(Un
tesoro a rescatar, valorar y transmitir).
Colabora y Escribe:
Luis-Alonso Rubio Muñoz.
"Vivimos hoy en día, por desgracia,
inmersos en una vorágine que nos hace, en muchas ocasiones, olvidarnos de
quiénes somos nosotros mismos y, por supuesto, de quiénes nos precedieron en el
tiempo. Al igual que la sucesión ordenada de las páginas de un libro, desde la
primera hasta última, refleja el hilo que recoge su argumento, lo mismo ocurre
con las generaciones humanas que, desde los orígenes del Hombre hasta nuestros
días, se han venido sucediendo a lo largo de la Historia. Al final, no somos
sino el resultado de lo que, las diferentes civilizaciones, han ido aportando.
Lo considerado moderno o innovador
ha desplazado siempre, y con desigual fortuna, a lo tradicional. A pesar
de ello, y soportando con heróica resistencia los embates de lo que los
nuevos tiempos han ido acarreando, muchos de estos retazos de lo que un día
fuimos han logrado llegar hasta nuestros días. Su pervivencia ha sido más fácil
y arraigada en aquellas zonas que, por la razón que fuese, permanecieron al
margen de las corrientes modernizadoras. Es decir, que en los territorios
habitualmente aislados debido a motivos muy diversos, las tradiciones han
permanecido vivas aunque quienes las mantuvieran fueran grupos observados por
los demás como atrasados e, incluso, objeto de desconsideración por creerlos
depositarios de un modo de vida arcaico y hermético.
La zona geográfica en la que se
encuentra ubicada La Codosera ha sido, tradicionalmente, uno de estos
territorios en los que lo tradicional encontraba acomodo, y se perpetuaba ante
la escasez de elementos nuevos que pudieran llegar de fuera. A ello contribuye
tanto lo accidentado de su orografía (que la convertía en zona de escaso interés
económico, del que sólo escapaba su abundancia en minerales), el alejamiento de
las principales vías de comunicación que, desde la Prehistoria, surcaban el
Occidente peninsular y, mucho más tarde, su posicionamiento junto a la frontera
de Portugal que, por ser teatro habitual de enfrentamientos bélicos entre éste
reino y el de Castilla, convirtió la zona en poco recomendable para el
asentamiento de una comunidad humana estable. Gracias a ello, y mientras que en
otras zonas el bagaje cultural sufría constantes alteraciones que suponían la
pérdida, por sustitución, de las más rancias muestras de sus seculares señas de
identidad, en el territorio circundante a La Codosera se fueron manteniendo,
con auténtico mimo (con el mismo con el que se guardan los objetos más
preciados o los recuerdos entrañables) multitud de elementos culturales
cuyos orígenes, en muchos casos, se remontan a la Edad del Hierro e incluso
antes.
A finales del primer milenio antes
de Cristo, se documenta en el alto valle del Gévora (limitado en sus flancos
por la Sierra de San Pedro y las estribaciones de la Serra de Saô Mamede),
población de origen indoeuropeo (célticos y lusitanos) que será la responsable,
en gran manera, de lo que podemos considerar primer sustrato cultural de
verdadera importancia debido a los aportes que llevará a cabo, si bien tampoco
debe olvidarse la presencia, con anterioridad, de comunidades situadas
cronológicamente en la Edad del Bronce.
La existencia de cultos astrales
(a los astros, principalmente el Sol y la Luna), orolátricos (dirigidos
a elementos tales como montes, cuevas, rocas de tamaño o características
singulares, etc...), dendríticos (a los árboles) o acuáticos (tomando
como objeto de veneración el agua de ríos y fuentes) se constata en la zona de
La Codosera de manera evidente.
