lunes, 18 de febrero de 2013

EL DOBLAO


                                         Caballos en La Codosera


       Hoy les voy a hablar de la importancia que tuvo el doblao en los pueblos de la Raya como espacio indispensable en la economía de cualquier familia de clase media e incluso obrera.


        
Tierras de labor en la zona de la Raya

          Ya, en la época de los romanos, cuando nuestra región era parte íntegra de su vasto imperio, en el mundo rural, los agricultores construyeron trojes dentro de las viviendas, especie de compartimentos en el suelo para almacenar el grano. Con el tiempo y a medida que aumentó el consumo, necesitaron grandes espacios para guardar sus reservas, habilitando como almacén la planta alta de la vivienda a la que, aquí, llamamos  doblao.

        Labradores de la Raya. La familia Perera       

          Los doblaos tenían las mismas dimensiones que la planta baja y contaban con ventanas y balcones que daban al exterior. Los techos interiormente, se dejaban sin recubrir, quedándolos lo que se llama cubiertas a teja vana. Se utilizaban tejas curvas, del tipo  árabe que, para sujetarlas, empleaban tablas de madera separadas unas de otras, lo imprescindible para que no se cayeran. De esta manera, como eran de fácil colocación, permitían al dueño, en caso de roturas, subirse al tejado y  reemplazarlas con facilidad. A este tipo de trabajo se le llamaba correr el tejado, porque no solamente se rompían las tejas, si no que muchas de ellas se movían de lugar ocasionado filtraciones, bien por efectos del aire huracanado o cuando los gatos correteaban por encima. Hasta que desaparecían  las goteras, era frecuente ver  cubos  y otros recipientes,  colocados debajo para recoger las aguas.  Hasta la llegada de la teja fabricada en grandes cantidades, en el pueblo hubo dos tejares, uno en el Potril y otro en el Marco, que abastecieron el consumo local.

 Cuadrilla de segadores del pueblo

                 Además del grano, también se guardaban, hasta iniciar los trabajos de la próxima cosecha, los aperos de labranza y, en algún rincón donde no estorbasen,  baúles,  unas veces nuevos  y otras  viejos y deslucidos, pero con historia, por lo mucho que habían viajado. El baúl fue un mueble muy importante en el hogar, imprescindible cuando se iniciaban las compras a la niña, para guardar dentro todo aquello que un día cuando fuese mayor sería su  ajuar de novia. Los baúles, a los que también se les llamaban arcas,  solían tener tapa convexa. Los había de distintos modelos y para todos los gustos. Normalmente iban cubiertos de piel, de tela o de cualquier otro material elástico y resistente.  Por dentro, iban forrados de tafetán o de papel para evitar la humedad en las prendas del ajuar. Un dicho muy del pueblo se refiere a la mujer cuando salía a la calle muy bien vestida y como admiración se le decía que “llevaba encima el baúl y la tapadera”.


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               El armario y las maletas jubilaron a los baúles. Hubo quienes los tiraron, mientras que otros los llevaron al desván, al viejo doblao, donde seguramente algunos continúan. Por Carnaval, levantaban la tapa, y de él sacaban la ropa pasada de moda con la que se disfrazaban. Además de trajes antiguos, dentro de los baúles había recuerdos de otras épocas. Era el lugar donde, atadas con cuerda fina, permanecía dormida la correspondencia junto a fotografías de familiares y amigos casi olvidados.



Los productos derivados del cerdo colgados en el caniso, mientras el fuego seca la humedad de la estancia hasta el proceso final de curación de las carnes.


