jueves, 3 de julio de 2014

Vacaciones en La Codosera

Vacaciones en LA CODOSERA.


La fiesta de Lavarse


Por fín llegó el verano y con él la vuelta a casa de muchos de  nuestros paisanos que ya se dejan ver por las calles del pueblo, sobre todo emigrantes, que  regresan a la tierra de vacaciones dejando atrás la gran ciudad, el lugar de trabajo al que un día marcharon buscando nuevos horizontes, unos solos, y otros con su familia.


Uno de los puentes de madera.

De los muchos atractivos posee nuestro pueblo para divertirse en verano, me quedo con las aguas claras y transparentes del Gèvora, un corredor fluvial que discurre entre la vegetación más rica y próspera de nuestra tierra.

Sumergirse en las aguas claras del Gévora

 Este río proporciona riqueza aportando buenas cosechas y en los últimos tiempos, con las piscinas naturales construidas en mitad del cauce, atrae a gran número de turistas donde pasar largas temporadas de vacaciones.



Pasaderas en el río.


Fuente Cantarrana

Bañarse en sus aguas no es nuevo. Cuando el calor aprieta, gozar de un buen baño es el mejor antídoto para el más caluroso de los días de estío.



Casa típica de la Raya.

Mis recuerdos de pequeño me transportan hasta el Molino del Duque, el lugar donde pequeños y mayores nos zambullíamos en el gran remanso de aguas que cada año surgía en el cauce después de las avenidas invernales. El paraje precioso y la distancia hasta el pueblo la más corta existente, pues apenas un kilómetro lo separan de las primeras casitas blancas del barrio de la Luz. Hemos de anotar que actualmente el terreno ha sufrido modificaciones debido a las inundaciones que se producen cada año. La más importante, ha desaparecido el talud de tierra, donde se formaba un recodo, desde el cual los bañistas nos tirábamos de cabeza. Era el bum  de las bicicletas, donde cuesta abajo, los mayores transportaban a los pequeños hasta el Molino,  sentados como podían  en el cuadro delantero.



 Paisaje de la Raya. 

Los baños, verbalmente por los padres, estaban prohibido. Otra cosa muy distinta era que la prohibición se cumpliese. En julio y agosto también existían vacaciones escolares, como ahora, y los críos deambulaban libremente por el pueblo y sus alrededores. Llegar hasta las márgenes del río para un niño natural de aquí era costumbre adquirida desde que sus piernas endurecidas le permitieron aproximarse a sus orillas, en cuyas aguas nunca ocurrieron desgracias personales, que se recuerden.



El Gévora a su paso por el paraje del Puente.


Cuando más calentaba el sol, cuando Isaac con su sombrero de paja y la garrafa de corcho recorría calles y plazas pregonando ¡al rico helado!, cuando los mayores caían rendidos y sucumbían al placer de la siesta, las puertas entreabiertas dejaban cruzar y salir a la calle a cuantos niños y jóvenes deseaban darse un baño en la rivera.



La Codosera vista desde La Lamparona


Unos con permiso y otros sin él, enfilaban los senderos cuesta abajo camino del Molino. Sin bañador, como Dios los trajo al mundo, dejando la ropa abandonada entre matas de tomates o maizales crecientes, en pelote, grandes y pequeños disfrutaban de uno de los mejores momentos de sus vacaciones. Allí todo el mundo sabía nadar, y el que no, aprendía rápidamente. Al dase cuenta los mayores de la llegada de algún novato, aquellos que no se mantenían a flote, el aprendizaje era rápido. Unos cuantos de samargullos vigilados, con algunos tragos de agua involuntarios lograban, aunque algo nerviosillo, poner a flote al neófito.



Cruzando el Río


Allí se pasaba la tarde, entre bromas y piruetas, lanzándose al agua desde los troncos de los árboles cercanos. Quizás algunos recuerden algún que otro disgustillo. Ésto ocurría cuando la madre de un niño se había enterado de que su hijo se estaba bañando en el río sin su consentimiento, tomando la decisión de presentarse en la orilla sin avisar. Cogía el atillo de ropa de su hijo y le gritaba que saliese del agua tal como estaba, completamente desnudo, esperándolo en la orilla pero con la zapatilla en la mano. Al crío no lo quedaba otra que salir corriendo, cuesta arriba, mientras la madre le sacudía algún que otro zapatillazo .



Echando las cañas


Esto es lo que hacían los chavales, aunque a las chiquitas y mocitas también le gustaban darse un buen baño. Ocurría que tropezaban con los prejuicios de la época, por ser tiempos en los cuales la libertad de la mujer estaba sujeta a un sinfín de condicionantes.



Un alto en el camino


 Dicen de la luna de Agosto que es la que más alumbra, y las noches son tan claras, que no se necesitan faroles para alumbrar los caminos. Pero a pesar del dicho, el grupo de chicas que decidían darse un chapuzón sin ser descubiertas, se hacían acompañar por alguna señora de más edad alumbrando el trayecto con linternas.



Lirios y nubes

Con gran nerviosismo, algo de miedo y procurando no ser descubiertas, sobre todo por gentes del sexo contrario,  llegaban al lugar donde estaba el charco a media noche, sin bañador, porque no era costumbre aunque si, cubriendo su cuerpo con ropa interior. Al contrario que con los chavales, las chicas buscaban lugares con aguas poco profundas y por ello la mayoría les fue muy difícil aprender a nadar.




Correnteras entre pedregales


Hoy el momento que estamos viviendo es diferente, y un buen baño lo pueden practicar hombres y mujeres. Las aguas de los ríos siguen corriendo. El Gévora se siente orgulloso de su historia, del pasado y del presente. Las piscinas naturales es buen ejemplo de progreso y el Centro de Interpretación del Río Gévora un lugar cultural para conocer el entorno natural de este bello rincón fronterizo donde se mezclan la historia, la cultura y los sentimientos de dos pueblos unidos por su Río. 



Piscinas Naturales.