jueves, 28 de febrero de 2013

EL MOCHILERO


      



Ruta conocida como El Camino de los Contrabandistas.

          La Codosera es un pueblo poco conocido por el resto de los extremeños pero que ultimamente son frecuentes las referencias y documentales aparecidos en los medios de comunicación, dedicados a esta población fronteriza,  al existir un interés generado por el público para acercarse a esta parte tan interesante del denominado territorio rayano. 
                          
             El último en emitirse ha sido esta semana en la que estamos,  donde  hemos podido verlo  en el programa Puerta a Puerta  del Canal Extremadura. 

         El espacio televisivo se fue desarrollando a base de entrevistas realizadas a  diferentes personas  relacionadas con el mundo de la música, la ecología, las tradiciones o la historia, como ha sido el caso Manolo Estrella, el primero que pudimos ver, que es un hombre por el cual la prensa, desde hace tiempo, siente un interés especial, ya que este señor ha  dedicado la mayor parte de su vida laboral al oficio de mochilero.  En la televión pudimos contemplar a un Manolo muy simpático, como es él, acompañado de su esposa, mostrándonos su hogar y  relatándonos sus aventuras de contrabandista. Todo cuanto respondió se refería a sus vivencias y aventuras donde no faltaban los momentos de alto riesgos, en el caso de  que fuesen descubiertos por la autoridad que vigilaba la frontera,  ante el temor que los guardias civiles disparasen y perdiesen la carga de café. Fue narrando las circunstancias difíciles tuvieron que soportar, ante las adversidades tempestivas y penosas, al tener que cruzar arroyos y ríos con el agua cubriéndolos hasta la cintura. Ante las cámaras, desveló que Estrella, por el cual es conocido popularmente, es un sobrenombre que heredó de su padre, a quién de pequeño, fue su abuela la que se lo puso de tanto repetirle que era un niño tan bonito como una estrella.



Caminantes en lo alto de la Sierra

          Os recomiendo que veáis el reportaje completo, que es muy interesante, donde además de Manuel intervienen los componentes del conjunto coral El Brezo, Javier, propietario de una huerta ecológica, Foro, un maestro en  hacer sillas con hondones de enea, Miguel, coleccionista de campanillos y enterrador, Daniel, acordeonista, Gracia Borrego, artesana del estaño, Justo, propietario del Molino del Duque, Constantina y Antonio, un matrimonio mixto rayano, Pepe, coleccionista y técnico en coches antiguos, Manolo, especialista en arreglar acordeones, Antonia, enamorada de la música española y portuguesa y, por último, un matrimonio de alemanes propietarios de una explotación de caballos dedicada a realizar rutas turísticas, llegando incluso, desde La Codosera hasta Nazaret, en Portugal.


Manolo "Estrella"


       Manolo Estrella, en este reportaje, solo traza algunas líneas importantes de lo que fue su actividad de joven cuando una y otra vez cruzaba la frontera, un oficio tan interesante y desconocido que bien merece que, en esta ocasión, le dediquemos nuestro tiempo para conocer porque se generó y como esta actividad, considerada por los gobiernos de entonces, ilegal.
       



Rios y arroyos que tenían que cruzar en mitad de la noche.


          El mochilero,  cuya actividad en la actualidad ya no existe , era una persona que viajaba con el saco a cuesta. Pero los mochileros a los cuales nos vamos a referir, más que viajar, corrían por el campo para ocultarse de los carabineros y guardias civiles  que los perseguían tratando de quitarles los artículos que llevaban dentro de la mochila, principalmente el café.
                                                                                                                                                                                                                                                                
        La historia del contrabando en estas tierras codoseranas es muy antigua y durante años para mucha gente  ha sido la manera primordial de ganarse la vida

            El contrabando ha existido siempre, pero en la frontera portuguesa comienza a desarrollarse con el nacimiento de la Raya a finales del siglo XIX, ya que anteriormente el tratado de Lisboa, por el que se reconocía la independencia de Portugal, otorgaba a los habitantes de los dos países la libre circulación de personas y mercancías. Con la firma del Tratado de Lindes en 1865, se fijó la línea fronteriza y nació la Raya, una barrera impuesta para los ciudadanos que vivían en ambos lados y que tuvieron que aceptar pero que no respetaron.

Atalaya en La Lamparona, un buen lugar para ver si el camino estaba despejado


            Los recelos de Portugal ante una invasión española, fueron la causa de que, hasta la entrada de ambos  países en la Unión Europea, no se firmara ningún acuerdo comercial entre ambos, por lo que, terminada la Guerra Civil española, ante el desabastecimiento de algunos productos de primera necesidad en nuestro país, los habitantes que vivían junto a la frontera se echaron al monte y montaron el negocio por su cuenta, principalmente el del café.