                   Los doblaos también jugaron un papel muy importante como lugar donde curar y guardar los productos de la matanza. Este tipo de construcción, al carecer de material aislante bajo su cubierta, era el lugar primordial para guardar las carnes en salazón y los embutidos. El frío intenso de los meses de invierno se filtraba fácilmente a través de las tejas imprescindibles para curar los embutidos, los cuales permanecían colgados de los canisos, especie de cuadrado construido con varas finas. A su vez, el caniso permanecía en aire colgado por los extremos y sujeto con grandes alcayatas clavadas en las vigas que sujetaban la techumbre. Era imprescindible que debajo de éste y en el suelo, hubiese una piedra de granito donde hacer lumbre. Uno de los visitantes necesarios que solía haber en el desván era el gato de la casa para espantar a los ratones que merodeaban por allí. Para evitarlos, los canisos se sujetaban de las alcayatas del techo con alambres gruesas, y a mitad de las mismas se colocaban barreras de paso, consistentes en discos metálicos para que no pudieran deslizarse. Un utensilio necesario en la curación de la chacina, era la horquilla con palo largo, con la cual se alcanzaban los colgaderos y se bajaban.  



Nuevas construcciones en La Codosera

               Por ser la estancia de la casa más solitaria, a muchos niños, sus madres los dejaban subir la escalera y llegar a la planta de arriba, donde jugaban sin molestar a nadie. Jugaban los niños y correteaban los gatos, de los que en cada casa de vecino había unos cuantos para espantar a los ratones. En épocas de celos, los gatos tenían sus escarceos amorosos y la hembra allí paría sus gatitos que  cuando crecían, un día bajaba por la escalera, seguida de su prole,  para presentárselos a los dueños de la casa.

Cacharros viejos

            Cuando llegó el progreso y el país se modernizó, el doblao desapareció. Los propietarios se encontraron con una infraestructura que les vino muy bien para agrandar su vivienda con habitaciones más confortables de acuerdo con el confort que los tiempos modernos trajeron al país. En algunos casos, en el doblao se construyó una segunda vivienda que les vino muy bien a los padres para que la habitaran sus hijos al casarse.


sábado, 16 de febrero de 2013

EL TIO PEQUENO



Paraje de Bacoco en la frontera con Portugal. 

             La libre circulación de personas entre los territorios de España y Portugal fue una de las cláusulas pactadas en el tratado de independencia de los portugueses en el año 1648 y, aunque en la práctica a través del tiempo, dichas normas no se respetaron, para los ciudadanos asentados en las zonas rayanas,  no hubo obstáculos ni impedimentos para circular y asentarse en aquellos lugares que, por vínculos familiares, por intereses económicos o de amistad, creyeron oportuno quedarse a vivir.  Y es precisamente en La Codosera donde  estas circunstancias se encuentran más generalizadas.

En el aspecto económico y hasta mediados del XIX, las reyertas en la zona de la raya eran frecuentes por la indefensión administrativa que tuvieron que sufrir sus habitantes al no existir jurisdicción sobre las propiedades de la franja fronteriza denominada tierra de nadie.  


Las torres de La Codosera. 


La inexistencia de comunicaciones entre estos territorios para comunicarse con los núcleos urbanos mejor situados, fue otro de los factores que hizo que las personas que habitaban en caseríos perdidos en la distancia, se acostumbraran a arreglarse los problemas por su cuenta sin tener que recurrir a leyes, que para ellos no existían.

Entre las personas que circulaban en tiempos pasados sin la  documentación necesaria por nuestro país, hasta su fallecimiento en los años ochenta, en La Codosera vivió un personaje muy singular de procedencia portuguesa sobre el que vamos a tratar de hacer una semblanza, nos referimos al señor José, conocido con el apodo del Tio Pequeno.





El Tío Pequeno, en el centro de la imagen.
              
                Conocido por sus excentricidades, no se le conocía mujer y vivía en la ribera de Jola, en una casita situada en una finca de su propiedad, acompañado de una fiel asistenta que le cuidaba. Esta señora, además de cuidarle y realizar las tareas domésticas, trabajaba como un obrero más en las faenas agrícolas y cuidando el ganado, de sol a sol, como era preceptivo en aquellos duros años de los que hablamos. 

                  Sin apenas saber leer ni escribir,  estaba dotado de una imaginación fuera de lo común. Dionisio Nicolás, es uno de los vecinos del pueblo que, conociéndolo desde su infancia, no dejó de tratarlo a lo largo de su vida.   Sus contactos se iniciaron en los años de pos guerra,  cuando de pequeño iba junto con otros compañeros a comprarle la corcha que, posteriormente y de

de contrabando llevaban a Portugal.


