martes, 2 de junio de 2015

LA PLAZA ALTA.



La plaza Alta.



La plaza y yo.


                          Una tarde de otoño, de esto hace ya algunos años, paseaba por esta plaza recordando los tiempos cuando yo era pequeño. En mis oídos creía escuchar la algarabía que niños y niñas formaban cada vez que salían al recreo a media mañana, procedentes de las dos escuelas públicas, de las cuatro,  que por entonces existían en este pueblo. Aqui al lado, justo detrás de donde yo estoy situado en la fotografía, estaba la de niñas, adosada a una casa de dos plantas, donde se encontraba la de los niños. En ésta última, en los bajos, también estaba la vivienda de la familia del maestro.



Festejos en la plaza

                        Se comentaba que los profesores no ganaban mucho dinero y su economía era poco boyante, por eso, la señora del maestro en su casa tenía la peluquería y no veáis la cantidad de chicas jóvenes y señoras casadas que se hacían la permanente, uno de los peinados de moda de la época, teniendose que secar sus cabellos al sol, sentadas en las poyatas de la plaza, porque otra forma de solucionarlo  no había. 



Las escaleras de la plaza

                   La vieja torre del reloj, que se ve en lo alto del edificio del ayuntamiento,  marcaba los tiempos necesarios para cualquier actividad desarrollada en el pueblo, ya que el reloj de pulsera o de bolsillos eran considerados elementos de lujo y eran pocos los vecinos que podían costearse uno. Para la terminación del recreo de los escolares la campana de la torre  también avisaba a los pequeños. 



Los funcionarios de entonces, asomados a los balcones del Ayuntamiento.

(Agustín Gallardo, Paco Rivero, Manuel Vado, Damián Morro y Javier Sama)

                       En la fotografía las agujas del reloj marcan las cinco de la tarde, la hora de salir los niños de clase, el momento en el cual la tranquilidad llegaba a este rincón del pueblo donde aquí, junto a la pared encalada, los abuelos aprovechando las horas del sol buscaban el calorcito de esta abrigada, no muy lejos de las señoras mayores que, sentadas en sus sillas de enea, le daban movimiento a la aguja de hacer ganchillo. 



La plaza de la Iglesia


                     Pero no todos los niños se marchaban a casa despues de salir de clase. Quizas fuesen a petiscar pero enseguida regresaban para jugar. 




Asi era la fachada del viejo ayuntamiento, oculta tras la reforma.

                      En este pavimento de tierra, ideal para ciertos juegos, se jugaba casi a todo, a los bolis, al mocho, con el aro, con la peonza,  al moscón, a los santos, a marro, a tintajerrera,  a la picota en invierno y al anochecer, con la leña traida del cabezo, a hacer grandes candelas hasta llegar la hora que decidían regresar a sus casas. 


Via Crucis junto al paredón de la plaza

                    Algunas niñas tambien encontraban en esta plaza un lugar para sus juegos. Aprovechando que el Ayuntamiento no habría sus puertas por la tarde, el andén era su lugar preferido donde hacer corros, saltar a la comba mientras cantaban sus canciones preferidas. Eso si, siempre alejadas de los niños. 



La casa de Manuel Gómez y el reloj. 

Viendo los troncos de los árboles de moreras, aún recuerdo la cantidad de niños que habrían subido hasta lo más alto posible, bien a coger las hojas verdes para alimentar a los gusanos de seda o para recolgarse de las ramas y realizar sus volteretas. 



La parte de arriba de la plaza 

                    Esta plaza era uno de los lugares de paso más importantes del pueblo. Por la mañana era frecuente ver a las mozas con sus cántaros a la cabeza camino de la fuente y, por la tarde, los mozos arreaban a sus caballerías para abrevar en los pilones de la fuente. 



Los novios con los padrinos, junto con el acompañamiento, por la calle arriba camino de la plaza

                         La plaza perdía vida al anochecer. Era el momento en el cual todo el mundo se recogía en sus hogares. Pocos puntos de luz de alumbrado público había en sus esquinas. Puede que alguna palomilla con sus correspondientes bombillas de pocos watios alumbraban la plaza. Llegaba entonces la hora del descanso, de reponer fuerzas y esperar a los primeros rayos del sol con los cuales en la plaza comenzaba otra vez la rutina. 




Anochecer en La Codosera