          Los portugueses conocían muy bien el negocio del café, ya que fueron ellos, junto con los holandeses, los primeros que se encargaron de expandirlo por el resto del mundo procedentes de sus colonias de África (Cabo Verde, Angola y Guinea), Brasil y la colonia de Timor en Asia. Los españoles nos habíamos aficionado al consumo, animados por una oferta creciente procedente de las que habían sido nuestras colonias americanas y africanas (Guinea Ecuatorial), incluso la demanda había llegado a las clases con menos poder adquisitivo, ya que tomar una taza era un placer y un acto social  si se realizaba  en compañía de otras personas.




Cerámica situada en la fachada de la fábrica de Café

fachada de la fábrica de café Caracolilho en Arronches.

            El negocio  del contrabando en la frontera fue compartido por españoles y portugueses, ya que ambos se beneficiaron. En la parte de allá se instalaron las industrias cafeteras, y aquí, en suelo español, existían los porteadores, conocedores del terreno. El café se tostaba y se envasaba en los pueblos cercanos a la frontera y, desde allí, valiéndose de los  mochileros-cargueros como piezas fundamentales, entraron en los circuitos de distribución y venta.   
        
            Las  fábricas o torrefactos,  estaban ubicadas en: Elvas, Campomaior, Arronches, La Esperanza, Valdecavalhos, Portalegre,  Alegrete y en el caserío de La Rabaça, junto a la Raya, con sus marcas de Camelho, Cubano, El Barco, La Palmera, La Estrella, El Toro, La Guapa  y El Caracolilho, figurando escrito en cada paquete la frase, torrado a la española, con la que  supieron captar el gusto español.


Contrabandista con el saco a la espalda.

            En esta historia del contrabando, el mochilero fue una figura fundamental, un hombre que formaba parte de una cuadrilla, y por tanto integrado en un equipo perfectamente organizado con los que mantenía relaciones diversas, de las cuales dependía, en gran medida, su integración dentro del entorno del pueblo y el sustento económico de muchas familias. Los mochileros eran personas sanas, fuertes, trabajadoras, audaces, conocedoras del terreno, amantes de la aventura y el riesgo y de condición humilde. A veces, alguno trabajaba en solitario por su cuenta, pero la mayoría  estaban a las órdenes de un jefe y cobrando una comisión o un tanto por su trabajo. Por el alto coste de cualquier pedido, necesitaron la confianza y el crédito de los fabricantes portugueses para saldarlos, cosa que solían hacer a la vuelta de cada viaje.

           Con la carga a las espaldas, los mochileros eran los encargados de pasar la frontera y llevar el café hasta un lugar establecido, donde les esperaban grupos de hombres, provistos de caballerías y furgonetas, que se hacían cargo del material. Las rutas por donde circulaba el contrabando se cambiaban frecuentemente.  El motivo no era otro que, los itinerarios tenían que ser necesariamente modificados como estrategia, ya que un chivatazo daba al traste con la operación. Otras veces, se decidía al salir, sobre la marcha, en función de la información que se tuviese de por donde habrían de estar los civiles. Para despistar a los agentes, al pasar la frontera, recurrían a su astucia, dando un largo rodeo hasta enfilar el camino elegido. Otras veces, al pasar por lugares donde dejaban huellas, lo hacían de espalda, reculando, intentando que, al marcar las suelas de sus zapatillas en la tierra, se confundieran.

Casa cuartel de la Guardia Civil


            El equipo estaba formado por un encargado, que podía ser la persona que corría con el coste económico de la carga,  y en otros casos, este mochilero era el hombre de máxima confianza de terceras personas, las cuales costeaban el dinero para la operación pero que no figuraban físicamente entre los porteadores. Otra figura  a destacar dentro del grupo era el guía. Esta persona tenía que reunir unas cualidades que no todos poseían. Lo primero, ser conocedor del terreno y de las rutas por donde habrían de pasar, caminar en solitario en posición adelantada sobre sus compañeros, tener un oído muy fino y un sexto sentido para darse cuenta del peligro que suponía ser descubiertos,  cuando la pareja de los carabineros los acechaban. 