Castillo de Alegrete. 


-"Éramos un grupo los que nos dedicábamos a pasarla, cada uno de nosotros cargaba la que con sus fuerzas podía hasta llegar mas allá de la la frontera, en la ribera de Alegrete. Desde allí, cuesta arriba, subíamos hasta  lo del Pirulito, un negociante de la Raya que nos la compraba. Como nosotros, al negocio de la corcha ibamos un grupo importante, así que, el día que ibamos a por ella en la finca del señor José donde, su costumbre era estar presente en el trato, a pesara de tener contratados unos cuantos de trabajadores. Uno de ellos era su encargado, en el que despositaba su confianza,  sobre todo el que vigilaba que el peso fuese correcto, suponemos por su seriedad al ser guardia civil retirado. Lo de trabajar los civiles cuando se retiraban era casi normal, el encargado no solo trabaja con el señor José si no, cuando llegaba a casa, lo hacía en su taller como zapatero. Sin embargo, para con el dinero, el señor José no se fiaba de nadie y para cobrarnos la corcha nos esperaba a la salida de la finca, dentro de una especie de cobertizo que se habia montado con su ventanilla inclusive. 




Proximidades de Alegrete. 

A simple vista, nada más verlo, se apreciaba por su figura y sus vestimentas que era un hombre rayano, además de enjuto, de baja estatura, con ojos pequeños y un gran mostacho. De piel curtida,  quemada por la cantidad de horas que pasaba expuesto al sol. En invierno su capote alentejano era parte de sus vestimentas sin olvidar el acento portugués que le delataba su procedencia. 

  Para sujetarse el pantalón utilizaba tres cinturones a distintas alturas de la cintura que tenían su explicación. Como padecía de una hernia inguinal y, a modo de braguero, de una tabla de madera  había hecho una pieza a medida para sujetársela  con un par de cinturones,  siendo el tercero  para apretarse los pantalones. 

Su casa, en el paraje de la ribera de Jola  no estaba lejos del casco urbano, al que se desplazaba con bastante frecuencia utilizando su vieja burra. Nuestro Amigo Dionisio aún recuerda la cantidad de veces que le vió  entrar en la fragua donde el trabaja para encargar algunas de sus invenciones 

   Uno de los primeros encargos que le hizo al herrero fue el sombrero de lata  para no mojarse cuando llovía. Como le fue bien, en los diás posteriores encargó algunas unidades más para sus empleados. Posteriormente y de chapa, encargó un carro con el que llamaba la atención del vecindario, por el ruido que hacían las latas circulando por las calles del pueblo. Del carro pasó a las tejas de la casa que las sustituyó por planchas metálicas, con lo que acabó con las goteras. Después del primer carro de lata encargó otro con ruedas desiguales,  una mayor que la otra, con objeto de utilizarlo en su finca, donde parte del terreno estaba inclinado. El único problema del carro que no resolvió fue tener que circular, girando alrededor del cerro, siempre en la misma dirección. 

Le encantaba la disciplina que sumándolo a su seriedad como persona, hacían de él un hombre honesto y cumplidor con sus compromisos. 

 En uno de los viajes que hizo a Badajoz, en las calles próximas a la Plaza Alta, encontró una tienda donde vendían ropa usada de militares. Cuando salió de allí había comprado  uniformes completos para cada uno de sus empleados, entre los cuales había uno con galones de cabo, que se lo adjudicó al encargado, y a los demás los vistió de soldado raso.

Vistas de La Codosera y su entorno.

Un día que vino a la feria, al ver el carro de los helados, se quedó pensativo y propuso al feriante que se lo vendiera. Le compró carrito estrecho con cuatro ruedas, donde cabían dos garrafas, espacio que utilizó aquel año cuando sacó las patatas de la tierra, y el carrito,  al ser tan estrecho, cabía perfectamente por los surcos sin dañar a  las plantas.