Traspasando el umbral del tiempo,
los cultos lunares se perpetuaron en La Codosera, a pesar de ser considerados
como paganos por la Doctrina y los concilios de la Iglesia, llegando hasta
nuestros días. La creencia en la influencia de la Luna se mantiene todavía en
nuestro pueblo, sobre todo entre las personas de mayor edad, en detalles tales
como los cuidados que se toman para no exponerse en exceso a su luz, la
atribución a su influjo de determinados síntomas de malestar (sobre todo en los
niños de más corta edad), la conveniencia o no de realizar determinadas labores
agrícolas (podas, injertos y cortas de madera) o domésticas (matanza del cerdo
y preparación de sus derivados), efectos sobre la climatología (cambios del
tiempo meteorológico con la mudanza en la fase de la Luna) e, incluso, sobre el
nacimiento y la muerte de las personas (“la Luna nos trae y la Luna nos
lleva”).
Los cultos al Sol se mantienen
enmascarados, parcialmente, en la celebración de los dos solsticios del año,
de invierno y verano, coincidentes, respectivamente, con las
celebraciones de la Nochebuena y San Juan. En el primer caso, la ceremonia familiar
(cena copiosa en la que, además, se consume un menú especial, entonación de
villancicos o cantos específicos, la quema del denominado “leño de Navidad”,
etc...), coincide en mucho con lo que fueron los antiguos cultos a la divinidad
oriental conocida como Mitra o Deo Solis Invicto. La celebración de San Juan
constituye otro claro recuerdo de los primitivos cultos paganos, en este caso
aderezado, también, con elementos tan antagónicos como el agua y el fuego o los
ritos de fertilidad.
Es posible atribuir, a tenor de lo
documentado en otras zonas de la península Ibérica, relación entre una de las
principales piezas arqueológicas aparecidas en La Codosera y los cultos
astrales. El conocido como Thymiateria (quemador de esencias o perfumes) de La
Codosera, hoy depositado en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz,
representa en su tapa la figura de un ciervo tendido. El ciervo es, en la
mitología céltica, un elemento de culto en relación con las creencias astrales,
asimilado con el dios Cernunos.
Por su singularidad, cabe destacar
en La Codosera y su entorno más inmediato, tanto a uno como otro lado de la
frontera, la existencia del culto a las aguas. Este se documenta
arqueológicamente por la aparición, en el caserío de La Varse, de una
inscripción de época romana, dedicada a ARPANICEO. Se trata
indudablemente de una divinidad de origen céltico, relacionada muy posiblemente
con el culto a las aguas. Estos cultos se constatan en la vecina localidad de
Valencia de Alcántara (Sierra Fría) y en la Sierra de San Pedro (Los Gaitanes),
pero sobre todo, y a través de la interpretación de una importantísima
inscripción del siglo I antes de Cristo o I después de Cristo, aparecida en la
heredad de Ribeira da Venda (Campo Maior), muy cerca de la frontera española.
Se cita en ella el nombre de varias divinidades prerromanas (entre ellas REVE
y BROENEIAE) a las que se les ofrece el sacrificio de varios
animales. Se atribuye también a un posible culto acuático, u orolátrico,
el primitivo santuario que ocupó lo que, con el tiempo, pasó a convertirse en
Ermita de Nossa Senhora da Lapa, en la falda de la Sierra de La Lamparona. El
descubrimiento en el año 2010, por parte de un equipo de investigación dirigido
por el profesor Jorge de Oliveira (Universidade de Évora) de un conjunto de
pinturas rupestres esquemáticas pertenecientes a la Edad del Bronce, en el
interior de la cueva que se oculta tras el muro del altar de la ermita, aporta
datos más que suficientes como para considerar el lugar como espacio de
singular importancia religiosa desde la Prehistoria. Los cultos a las aguas se
perpetúan en La Codosera, hasta la actualidad, en el conjunto de celebraciones
que adornan la Noche de San Juan (patrono del pueblo) y que giraban, en parte,
en torno a las numerosas fuentes repartidas tanto por su término como por el
casco urbano (Arriba, La Sierra, La Vega,...)