         Había mochileros que llevaron el café hasta pueblos de la provincia de Cáceres,  por donde circulaba el tren de la línea Lisboa-Madrid. Los intermediarios los citaban en  estaciones  retiradas de la población, poco iluminadas,  y por las cuales pasaban los trenes en horas nocturnas, aunque apenas paraban porque no había viajeros a esas horas de la noche. El café lo tenían que cargar en los vagones donde iba el carbón y realizar la operación sin que la pareja de civiles, que viajaba en el tren, se dieran cuenta. Esperaban a que el tren arrancara, quedándose agazapados en la oscuridad, todos en hilera y junto a la vía. Los maquinistas, que también estaban en el negocio, en un lugar convenido aflojaban la marcha de la locomotora y, unas veces con un gancho de hierro y otras alargando simplemente el brazo, izaban las mochilas, escondiéndolas rapidamente entre el negro carbón. Además de  los maquinista,  en el negocio del café estaban, fogoneros, camareros, revisores y mozos, casi se podía decir que los trenes que circulaban en dirección a Madrid, procedentes de Portugal cruzando Extremadura, cuando llegaban a su destino iban cargados de café y los funcionarios, que vivían con sueldos muy bajos, cobraban el porcentaje correspondiente por hacer la vista gorda.

Teniente de la Guardia Civil con vecinos del pueblo.


            Ante el crecimiento del consumo de café portugués en España, la autoridades decidieron aumentar el control en el territorio fronterizo y para tal fin se construyeron las casetas de Guadalta, cerca de El Marco, y de Bacoco, en el otro extremo de la frontera.

            Hace poco tiempo, cuando se presentó el libro “Contrabando: La Vida en la Raya”, en las instalaciones de los apartamentos rurales de lo que fue el Cuartel de Bacoco, uno de los presentes era un guardia civil retirado, que vive en Badajoz, pero nacido en La Codosera, el cual había estado muchos años destinado en este cuartel. Este señor le contó a los presentes una experiencia vivida en sus días de servicio por estas tierras, al escuchar en uno de los bares de la zona, el comentario que cierto  contrabandista  había manifestado, jactándose que él pasaba de Portugal el café que quería y los guardias civiles no tenían agallas para cogerlo. Herido en su amor propio, pidió permiso a sus jefes, y como sabía el lugar donde vivía su hombre, le montó guardia. Eligió un buen olivo y un lugar donde subirse sin ser visto y pasó dos días enteros en este escondite. Estaba cerca del río y comentaba a los presentes lo divertido que había sido ver a las mujeres lavando la ropa en el arroyo, sin ser visto. Su constancia dio resultado y cogió infraganti a nuestro hombre sin que éste se diera cuenta siquiera que había sido espiado. Este guardia comentaba que lo que más le dolió es que menospreciara al Cuerpo en público y así se lo dijo cuando lo detuvo, quitándole el saco de café que llevaba a cuesta.

               Mochileros y guardias civiles siempre se llevaron bien y en ocasiones unos y otros se hacían favores, llegando a pactar, en algunas ocasiones, dejarse quitar alguna carga y en compensación ellos hacían la vista gorda en las siguientes.



Calleja de la Sierra, otra de las rutas frecuentada por los mochileros.

           El mochilero era una persona con bastante tiempo libre, con dinero efectivo en el bolsillo y, todo ello, sin tener un trabajo fijo, por cuanto, su condición del oficio al que se dedicaban, era conocida por los civiles. No obstante fueron buenos amigos y juntos era frecuente verlos jugando a las cartas o tomándose unos chatos de vino.

             


                                             

martes, 19 de febrero de 2013

TODO CAMBIA


                  Paisaje de La Codosera            
                   Hasta hace cuarenta años, La Codosera era un pueblo con sus calles empedradas unas y de tierra compactada otras. Sus plazas, ejidos y callejas, eran vías necesarias para el tránsito de personas y animales, sobre las que comenzaban a circular los primeros automóviles. Sus vecinos presumían de una estupenda fuente, de la que se abastecían, no solo ellos, si no el ganado vacuno y caballar de los que en aquellos años abundaban. Pero quizás de lo que se enorgullecían las amas de casas era de tener uno de los pueblos más blancos de Extremadura. Para lograrlo, era frecuente que en cada casa de vecino existiera un bidón o recipiente adecuado donde no faltaba la cal blanca ya preparada para encalar.

 

                  El objetivo de mantener las fachadas relucientes, no solo era la meta de cualquier mujer dueña de su casa, si no que, en determinadas fechas del año, antesala de ferias y fiestas populares, el alcalde, mediante un pregón, se encargaba de recordárselo, advirtiéndoles que aquellos propietarios que obviaran esta obligación, se les sancionaría.

 Edificio antiguo del Ayuntamiento

                  Con la llegada de la primavera, cuando llegaban los días soleados presagiando que la Semana Santa estaba cercana, comenzaban a pintarse las primeras casas. Se encalaban las paredes que daban al exterior de la vivienda, el interior, y las zonas anexas. Eran  días de mucho trabajo y por tanto había faena para rato, después de haber pasado aquellos inviernos fríos y lluviosos que hacían que el verdín saliese a flote en los parámetros donde el sol no llegaba.