Mientras que la mayoría de las gentes iban a buscar el agua a la fuente, a su casa llegaba sola.  Sin que nadie le asesorar, sin ayuda de nadie, instaló una serie de tuberías que, cruzando un terreno irregular de fuertes altibajos para que llegara el agua hasta su casa.

La vivienda tenía una única habitación donde repartidos por la estancia, están  los enseres imprescindibles para subsistir. En una esquina sobre una piedra  hacía la lumbre sobre la que apoyaba la trébede, sobre la que cocinaba. En el centro había un una mesa rodeada de algunas sillas y, más alejado, unos cuantos asientos de corchos, hechos a mano, que bordeaban el hogar.

De la misma manera, las camas eran originales. En una de la paredes había cavados dos huecos a media altura, uno para él y  el otro para la señora, especie de nichos  forrados de piedras de pizarra donde, ambos y por separado, dormían plácidamente.


Atardecer en La Codosera. 



Con los años se hizo mayor y su salud se vio mermada, por lo que,  sus problemas de movilidad le obligaron a tener  que abandonar su peculiar cueva  y comprarse una cama. Aún acostado en ella le costaba incorporarse cada día, por lo qué, se pasó por la herrería y compró algunas carruchas o poleas que ancló en el techo de la habitación, por las que pasaba una cuerda resistente que, tirando de ellas, utilizaba cada vez que tenía que levantarse.

        Con su fallecimiento, el pueblo perdió a uno de sus personajes populares más peculiares, un buen hombre, trabajador, responsable y muy querido por sus vecinos, en un pueblo que,  como La Codosera, a nadie se le pregunta, desde siempre, de donde viene, si no que, como al señó José, se le abren los brazos y se celebra que aquí se quede a vivir, un lugar donde, por muchos motivos, merece la pena. 

viernes, 15 de febrero de 2013

CHANDAVILA




Cartel anunciador Abril 2009


       La Codosera es un municipio muy conocido dentro de la región extremeña por su proximidad a Portugal, por sus paisajes encantadores, por sus típicos caseríos blancos con tintes lusitanos, por los ríos de aguas cristalinas que surcan el entorno y, sobre todo, por sus gentes, que cautivan al viajero por la hospitalidad que les brindan. Aunque a pesar de todo, el pueblo es conocido más allá de sus fronteras por encontrarse en sus proximidades el Santuario de Chandavila, en cuyo lugar se venera a la Virgen de los Dolores de Chandavila.


Santuario de Chandavila


       Mas que explicaros lo que representa este lugar para el mundo cristiano, os dejo los enlaces donde podreis ver el programa que en su día emitió TV-4.

http://www.youtube.com/watch?v=xg-7HsSJOIM

http://www.youtube.com/watch?v=u7piuq5A1VE

http://www.youtube.com/watch?v=eG8yIUMupN8

        Si importante es este lugar como centro de peregrinación para que los files que,  con fe, hasta aquí llegan en cualquier época del año, no lo es menos para los vecinos del pueblo, los cuales lo sienten como suyo y procuran que las instalaciones permanezcan en inmejorables condiciones para que los visitantes se encuentren a gusto durante el tiempo que aquí permanezcan.




Chandavila

       Este trabajo de mantenimiento requiere un esfuerzo por parte de la Cofradía,  como encargada de coordinar   cuantas actividades aquí se celebran, debido a que, de este Santuario piden información  gentes de toda la geografía española, así como también de muchas ciudades y pueblos de fuera de España. 

     Me comentan que, hace pocos días, en la sede de dicha cofradía, se interesaron por la historia  de las  apariciones, ciudadanos procedente del Estado de Florida (Estados Unidos), concretamente una célebre escritora, Joan Carrol Cruz, que es autora especializada en religión, ya que, según comentó telefónicamente, desconocía que hubiese una aparición en la advocación de dolorosa.

     También señalan estas fuentes, que no solamente llegan peregrinos españoles, si no que son  numerosas las personas que aprovechando nuestra cercanía con Fátima, pasan a visitar el templo. Una costumbre muy extendida por estos fieles, es solicitar  los libros de firmas, ya que es ahí donde dejan su saludo, así como su explicación sobre la ruta que han seguido, además de su lugar de procedencia.