La necesidad, entre las culturas
primitivas, tuvo a bien convertirse en virtud. Debido a lo limitado de los
recursos, estos grupos humanos aprovecharon siempre lo que la Naturaleza ponía
a su alcance para resolver las necesidades cotidianas. La sabiduría popular,
atesorada a través de la tradición, ha permitido que lleguemos a conocer un
número muy elevado de remedios curativos que basan su práctica en el empleo de
ingredientes naturales entre los que las plantas ocupan un lugar fundamental.
Estaríamos así ante el estudio de lo podemos denominar Medicina
Popular. Antaño fue muy frecuente en La Codosera recurrir a ingredientes de
origen vegetal para la elaboración de remedios curativos, algunos de los cuales
aún se continúan utilizando. Tanto la recolección de las plantas, como la
elaboración de los preparados, estaban sujetos a un proceso transmitido
oralmente de generación en generación. Su poder sanador no siempre estaba demostrado
ya que, en ocasiones, su empleo estaba ligado a la superstición sin que
existieran razonamientos científicos para su uso. Puestos a emplear
ingredientes, estos eran muy variados ya que también los había de origen animal
y mineral.La práctica de este tipo de medicina, cuyo origen hay que buscarlo en
ocasiones en tiempos muy remotos, buscaba todo tipo de recursos a fin de
hacerla más efectiva. De ahí que, junto al uso de fórmulas y rituales de
innegable origen precristiano (considerados habitualmente paganos), se
procediera también al recurso de la religión, buscando con ello hacer más
poderoso su efecto curativo.
Lo mismo puede decirse, en cuanto a
la pervivencia de tradiciones muy antiguas, de la arquitectura tradicional que,
todavía hoy, es posible observar en La Codosera. El empleo de los materiales
propios del terreno, fundamentalmente la piedra para la construcción de los
muros y las ramas de árboles y arbustos para las cubiertas, remonta su origen a
momentos anteriores a la presencia de la cultura romana en esta zona,
existiendo aún hoy modelos constructivos que resultan muy similares (cuando no
idénticos) a los empleados en la Edad del Hierro. Estaríamos hablando, por
tanto, de la vigencia de soluciones constructivas que, en algunos casos, cuentan
con más de dos mil años de antigüedad.
El catálogo de elementos que pueden
incluirse en este estudio de nuestro patrimonio cultural resultaría muy
extenso. Tengamos en cuenta que, sobre un sustrato que se inicia en elementos
de origen prehistórico, se fueron superponiendo las aportaciones culturales
que, a lo largo de los siglos, dejaron los diferentes pueblos que por aquí
pasaron (indoeuropeos, romanos, germanos, judíos, musulmanes...). Lo que hoy
conservamos es, no quepa duda, el resultado de la mezcla en el tiempo de todo
ello. Cualquier aspecto de la vida cotidiana resulta susceptible de estar
sometido a estas influencias que, lejos de constituir lo que podríamos llamar
un saber académico o avanzado, no es ni más ni menos que la consecuencia de la
puesta en práctica, de manera cotidiana, de una manera de vivir y de saber
estar. La tradición oral se ha encargado, en la mayor parte de los casos, de
transmitirnos ese tesoro cultural que nuestros mayores, a su vez, recibieron de
los suyos. Los diferentes oficios, las máquinas y herramientas para el trabajo,
la gastronomía, los cuentos, las celebraciones de tipo religioso, los
acontecimientos sociales, el modo de vestir, los juegos tanto de niños como de
adultos, etc... constituyen las señas de identidad de un pueblo. Olvidarlos
supone renunciar a la propia identidad de una civilización. Sería, por decirlo
de una manera simple, como renunciar a los apellidos que indican nuestra
pertenencia a determinada familia. Por tanto, tenemos la obligación moral de
transmitir, con la mayor pureza posible y procurando evitar alterarlo, ese
legado recibido".