                   Este tipo de faena, limpiar y blanquear a mano, utilizando cañas largas con un pincel atado en un extremo para llegar a los lugares más altos, daba trabajo a cantidad de obreros de ambos sexos. Las mujeres solían ser las que se llevaban la palma con el pincel y los hombres transportando las piedras traídas desde la mina de La Calera utilizando carros por el excesivo peso de los materiales. El negocio de la cal fue otro de los que prosperaron en aquellos años, donde se colocaban cuantos hombres lo deseaban. Solo se necesitaban ganas de trabajar, una bestia o un carro y salir a la carretera recorriendo los pueblos cercanos, donde seguro que,  las piedras de cal, se las compraban.


                                                 Calle Alta y Castillo

                         En aquellos años, La Codosera era la capital de la cal y por tanto, un pueblo que exportaba este valioso mineral, no podía tener una imagen de suciedad. Pero, un día llegó el fenómeno de la emigración, y las familias dejaron sus casas, muchas heredadas desde  varias generaciones atrás, y se marcharon a otros lugares, allí donde había un trabajo bien remunerado, unas protecciones sociales y un futuro mejor para sus hijos. Cerraron las puertas y quedaron la vivienda vacía de muebles y de vida. Hubo calles en las cuales se marcharon casi todos los vecinos, si no todos, algunos de sus miembros emigraron. Por poner un ejemplo, en la calle donde yo vivía y comenzando por la parte de la Fuente. Lo hicieron los hijos de María la Malaca, los de Leopoldo Lucio, los de Joaquín y Dolores, los Chancayos, los de Javier, los Barberos, los Olmos, la familia de Dolores Lucio, la de Agustín Costo, la de Angelita la Churrera y, en la esquina, la familia de la señora Paula Barroso. Me he saltado un casa, la de Maria Isabel Mero, y es porque, al fallecer la dueña, la vivienda se quedó vacía.


                            Las familias se fueron pero quizás, a diferencia de otros lugares donde se dieron las mismas condiciones migratorias, aquí las casas estuvieron cerradas poco tiempo. El tiempo que tardaron los propietarios en llegar a sus nuevos destinos, allá en las ciudades, y darse cuenta que era mejor comprarse una vivienda que pagar un alquiler.

 Calle Santa María

                            No hubo problemas para vender sus viejas propiedades. El progreso había traído el automóvil y también la construcción de carreteras alquitranadas, que los vecinos asentados en los extrarradios, recibieron con alegría. Los caseríos comenzaron a comunicarse con el pueblo y a comprobar que vivir en la ciudad era mejor que vivir en el campo, donde no había luz eléctrica, ni teléfono, ni farmacia, ni casi de nada y donde los hijos de aquellos que se habían quedado junto al terruño, podrían ir al colegio sin tener que caminar varios kilómetros cada día. Y comenzaron las ofertas. Los que vendían, que apremiaban, y los que compraban, que iban a banco a pedir los préstamos. Y hoy una, y mañana  dos, se fueron vendiendo todas.


                            Los del campo se vinieron a vivir al pueblo gracias, como ya hemos dicho, al automóvil, que en cuestión de minutos ponía a su furgoneta en su parcela cada día, donde podía atender al campo y a los animales y regresar cada noche a dormir con su familia. Y el pueblo fue cambiando. Se fueron los que hablaban castellano, los que conocían a Portugal solo de oídas, muchos ni siquiera habían ido a las fiestas de los pueblos de más allá de la Raya, y vinieron los otros, los nuevos propietarios, los que hablaban el portugués como primera lengua,  los que tenían sus primos y parientes de la Raya para allá, con sus costumbres y formas de vestir de otra manera.  Y mandaron a sus hijos a la escuela, hablando portugués hasta la misma puerta de las aulas, donde los profesores le exigieron que dejaran de hacerlo, que aquí se hablaba de otra manera y comenzó el mestizaje, de ideas y de gustos.

 Barrio de La Luz

                                Y las calles del pueblo comenzaron a cambiar. Muchas fachadas dejaron de ser blancas y aparecieron sobre ellas los ocres, los azules cobalto, los rojos.., mientras que el blanco se iba perdiendo. Y se perdieron también los empedrados de las calzadas para dejar paso al cemento, dicen que para que a los coches  no les fallaran los amortiguadores. Y, hoy una, y otra y otra, el cemento llegó a calles y plazas mientras que las piedras traídas de los ríos y colocadas cuidadosamente en el firme por los maestros expertos, dejaron de brillar cuando la lluvia lavaba su superficie. En las calles los charcos desaparecieron porque el cemento y el alquitrán se lo impedía y los niños dejaron de caminar con zancos y jugar a la picota porque ya no había tierra ni barrizales donde hacerlo y dejaron de salir solos a la calle, a unas calles que ya no eran todas blancas, eran y son  de otros colores.  

lunes, 18 de febrero de 2013

EL DOBLAO


                                         Caballos en La Codosera


       Hoy les voy a hablar de la importancia que tuvo el doblao en los pueblos de la Raya como espacio indispensable en la economía de cualquier familia de clase media e incluso obrera.