     Uno de los comentarios más extendidos y que llama nuestra atención, es la admiración demostrada por este lugar, destacando que, a diferencia de otros, aquí se respira espiritualidad, sosiego y paz, cosas que la mayoría de ellos  buscan en Chandavila.

                           

Chandavila. Vista aérea





 http://www.youtube.com/watch?v=P6bistYbG2Q

miércoles, 13 de febrero de 2013

LOS CHOZOS


             


Paisaje de La Codosera en el año 1950


                   Hablar de los chozos en la zona de la Raya es rememorar a una de las construcciones rurales mas representativas y emblemáticas, no solamente de aquí, si no de toda la región extremeña. No hace tantos años, el chozo era una construcción necesaria, anexa en cualquier cortijo o casa de labor, a la que llegaban obreros para realizar faenas agrícolas. Los vecinos más antiguos del lugar recuerdan que en sus años mozos, cuando una familia de jornaleros se desplazaba  temporalmente a trabajar fuera del pueblo, si en el cortijo de acogida no había alojamientos para ellos, los dueños de la propiedad le daban permiso para que construyeran un chozo para poder alojar a su familia. Por el riesgo que entablaba hacer fuego para cocinar en el interior, muchas familias optaban por construir un segundo chozo auxiliar del primero,  separado de éste, donde instalaban la cocina. De esta manera, en caso de incendio, cosa que solía ocurrir muy a menudo,preservaban de las llamas el pequeño ajuar que guardaban en el  principal. 

                     Su construcción está supeditada a los diferentes materiales necesarios que se encuentren en los alrededores. En los que aquí se construyeron, utilizaron principalmente retamas o escobas, de las que abundan en la zona, reforzada la parte baja con piedras secas, tal como se observan en el que aparece en la imagen que les muestro. 

                     Hasta mediados del siglo pasado, los chozos abundaban en los caseríos fronterizos y fueron muchas las familias que los habitaron y en algunos de ellos, las madres trajeron a sus hijos al mundo, utilizando para alumbrarse la luz de un candil. 

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                Cuando las condiciones económicas fueron a mejor, el chozo pasó a ser una construcción secundaria utilizada para guardar algunos algunos aperos, gallinero o resguardo de algún que otro animal
       

                    En la actualidad el uso del chozo no se ha perdido, y lo encontramos habitables en algunas propiedades como elemento decorativo en construcciones señoriales o como un reclamo turístico, en instalaciones hoteleras.  








martes, 5 de febrero de 2013

UN PASEO POR EL RÍO.




                El baden del Molino


                   Ese primer fin de semana del mes de febrero hemos celebrado la fiesta de las Candelas, una de las celebraciones más antiguas que se conocen y que, como años anteriores, se han celebrado los bailes tradicionales.  Ejercitar el cuerpo siempre es bueno, y si lo hacemos bailando y en compañía, más divertido. Además, el mes de febrero nos ha traído una ola de frío con temperaturas muy bajas, que por las noches ya ni os cuento el frio que hace. Pero a pesar de ello, el día salió soleado y  la mañana  invitaba a dar un paseo por el campo. Solo era cuestión de abrigarse bien y lanzarse a caminar



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                         El mirador del Molino

                 

            Una de las actividades saludables y entretenidas de este lugar, por las características paisajísticas de su entorno,  es caminar por los alrededores y respirar el aire puro de la zona.  Las opciones son varias y las  hay para todos los gustos. Un paseo muy agradable, que lo realiza mucha gente consiste en subir las cuestas de la Sierra hasta llegar a Chandavila y visitar el Santuario de la Virgen.  Hay rutas de montaña que atraviesan las sierras del lugar adentrándose incluso en tierras portuguesas, pasando por aldeas y caseríos  rayanos, donde abundan las fuentes y las casas típicas de esta zona fronteriza. 
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Grupo de senderistas en la Sierra de La Lamparona tratando de sortear un charco.



