martes, 19 de enero de 2021

Melchor Parrón Carrión, el adiós de un amigo.

 


Con su hija y su nieta


LA CODOSERA y sus hijos centenarios. Melchor Parrón Carrión.

“Algo se muere en el alma, cuando un buen amigo se va”. Si, cuando a partir de ahora, pasemos por la carretera y miremos a su puerta, notaremos un vacío muy grande por algo nuestro que se nos ha ido. Los Magos de Oriente, igual que un 6 de enero de 1920, nos lo trajeron, han decido la hora de su destino final, pero, seguro que algo suyo se queda con nosotros, con su familia, con sus vecinos, sus amigos y su pueblo, al que nunca abandonó. Aquí nació y aquí vivió los 101 años que la vida le dio.


Con su cañita de cerveza.

 Vino al mundo en el seno de una familia numerosa, como pocas había en el pueblo, rodeado de sus once hermanos, de una madre maravillosa, Soledad y de un padre inteligente y trabajador Ovidio. No eran tiempos fáciles los que a lo largo de su vida le tocó sortear. Con dieciséis años, la Guerra Civil con casi tres de penurias y zozobras, después, los tiempos del racionamiento, del salvoconducto y del sí señor, lo que usted diga. Conoció, porque no le quedó otra, cuando tenía veinte años, el estraperlo y el contrabando. Aprendió a caminar por las trochas y veredas que le conducían a Portugal, con un regreso nocturno, difícil y peligroso, a veces caminando solo y otras en grupo, vadeando ríos y en ocasiones, con el agua por la cintura cargando con la mochila a cuesta. Fue contrabandista cuando no le quedó otra, como lo hicieron mucha gente del pueblo, una forma de subsistir porque otra cosa no había.


Con sus nietos. 

Por su carácter bonachón, trabajador y buena persona, fue muy querido por cuantos le conocieron. Un hombre muy familiar. Su hija y su yerno, sus hermanas, sus sobrinos, sus nietos, a los que adoraba, su pueblo, todos lo han querido muchísimo. Melchor se ha ido, nos ha dejado, pero seguro que va a estar por aquí con todos nosotros, porque no lo vamos a olvidar ya que, a las personas que se las quieren, no se marchan. Siempre lo vamos a recordar y, a partir de ahora, cuando pasemos por su puerta, miraremos al cielo desde donde, seguramente, nos estará contemplando. Amigo Melchor, allá donde estés, un abrazo muy fuerte.



Con su nieto.