        
Tierras de labor en la zona de la Raya

          Ya, en la época de los romanos, cuando nuestra región era parte íntegra de su vasto imperio, en el mundo rural, los agricultores construyeron trojes dentro de las viviendas, especie de compartimentos en el suelo para almacenar el grano. Con el tiempo y a medida que aumentó el consumo, necesitaron grandes espacios para guardar sus reservas, habilitando como almacén la planta alta de la vivienda a la que, aquí, llamamos  doblao.

        Labradores de la Raya. La familia Perera       

          Los doblaos tenían las mismas dimensiones que la planta baja y contaban con ventanas y balcones que daban al exterior. Los techos interiormente, se dejaban sin recubrir, quedándolos lo que se llama cubiertas a teja vana. Se utilizaban tejas curvas, del tipo  árabe que, para sujetarlas, empleaban tablas de madera separadas unas de otras, lo imprescindible para que no se cayeran. De esta manera, como eran de fácil colocación, permitían al dueño, en caso de roturas, subirse al tejado y  reemplazarlas con facilidad. A este tipo de trabajo se le llamaba correr el tejado, porque no solamente se rompían las tejas, si no que muchas de ellas se movían de lugar ocasionado filtraciones, bien por efectos del aire huracanado o cuando los gatos correteaban por encima. Hasta que desaparecían  las goteras, era frecuente ver  cubos  y otros recipientes,  colocados debajo para recoger las aguas.  Hasta la llegada de la teja fabricada en grandes cantidades, en el pueblo hubo dos tejares, uno en el Potril y otro en el Marco, que abastecieron el consumo local.

 Cuadrilla de segadores del pueblo

                 Además del grano, también se guardaban, hasta iniciar los trabajos de la próxima cosecha, los aperos de labranza y, en algún rincón donde no estorbasen,  baúles,  unas veces nuevos  y otras  viejos y deslucidos, pero con historia, por lo mucho que habían viajado. El baúl fue un mueble muy importante en el hogar, imprescindible cuando se iniciaban las compras a la niña, para guardar dentro todo aquello que un día cuando fuese mayor sería su  ajuar de novia. Los baúles, a los que también se les llamaban arcas,  solían tener tapa convexa. Los había de distintos modelos y para todos los gustos. Normalmente iban cubiertos de piel, de tela o de cualquier otro material elástico y resistente.  Por dentro, iban forrados de tafetán o de papel para evitar la humedad en las prendas del ajuar. Un dicho muy del pueblo se refiere a la mujer cuando salía a la calle muy bien vestida y como admiración se le decía que “llevaba encima el baúl y la tapadera”.


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               El armario y las maletas jubilaron a los baúles. Hubo quienes los tiraron, mientras que otros los llevaron al desván, al viejo doblao, donde seguramente algunos continúan. Por Carnaval, levantaban la tapa, y de él sacaban la ropa pasada de moda con la que se disfrazaban. Además de trajes antiguos, dentro de los baúles había recuerdos de otras épocas. Era el lugar donde, atadas con cuerda fina, permanecía dormida la correspondencia junto a fotografías de familiares y amigos casi olvidados.



Los productos derivados del cerdo colgados en el caniso, mientras el fuego seca la humedad de la estancia hasta el proceso final de curación de las carnes.


                   Los doblaos también jugaron un papel muy importante como lugar donde curar y guardar los productos de la matanza. Este tipo de construcción, al carecer de material aislante bajo su cubierta, era el lugar primordial para guardar las carnes en salazón y los embutidos. El frío intenso de los meses de invierno se filtraba fácilmente a través de las tejas imprescindibles para curar los embutidos, los cuales permanecían colgados de los canisos, especie de cuadrado construido con varas finas. A su vez, el caniso permanecía en aire colgado por los extremos y sujeto con grandes alcayatas clavadas en las vigas que sujetaban la techumbre. Era imprescindible que debajo de éste y en el suelo, hubiese una piedra de granito donde hacer lumbre. Uno de los visitantes necesarios que solía haber en el desván era el gato de la casa para espantar a los ratones que merodeaban por allí. Para evitarlos, los canisos se sujetaban de las alcayatas del techo con alambres gruesas, y a mitad de las mismas se colocaban barreras de paso, consistentes en discos metálicos para que no pudieran deslizarse. Un utensilio necesario en la curación de la chacina, era la horquilla con palo largo, con la cual se alcanzaban los colgaderos y se bajaban.  