           Acompañado de varios amigos, les propuse acercarnos hasta el río Gévora, y pasear  por los alrededores. Esta ruta es muy cómoda por cuanto el terreno no presenta dificultades . 

               Atravesamos el pueblo y, después de dejar atrás la obra municipal aún no terminada del Mirador del Molino, bajando las cuestas, por un camino de tierra bien compactado, hasta llegar al paraje denominado Molino del Duque, un lugar precioso y bien acondicionado donde existen fuertes y robustos asientos y mesas de  madera, e incluso barbacoas de fábrica para que aquellas personas que lo deseen puedan pasar una jornada agradable en plan familia o con amigos.

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                  Río Gévora


                 El nombre de este lugar,  Molino del Duque, esta motivado por lo conocidas que fueron en el pasado las instalaciones de un molino hidráulico, propiedad del duque de Alburquerque señor y dueño de estas tierras durante siglos, que fueron construidas en este lugar, en un canal muy cerca del cauce y que, a pesar de los cinco siglos que hace que se construyeron, el edificio y la maquinaria continúan en perfectas condiciones. Otra característica de este lugar es contemplar como aquí, junto al baden, el río Gevora recibe las aguas de su afluente el Codosero. 

                     Continuando nuestro paseo, esta vez nos fue imposible cruzar a la otra parte del río, por la crecida de las agua que cubrían las pasarelas, así que optamos por seguir el curso del agua y caminar río abajo hasta llegar al entronque del canal de la Fábrica, un viejo canal construido a finales del XIX, como elemento necesario para poner en marcha, con la potencia hidráulica, las diferentes máquinas del complejo industrial. Unos troncos atravesados en el camino,  impidieron que siguiésemos avanzando, ya casi cuando habíamos llegado al paraje del Puente y cerca de la carretera que conduce a San Vicente de Alcántara. 






Baden


                    En esta ocasión, las aves aún no han regresado de sus invernadas en los parajes cálidos del sur de la Península, por lo que se notaba la ausencia de su cantos y trinos. Sin embargo, era una gozada escuchar el murmullo musical de las aguas que, parecían juguetear con las rocas y piedras del cauce, en su avance por llegar rápidas a su destino. Aguas claras y cristalinas, como espejos, una vez reposadas del aluvión por las crecidas de los cauces de hace pocos días. La arboleda de las márgenes dan cuenta de estos hechos y aún conservaban en sus troncos los haces de palos y ramas que la corriente hasta aquí arrastró. 

                  


                             Árboles con restos de palos arrastrados por  las aguas .
















sábado, 2 de febrero de 2013

AL CALOR DE LA LUMBRE.




La plaza y la Iglesia.


                 Estos primero días del mes de febrero me traen a la memoria como eran los inviernos de mediados de los años cincuenta, un periodo de carencias en España de casi de todo y por supuesto no existía la calefacción en las casas. Eran inviernos muy lluviosos y fríos, quizás se notaban que eran más fríos que los de ahora  porque los niños de entonces apenas nos abrigábamos, no porque no quisiéramos, inicialmente porque en los armarios escaseaba ropa.

                 Eran los años de la pos guerra, los mas duros de nuestra historia en todos los aspectos en los cuales,  a los niños, los mayores apenas nos hacían caso. Los chavales que querían iban a la escuela y los que no iban, sus padres ni se preocupaban. Durante el día los pequeños se juntaban con los mayores y pasaban el rato jugando en calles y plazas y, cuando hacía frío, como ahora, jugaban  a correr por las calles del pueblo. Si era al escondite, los críos volaban a esconderse lejos, allí donde menos lo encontraran. Los saltos también eran continuos. Se saltaba constantemente como una manera de no pasar frío.

                  A casa se iba solo a comer, después,  corriendo a la calle y a jugar otra vez con todos. Eso si, las niñas por un lado y los niños apartados. Eso era sagrado. Si un niño jugaba con una niña le decían que era mariquita, así que a ninguno se le ocurría juntarse con ellas.  

