LA CODOSERA, La muerte de un amigo. Agustín Gómez Sánchez.
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“ Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Y es
cierto. Él era mi amigo. Desde pequeño lo fuimos. Asistimos a la escuela de don
Andrés, la de Arriba, como le llamábamos y jugamos en el terraguero de la plaza
a toda clase de juegos. A los bolis, al mocho, a la picota, a marro, a
tintajerrera, a los santos, a la taba, y a todo lo que se terciaba. Fuimos
pocos años a la escuela. Los padres nos quitaban apenas sabíamos leer, escribir y las cuatro reglas, sumar, restar, multiplicar y dividir. Eran los
años cincuenta y ser analfabeto en aquella España de posguerra era casi normal.
La gente firmaba con el dedo y nadie se escandalizaba por ello. Asistir a la
escuela era un lujo que no todos los niños del pueblo pudieron aprovechar. Nuestros
padres tenían negocios y, lo poco que aportábamos con el trabajo les venía muy
bien. Con doce años, no era obligatoria la escuela, para aquellos que tuvieron
la suerte de poder llegar a esa edad escolar. El padre de Agustín fue uno de
los empresarios, de los muchos que hubo en el pueblo, que se dedicaron al
negocio de la recova, una profesión que él tuvo que aprender. Lo recuerdo
en su casa como en la mía, con el trasiego de gente del campo, de la campiña,
viniendo a vender toda clase de aves, gallinas, patos, pavos., y también los
huevos, donde cada día los pagaban a un precio diferente. En la de mis padres, era harina, salvado, trigo y panes grandes de a kilo. El negocio de la recova fue el más
rentable para los empresarios locales, que fueron muchos, que se dedicaron a
ello. Entonces no había granjas de aves y comerse un huevo frito era un lujo. La gente
los vendía y era un extra muy importante para la economía familiar. Transportes
Abajo mantenía una ruta semanal con Madrid, donde las cajas con huevos frescos
llenaban los camiones destinadas al mercado madrileño.
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- -Agustín le toco embalar muchas docenas. Treinta por cajas
de madera mezcladas con paja para que llegasen sin romper a su destino. Yo me
iba a su almacén algunas tardes, donde nos daban las tantas de la noche, y le ayudaba a clasificarlos y embalarlos
mientras hablamos de todo. Así estuvimos años, hasta que llego el fenómeno
migratorio. Las furgonetas del pueblo no daban abastos de transportar, además de
los huevos, a familias enteras a sus nuevos destinos, donde encontraban casa y
trabajo para todos. Las provincias de Madrid, de Barcelona, del País Vasco, Castellón…,
e incluso los países de Centro Europa, fueron los lugares preferidos. La
sangría había llegado y las calles del pueblo se quedaban vacías de vecinos de
toda la vida, sobre todo de gente joven, tan necesaria para trabajar en las
ciudades que reclamaban mano de obra para reconstruir España, tan empobrecida
por nuestra Guerra Civil. Y se marcharon, y nosotros también.
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Agustin ya
se había casado con Jesus, y puso rumbo a la provincia de Madrid, donde un
fatal accidente cortó su trayectoria laboral.
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- ---Te marchas
del pueblo buscando una vida nueva y mejor y todo lo bueno del mundo, y te
encuentras con un camión que te hace polvo ----.
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Pasaron unos
años y se recuperó parcialmente del accidente y de nuevo emprendió una nueva
aventura comercial. En Badajoz, donde fijo su residencia, abriendo una
administración de Loterías y Apuestas del Estado, con la colaboración de su
familia, a la que ha estado dedicado el resto de su vida.
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A su pueblo,
a La Codosera, no la olvidó nunca. Aquí tenía su casa y su familia y la
conexión con el vecindario fue siempre continua. Devoto de la Virgen de
Chandavila, fue benefactor en las necesidades del templo. El futbol, su gran
pasión, y desde pequeño militó en el equipo local. Su sonrisa, su gran humor,
su optimismo te impresionaban. Al final nos ha dejado y con el se ha marchado
un trabajador nato desde pequeño, como todos los que hemos trabajado mas de
cuarenta años para que nuestros hijos se hayan encontrado un país rico y
próspero, nada parecido al que nosotros heredamos. Descansa en paz, querido amigo.
Nosotros no te olvidamos. Un beso al cielo, donde estarás.
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