el objetivo de reforzar las relaciones entre los dos
países. Destacó por su cultura y por su gusto por el arte. Partió de ella la
iniciativa de reunir obras de arte de monarcas españoles para crear un museo
real, el futuro Museo del Prado. Está sepultada en el Monasterio del Escorial.