                 Al anochecer, las primeras en recogerse eran las niñas. Los niños tenían más libertad y se quedaban jugando hasta que las bombillas de la calle se encendían. De tanto corretear durante el día, a estas horas ya estaban cansado y procuraban agruparse en alguna plaza res guardados del frío. Uno de los entretenimientos del agrado de la mayoría era hacer  lumbre, por lo que había que ir al Cabezo a buscar leña. Existían reglas, y una era que “el que no traía ramas, no se calentaba”. La diversión comenzaba partiendo todos juntos camino del monte y ver quien traía más cantidad.

               A la vuelta, los que iban llegando colocaban los haces en el centro de la plaza, un lugar por el cual a aquellas horas ya no pasaba casi nadie, y se iban amontonando. Después había que encenderla y eso ya era un problema. Esperaban que pasara algún hombre y les dejara el mechero, de aquellos que tenían rueda y girándola una y otra vez, a través de la piedra, hasta que lograban prender la mecha. Otras veces había que entrar en la casa de cualquier vecina y pedirle a la dueña de la casa algunas brasas encendidas, de las que no faltaban en los fogones de las cocinas.

             Con un poco de suerte, si la leña estaba seca, encenderla era cosa cantada. Lo peor era cuando estaba mojada, que en estos meses de invierno era lo habitual.  En estos casos se armaba un revuelo para ver quien era el más hábil y tenía mejor madrina.

           La humareda que salía era la antesala del fuego que repelía a los que estaban en primera línea. Cuando surgían las llamaradas se armaba un revuelo, ya que el fuego era el revulsivo que necesitaba el grupo para animarse, mientras, los mandones no dejaban de dar órdenes como si  aquello fuese suyo, mientras que el resto tonteaban alrededor de la  lumbre.

           Después de pegar algunos estallos al quemarse los palos mojados. Pasado el primer susto al ambiente se calmaba. Era la hora de los retos, cuando los más atrevidos con sus saltos se lucían ante sus compañeros. Lanzarse de un extremo al otro por encima de las llamas era correr un riesgo al que no todos se atrevían.  

          El objetivo del juego era quitarse de encima el frío de la noche que ya había llegado. Con semejante fuente de calor tan cercana, los chicos del grupo ya no tenían frío, muchos de ellos estaban allí , quizás, más caliente  que en sus casas, donde les esperaba la cena y después a la cama donde encontrarían las sábanas frías y puede que hasta húmedas.  Así que, pensaban que en la plaza ,se lo estaban pasando muy entretenidos y además no pasaban frío.

                 Cuando desaparecían las llamas,  quedaba el rescoldo, y  al calor de las brasas se sentaban en círculo. Era la hora más interesante de la jornada. La de los relatos y de los cuentos, donde la fantasía de los pequeños se desbordaba escuchando a los mayores. Una practica muy corriente, no solo cuando se contaban relatos, si no en el lenguaje habitual de los mayores con los niños, era contarle algo para meterles miedo.

                Hablarles  de miedos a los niños era un tema cotidiano, por cuanto las normas eran educar a los hijos en el temor, induciendo les recelo a todo lo desconocido. Al niño se controlaba con el miedo, por eso las historias que se contaban despertaban su interés. Se contaban historias de lobos, diciéndoles que alguien los había visto merodeando por los alrededores del pueblo y que incluso se comían a las  niñas. El hombre del saco no faltaba y cualquier persona con un costal al hombro, aunque éste fuese para llenarlo de hierbas, había que  huir nada más verlo. Por no hablar del  Sacamantecas, que con un cuchillo largo deambulaba por las esquinas para llevarse a los pequeños.
                    Con el repertorio agotado y el miedo dentro del cuerpo, rendidos de bregar todo el día, el grupo de mozalbetes se disolvía y cada uno  marchaba por donde había llegado. La plaza quedaba vacía y en  silencio, a veces roto por el maullar de  los gatos y el ladrido de algún perro, mientras que, la tenue luz de dos viejas farolas ancladas en los extremos del cuadrado, era insuficiente para vislumbrar siquiera las siluetas de las viejas viviendas.