Nuevas construcciones en La Codosera

               Por ser la estancia de la casa más solitaria, a muchos niños, sus madres los dejaban subir la escalera y llegar a la planta de arriba, donde jugaban sin molestar a nadie. Jugaban los niños y correteaban los gatos, de los que en cada casa de vecino había unos cuantos para espantar a los ratones. En épocas de celos, los gatos tenían sus escarceos amorosos y la hembra allí paría sus gatitos que  cuando crecían, un día bajaba por la escalera, seguida de su prole,  para presentárselos a los dueños de la casa.

Cacharros viejos

            Cuando llegó el progreso y el país se modernizó, el doblao desapareció. Los propietarios se encontraron con una infraestructura que les vino muy bien para agrandar su vivienda con habitaciones más confortables de acuerdo con el confort que los tiempos modernos trajeron al país. En algunos casos, en el doblao se construyó una segunda vivienda que les vino muy bien a los padres para que la habitaran sus hijos al casarse.


sábado, 16 de febrero de 2013

EL TIO PEQUENO



Paraje de Bacoco en la frontera con Portugal. 

             La libre circulación de personas entre los territorios de España y Portugal fue una de las cláusulas pactadas en el tratado de independencia de los portugueses en el año 1648 y, aunque en la práctica a través del tiempo, dichas normas no se respetaron, para los ciudadanos asentados en las zonas rayanas,  no hubo obstáculos ni impedimentos para circular y asentarse en aquellos lugares que, por vínculos familiares, por intereses económicos o de amistad, creyeron oportuno quedarse a vivir.  Y es precisamente en La Codosera donde  estas circunstancias se encuentran más generalizadas.

En el aspecto económico y hasta mediados del XIX, las reyertas en la zona de la raya eran frecuentes por la indefensión administrativa que tuvieron que sufrir sus habitantes al no existir jurisdicción sobre las propiedades de la franja fronteriza denominada tierra de nadie.  


Las torres de La Codosera. 


La inexistencia de comunicaciones entre estos territorios para comunicarse con los núcleos urbanos mejor situados, fue otro de los factores que hizo que las personas que habitaban en caseríos perdidos en la distancia, se acostumbraran a arreglarse los problemas por su cuenta sin tener que recurrir a leyes, que para ellos no existían.

Entre las personas que circulaban en tiempos pasados sin la  documentación necesaria por nuestro país, hasta su fallecimiento en los años ochenta, en La Codosera vivió un personaje muy singular de procedencia portuguesa sobre el que vamos a tratar de hacer una semblanza, nos referimos al señor José, conocido con el apodo del Tio Pequeno.





El Tío Pequeno, en el centro de la imagen.
              
                Conocido por sus excentricidades, no se le conocía mujer y vivía en la ribera de Jola, en una casita situada en una finca de su propiedad, acompañado de una fiel asistenta que le cuidaba. Esta señora, además de cuidarle y realizar las tareas domésticas, trabajaba como un obrero más en las faenas agrícolas y cuidando el ganado, de sol a sol, como era preceptivo en aquellos duros años de los que hablamos. 

                  Sin apenas saber leer ni escribir,  estaba dotado de una imaginación fuera de lo común. Dionisio Nicolás, es uno de los vecinos del pueblo que, conociéndolo desde su infancia, no dejó de tratarlo a lo largo de su vida.   Sus contactos se iniciaron en los años de pos guerra,  cuando de pequeño iba junto con otros compañeros a comprarle la corcha que, posteriormente y de

de contrabando llevaban a Portugal.


Castillo de Alegrete. 


-"Éramos un grupo los que nos dedicábamos a pasarla, cada uno de nosotros cargaba la que con sus fuerzas podía hasta llegar mas allá de la la frontera, en la ribera de Alegrete. Desde allí, cuesta arriba, subíamos hasta  lo del Pirulito, un negociante de la Raya que nos la compraba. Como nosotros, al negocio de la corcha ibamos un grupo importante, así que, el día que ibamos a por ella en la finca del señor José donde, su costumbre era estar presente en el trato, a pesara de tener contratados unos cuantos de trabajadores. Uno de ellos era su encargado, en el que despositaba su confianza,  sobre todo el que vigilaba que el peso fuese correcto, suponemos por su seriedad al ser guardia civil retirado. Lo de trabajar los civiles cuando se retiraban era casi normal, el encargado no solo trabaja con el señor José si no, cuando llegaba a casa, lo hacía en su taller como zapatero. Sin embargo, para con el dinero, el señor José no se fiaba de nadie y para cobrarnos la corcha nos esperaba a la salida de la finca, dentro de una especie de cobertizo que se habia montado con su ventanilla inclusive. 




