Santuario de Chandavila.
LOS MILAGROS DE LA VIRGEN DE CHANDAVILA.
Cuando se
habla de religión en charlas coloquiales, como todo en la vida, cada uno de
nosotros tiene su criterio propio, el cual debemos respetar.
Si tocamos el tema de Chandavila, los vecinos del pueblo lo tienen muy claro. Una cosa en ser religioso y otras creer en las apariciones de nuestra Virgen, desde hace de esto ya setenta y siete años. Precisamente fue el año que yo nací. Nunca me lo han comentado, pero supongo que, como la mayoría de las mujeres del pueblo, mi madre, conmigo en su vientre, pues yo nacería seis meses después, también se desplazaría andando por las cuestas que preceden antes de llegar al castaño, cuyo tronco, hoy ya viejo y seco, todavía se conserva en el interior de la pequeña y primitiva ermita, llamada "de Las Apariciones". Muchos de nosotros habremos oído comentar alguna vez que otra la frase "que la fe mueve montañas" y a veces debe de ser difícil tenerla, pues ya Jesucristo nos dijo que, "por la fe nos salvaríamos".
Me he pasado este último mes viviendo en Madrid muy cerca de la parroquia de la Virgen de las Nieves, pues no en vano la urbanización se llama Mirasierra, por las vistas tan espectaculares que desde allí se divisan de la Sierra madrileña, sobre todo en invierno, cuando las crestas aparecen teñidas de blanco por la nieve caída.
En la homilía de la misa
del domingo pasado, el celebrante tocó el tema de la fe. Tenerla
o no tenerla. Y para ello, nos explicó lo que les sucedió días atrás cuando, en
compañía de unos amigos, fueron a pasar un fin de semana a una casa rural situada en
un pueblo cercano. Amaneció el domingo y después de oficiar la santa misa se dispusieron a
preparar la comida, dándose cuenta que para poder guisarla les faltaban los
tomates. ----Ah!, dijeron, nos acercamos al pueblo a ver si hay alguna tienda abierta.---Pero que
va. Todo cerrado. De regreso, uno de los tres dijo. -----Cuando lleguemos a la
casa, veréis como los tomates están allí---, ----Esto no nos puede pasar.---Y,
efectivamente, al abrir uno de los armarios, en el interior había un bote de
tomates. --¿Quién lo había dejado allí? Nos preguntó. --No lo sabemos. Nos dijo. ---Lo cierto es que alguien
los colocó. Pues esa es la fe. Nos dijo. --Algo que sucede porque lo hemos pedido con fe y se
realiza. --Los milagros existen en la Tierra desde que Jesucristo estuvo por el mundo, tal como nos los narran los apóstales en sus Evangelios.
En Chandavila, desde el primer momento, lo que más llamó la atención del vecindario, fue cuando la Virgen le dijo a Marcelina que volviese otra vez por la tarde, pues iba a hacer un milagro. Y la niña lo creyó, y también las mas de 1.000 personas procedentes del pueblo y de otros cercanos, que se desplazaron tras ella para presenciarlo. Si no hubiesen tenido fe, seguro que no hubieran hecho el sacrificio de estar allí a las tres de tarde bajo un sol abrasador. Por eso el milagro se realizó. Al verla avanzar por el barbecho, la madre de la niña se desmayó, el sol giró con más fuerza y Marcelina no tubo ningún arañazo en sus piernas ni en las rodillas después de haber recorrido arrodillada entre castaños por terreno pedregoso lleno de erizos secos y punzantes.
El primer altar construido bajo el castaño de las apariciones.
Escuchando estas historias, trasmitidas de viva voz, crecimos una generación de niños y niñas. Pasando unos años, ya mayorcitos, aun con pantalón corto, a finales del mes de mayo íbamos cada año por nuestra cuenta a la romería conmemorativa de las apariciones y, con anterioridad, a contar los autobuses y automóviles que
llegaban al pueblo desde por la mañana temprano. Algo que nunca antes había
sucedido. Los autobuses paraban en el "Lejio" y mi padre ese día vendía el doble
de panes. Los peregrinos se los llevaban tiernos y calientes, recién hechos,
como cada año, imprescindibles para añadirlos a las viandas que, en cestas, los peregrinos viajeros portaban.
Yo comencé a
trabajar en una empresa de distribución de material eléctrico, que en aquellos años estaba
localizada al principio de la calle Martín Cansado de Badajoz. Junto a nosotros estaban los
Talleres y el Garaje Plá, hoy sede del Colegio de Abogados. En aquellos años
Badajoz era casi como un pueblo y la gente se saludaban porque unos y otros nos
conocíamos. Con los empleados del Garaje Plá por proximidad, me llevaba muy
bien y un dia, en la fiesta del mes de mayo, en Chandavila, me
encontré con uno de estos empleados. ----¡Hola!, no sabía que eras devoto de la
Virgen de mi pueblo! --, le dije. –Te voy a contar que me pasó hace poco--, me
contestó: ---Tenemos una vecina que la pobre señora llevaba ocho embarazos
abortados y la mujer estaba destrozada. Le hablaron de Chandavila y los acerqué personalmente en mi
coche una tarde que no paraba de llover. Nos abrió las puertas el ermitaño, la
señora, con gran fe se lo pidió llorando a la Virgen y al poco tiempo, en su nuevo embarazo
nació el niño.
Yo creo que
si le preguntásemos a la gente del pueblo, casa por casa, casi todos tienen que agradecerle favores a la Virgen. Esa fe se nota cada vez que oyes
hablar de este tema al vecindario.
Como personalmente conocía tales hechos, hablando con mi consuegra Concha, salió el tema de su
sobrina, farmacéutica en Madrid, puesto que la habían inseminado dos veces para quedar
embarazada con resultado negativo y, si a la tercera fallaba, el deseo de ser madre quedaría truncado. El comentario que le hice se lo transmitió a su sobrina que, junto con su
marido, que también es farmacéutico, viajaron a La Codosera, un pueblo que ni
sabían por dónde estaba. Subieron hasta Chandavila, se lo pidieron con fe, y
efectivamente, meses después, llegó el embarazo y nació la niña.