 Plaza de la Fuente

viernes, 1 de febrero de 2013

Reseña Libro por José Píriz Márquez





Vista general del pueblo



Comentario sobre el libro: La Codosera, Un pueblo con Raíces y Costumbres Rayanas,

por  José Píriz Márquez.



Valgan estas líneas como sencillo homenaje de admiración y afecto a José Luis Olmo, pues su esfuerzo e ilusión al escribir esta entrañable Obra, han arrojado un resultado fecundo y gratísimo para los lectores.

Me viene a la memoria las enseñanzas de uno de mis profesores de Literatura en tiempos de “bachillerato”, cuando aseguraba que, para escribir de algo, habían de concurrir al menos tres premisas: Tener algo que decir, saber decirlo y que resulte oportuno comunicarlo. Pues bien, las tres se dan sobradamente con ocasión del nacimiento y publicación de este Libro.

La Obra, visiona el pequeño mundo interior y exterior en el nació, creció y permanece, en cierto modo, su autor. Un mundo repleto, a lo largo de la Historia, de pequeñas historias relativas a lugares, paisajes, personas, personajes, costumbres, anécdotas, que inducen a recuerdos, sentimientos, nostalgias, e incluso deseos de olvido y de futuro.

No menos importante es la manera en que J. L. Olmo desarrolla los distintos capítulos del libro. Con un estilo llano, sin otras pretensiones que las que él mismo confiesa en el prólogo, logra atrapar la atención del lector en una narrativa amena, que sabe conjugar los claroscuros de la vida rural.

Logra hablar de todos, sin molestar a nadie, o al menos sin motivos para que nadie se ofenda con la lectura del libro. Con rebosante afecto dibuja semblanzas de distintos personajes, vivos o fallecidos, eludiendo cualquier valoración ideológica o que pudiera resultar peyorativa para el aludido.

Informa de sus vivencias y de las que cuentas los mayores del lugar; importante tarea de recopilación de la que todos necesitamos alguna vez, para no olvidar quienes somos y de dónde venimos.

Y en ese sentido, resulta particularmente oportuna la aparición de este libro, Pues La Codosera, por su origen y circunstancias sociológicas, ha esparramado a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, por los lugares más insospechados de la geografía patria y del resto allén de las fronteras, en un ejercicio anticipado de la globalización actual.

Para toda esa población contemporánea o futura, con raíces “coseranas”, olvidadiza, o tal vez nostálgica, resultará un verdadero deleite, saborear las páginas del libro, cual si de una tertulia con el Autor se tratara, al mismo tiempo que viejas fotografías nos trae a la retinta la juventud de los tiempos pretéritos.

El pedagogo y Santo francés; Juan Bautista de La Salle, corrigió en cierta ocasión a un coetáneo que afirmaba que el mejor amigo del hombres es un buen libro, diciéndole que no; que el mejor amigo del hombre puede ser un buen libro, así como el peor enemigo puede ser un libro malo.

Pues bien, este libro sobre La Codosera, ha resultado ser, al igual que su autor, un buen amigo para todos, sin perjuicio de aquellos extremos narrados con los que podamos disentir. Nada podemos encontrar en sus páginas que justifiquen supresión o alteración en base a intereses particulares de algún lector, ajenos a la finalidad cultura que el Libro representa. Por eso quiere ratificar mi opinión con la expresión latina, relacionada con el pasaje evangélico ante Pilatos: “Quod scripsi, scripsi”.

No quiero cerrar sin expresarle a José Luis Olmo Berrocal, en mi nombre y  en el de todos los paisanos o lectores que puedan identificarse con la intención de estas líneas, mi agradecimiento y enhorabuena públicos. Y, al mismo tiempo, le animo a seguir escribiendo; es su primera obra y ha demostrado madera, pues a pesar de lo poco escrito sobre su Pueblo, emulando las palabras del Poeta: …/ no hay camino, se hace camino al andar… El caminó y ha logrado pasar.


Con todo mi afecto.

José Píriz Márquez.-
 Paisaje de Pan de Trigo