Proximidades de Alegrete. 

A simple vista, nada más verlo, se apreciaba por su figura y sus vestimentas que era un hombre rayano, además de enjuto, de baja estatura, con ojos pequeños y un gran mostacho. De piel curtida,  quemada por la cantidad de horas que pasaba expuesto al sol. En invierno su capote alentejano era parte de sus vestimentas sin olvidar el acento portugués que le delataba su procedencia. 

  Para sujetarse el pantalón utilizaba tres cinturones a distintas alturas de la cintura que tenían su explicación. Como padecía de una hernia inguinal y, a modo de braguero, de una tabla de madera  había hecho una pieza a medida para sujetársela  con un par de cinturones,  siendo el tercero  para apretarse los pantalones. 

Su casa, en el paraje de la ribera de Jola  no estaba lejos del casco urbano, al que se desplazaba con bastante frecuencia utilizando su vieja burra. Nuestro Amigo Dionisio aún recuerda la cantidad de veces que le vió  entrar en la fragua donde el trabaja para encargar algunas de sus invenciones 

   Uno de los primeros encargos que le hizo al herrero fue el sombrero de lata  para no mojarse cuando llovía. Como le fue bien, en los diás posteriores encargó algunas unidades más para sus empleados. Posteriormente y de chapa, encargó un carro con el que llamaba la atención del vecindario, por el ruido que hacían las latas circulando por las calles del pueblo. Del carro pasó a las tejas de la casa que las sustituyó por planchas metálicas, con lo que acabó con las goteras. Después del primer carro de lata encargó otro con ruedas desiguales,  una mayor que la otra, con objeto de utilizarlo en su finca, donde parte del terreno estaba inclinado. El único problema del carro que no resolvió fue tener que circular, girando alrededor del cerro, siempre en la misma dirección. 

Le encantaba la disciplina que sumándolo a su seriedad como persona, hacían de él un hombre honesto y cumplidor con sus compromisos. 

 En uno de los viajes que hizo a Badajoz, en las calles próximas a la Plaza Alta, encontró una tienda donde vendían ropa usada de militares. Cuando salió de allí había comprado  uniformes completos para cada uno de sus empleados, entre los cuales había uno con galones de cabo, que se lo adjudicó al encargado, y a los demás los vistió de soldado raso.

Vistas de La Codosera y su entorno.

Un día que vino a la feria, al ver el carro de los helados, se quedó pensativo y propuso al feriante que se lo vendiera. Le compró carrito estrecho con cuatro ruedas, donde cabían dos garrafas, espacio que utilizó aquel año cuando sacó las patatas de la tierra, y el carrito,  al ser tan estrecho, cabía perfectamente por los surcos sin dañar a  las plantas.

Mientras que la mayoría de las gentes iban a buscar el agua a la fuente, a su casa llegaba sola.  Sin que nadie le asesorar, sin ayuda de nadie, instaló una serie de tuberías que, cruzando un terreno irregular de fuertes altibajos para que llegara el agua hasta su casa.

La vivienda tenía una única habitación donde repartidos por la estancia, están  los enseres imprescindibles para subsistir. En una esquina sobre una piedra  hacía la lumbre sobre la que apoyaba la trébede, sobre la que cocinaba. En el centro había un una mesa rodeada de algunas sillas y, más alejado, unos cuantos asientos de corchos, hechos a mano, que bordeaban el hogar.

De la misma manera, las camas eran originales. En una de la paredes había cavados dos huecos a media altura, uno para él y  el otro para la señora, especie de nichos  forrados de piedras de pizarra donde, ambos y por separado, dormían plácidamente.


Atardecer en La Codosera. 



Con los años se hizo mayor y su salud se vio mermada, por lo que,  sus problemas de movilidad le obligaron a tener  que abandonar su peculiar cueva  y comprarse una cama. Aún acostado en ella le costaba incorporarse cada día, por lo qué, se pasó por la herrería y compró algunas carruchas o poleas que ancló en el techo de la habitación, por las que pasaba una cuerda resistente que, tirando de ellas, utilizaba cada vez que tenía que levantarse.

        Con su fallecimiento, el pueblo perdió a uno de sus personajes populares más peculiares, un buen hombre, trabajador, responsable y muy querido por sus vecinos, en un pueblo que,  como La Codosera, a nadie se le pregunta, desde siempre, de donde viene, si no que, como al señó José, se le abren los brazos y se celebra que aquí se quede a vivir, un lugar donde, por muchos motivos, merece la pena. 

viernes, 15 de febrero de 2013

CHANDAVILA




Cartel anunciador Abril 2009


       La Codosera es un municipio muy conocido dentro de la región extremeña por su proximidad a Portugal, por sus paisajes encantadores, por sus típicos caseríos blancos con tintes lusitanos, por los ríos de aguas cristalinas que surcan el entorno y, sobre todo, por sus gentes, que cautivan al viajero por la hospitalidad que les brindan. Aunque a pesar de todo, el pueblo es conocido más allá de sus fronteras por encontrarse en sus proximidades el Santuario de Chandavila, en cuyo lugar se venera a la Virgen de los Dolores de Chandavila.


