La fiesta de Lavarse
Por fín llegó el verano y con él la
vuelta a casa de muchos de nuestros
paisanos que ya se dejan ver por las calles del pueblo, sobre todo emigrantes,
que regresan a la tierra de vacaciones
dejando atrás la gran ciudad, el lugar de trabajo al que un día marcharon
buscando nuevos horizontes, unos solos, y otros con su familia.
De los muchos atractivos posee nuestro
pueblo para divertirse en verano, me quedo con las aguas claras y transparentes
del Gèvora, un corredor fluvial que discurre entre la vegetación más rica y
próspera de nuestra tierra.
Este río proporciona riqueza aportando buenas cosechas y en los últimos tiempos, con las piscinas naturales construidas en mitad del cauce, atrae a gran número de turistas donde pasar largas temporadas de vacaciones.
Sumergirse en las aguas claras del Gévora
Este río proporciona riqueza aportando buenas cosechas y en los últimos tiempos, con las piscinas naturales construidas en mitad del cauce, atrae a gran número de turistas donde pasar largas temporadas de vacaciones.
Pasaderas en el río.
Fuente Cantarrana
Bañarse en sus aguas no es nuevo.
Cuando el calor aprieta, gozar de un buen baño es el mejor antídoto para el más
caluroso de los días de estío.
Casa típica de la Raya.
Mis recuerdos de pequeño me
transportan hasta el Molino del Duque, el lugar donde pequeños y mayores nos
zambullíamos en el gran remanso de aguas que cada año surgía en el cauce
después de las avenidas invernales. El paraje precioso y la distancia hasta el
pueblo la más corta existente, pues apenas un kilómetro lo separan de
las primeras casitas blancas del barrio de la Luz. Hemos de anotar que actualmente el terreno ha sufrido
modificaciones debido a las inundaciones que se producen cada año. La más importante, ha desaparecido el talud de
tierra, donde se formaba un recodo, desde el cual los bañistas nos tirábamos de cabeza.
Era el bum de las bicicletas, donde cuesta abajo, los mayores transportaban a los pequeños hasta el Molino, sentados como podían en el cuadro delantero.
Paisaje de la Raya.
Los baños, verbalmente por los
padres, estaban prohibido. Otra cosa muy distinta era que la prohibición se
cumpliese. En julio y agosto también existían vacaciones escolares, como ahora, y
los críos deambulaban libremente por el pueblo y sus alrededores. Llegar hasta
las márgenes del río para un niño natural de aquí era costumbre adquirida desde
que sus piernas endurecidas le permitieron aproximarse a sus orillas, en cuyas
aguas nunca ocurrieron desgracias personales, que se recuerden.
El Gévora a su paso por el paraje del Puente.
Cuando más calentaba el sol, cuando
Isaac con su sombrero de paja y la garrafa de corcho recorría calles y plazas
pregonando ¡al rico helado!, cuando los mayores caían rendidos y sucumbían al
placer de la siesta, las puertas entreabiertas dejaban cruzar y salir a la
calle a cuantos niños y jóvenes deseaban darse un baño en la rivera.
La Codosera vista desde La Lamparona
Unos con permiso y otros sin él,
enfilaban los senderos cuesta abajo camino del Molino. Sin bañador, como Dios
los trajo al mundo, dejando la ropa abandonada entre matas de tomates o
maizales crecientes, en pelote, grandes y pequeños disfrutaban de uno de los mejores
momentos de sus vacaciones. Allí todo el mundo sabía nadar, y el que no,
aprendía rápidamente. Al dase cuenta los mayores de la llegada de algún novato,
aquellos que no se mantenían a flote, el aprendizaje era rápido. Unos cuantos
de samargullos vigilados, con algunos
tragos de agua involuntarios lograban, aunque algo nerviosillo, poner a flote
al neófito.
Cruzando el Río
Allí se pasaba la tarde, entre bromas
y piruetas, lanzándose al agua desde los troncos de los árboles cercanos.
Quizás algunos recuerden algún que otro disgustillo. Ésto ocurría cuando la madre de
un niño se había enterado de que su hijo se estaba bañando en el río sin su
consentimiento, tomando la decisión de presentarse en la orilla sin avisar. Cogía el atillo
de ropa de su hijo y le gritaba que saliese del agua tal como estaba,
completamente desnudo, esperándolo en la orilla pero con la zapatilla en la
mano. Al crío no lo quedaba otra que salir corriendo, cuesta arriba, mientras
la madre le sacudía algún que otro zapatillazo .
Esto es lo que hacían los chavales,
aunque a las chiquitas y mocitas también le gustaban darse un buen baño. Ocurría que tropezaban con los prejuicios de la época, por ser tiempos en los cuales la
libertad de la mujer estaba sujeta a un sinfín de condicionantes.
Dicen de la luna de Agosto que es la que más
alumbra, y las noches son tan claras, que no se necesitan faroles para
alumbrar los caminos. Pero a pesar del dicho, el grupo de chicas que decidían darse un chapuzón sin ser descubiertas, se
hacían acompañar por alguna señora de más edad alumbrando el trayecto con linternas.
Con gran nerviosismo, algo de miedo y
procurando no ser descubiertas, sobre todo por gentes del sexo contrario, llegaban al lugar donde estaba el charco a media noche, sin bañador,
porque no era costumbre aunque si, cubriendo su cuerpo con ropa interior. Al
contrario que con los chavales, las chicas buscaban lugares con aguas poco
profundas y por ello la mayoría les fue muy difícil aprender a nadar.
Correnteras entre pedregales
Hoy el momento que estamos viviendo
es diferente, y un buen baño lo pueden practicar hombres y mujeres. Las aguas
de los ríos siguen corriendo. El Gévora se siente orgulloso de su historia, del
pasado y del presente. Las piscinas naturales es buen ejemplo de progreso y el
Centro de Interpretación del Río Gévora un lugar cultural para conocer el entorno
natural de este bello rincón fronterizo donde se mezclan la historia, la
cultura y los sentimientos de dos pueblos unidos por su Río.
Piscinas Naturales.