Santuario de Chandavila


       Mas que explicaros lo que representa este lugar para el mundo cristiano, os dejo los enlaces donde podreis ver el programa que en su día emitió TV-4.

http://www.youtube.com/watch?v=xg-7HsSJOIM

http://www.youtube.com/watch?v=u7piuq5A1VE

http://www.youtube.com/watch?v=eG8yIUMupN8

        Si importante es este lugar como centro de peregrinación para que los files que,  con fe, hasta aquí llegan en cualquier época del año, no lo es menos para los vecinos del pueblo, los cuales lo sienten como suyo y procuran que las instalaciones permanezcan en inmejorables condiciones para que los visitantes se encuentren a gusto durante el tiempo que aquí permanezcan.




Chandavila

       Este trabajo de mantenimiento requiere un esfuerzo por parte de la Cofradía,  como encargada de coordinar   cuantas actividades aquí se celebran, debido a que, de este Santuario piden información  gentes de toda la geografía española, así como también de muchas ciudades y pueblos de fuera de España. 

     Me comentan que, hace pocos días, en la sede de dicha cofradía, se interesaron por la historia  de las  apariciones, ciudadanos procedente del Estado de Florida (Estados Unidos), concretamente una célebre escritora, Joan Carrol Cruz, que es autora especializada en religión, ya que, según comentó telefónicamente, desconocía que hubiese una aparición en la advocación de dolorosa.

     También señalan estas fuentes, que no solamente llegan peregrinos españoles, si no que son  numerosas las personas que aprovechando nuestra cercanía con Fátima, pasan a visitar el templo. Una costumbre muy extendida por estos fieles, es solicitar  los libros de firmas, ya que es ahí donde dejan su saludo, así como su explicación sobre la ruta que han seguido, además de su lugar de procedencia.

     Uno de los comentarios más extendidos y que llama nuestra atención, es la admiración demostrada por este lugar, destacando que, a diferencia de otros, aquí se respira espiritualidad, sosiego y paz, cosas que la mayoría de ellos  buscan en Chandavila.

                           

Chandavila. Vista aérea





 http://www.youtube.com/watch?v=P6bistYbG2Q

miércoles, 13 de febrero de 2013

LOS CHOZOS


             


Paisaje de La Codosera en el año 1950


                   Hablar de los chozos en la zona de la Raya es rememorar a una de las construcciones rurales mas representativas y emblemáticas, no solamente de aquí, si no de toda la región extremeña. No hace tantos años, el chozo era una construcción necesaria, anexa en cualquier cortijo o casa de labor, a la que llegaban obreros para realizar faenas agrícolas. Los vecinos más antiguos del lugar recuerdan que en sus años mozos, cuando una familia de jornaleros se desplazaba  temporalmente a trabajar fuera del pueblo, si en el cortijo de acogida no había alojamientos para ellos, los dueños de la propiedad le daban permiso para que construyeran un chozo para poder alojar a su familia. Por el riesgo que entablaba hacer fuego para cocinar en el interior, muchas familias optaban por construir un segundo chozo auxiliar del primero,  separado de éste, donde instalaban la cocina. De esta manera, en caso de incendio, cosa que solía ocurrir muy a menudo,preservaban de las llamas el pequeño ajuar que guardaban en el  principal. 

                     Su construcción está supeditada a los diferentes materiales necesarios que se encuentren en los alrededores. En los que aquí se construyeron, utilizaron principalmente retamas o escobas, de las que abundan en la zona, reforzada la parte baja con piedras secas, tal como se observan en el que aparece en la imagen que les muestro. 

                     Hasta mediados del siglo pasado, los chozos abundaban en los caseríos fronterizos y fueron muchas las familias que los habitaron y en algunos de ellos, las madres trajeron a sus hijos al mundo, utilizando para alumbrarse la luz de un candil. 

                      . 

                       

                Cuando las condiciones económicas fueron a mejor, el chozo pasó a ser una construcción secundaria utilizada para guardar algunos algunos aperos, gallinero o resguardo de algún que otro animal
       

                    En la actualidad el uso del chozo no se ha perdido, y lo encontramos habitables en algunas propiedades como elemento decorativo en construcciones señoriales o como un reclamo turístico, en instalaciones hoteleras.