jueves, 18 de abril de 2013

ROMERIA DEL REY SANTO


   


              Con la llegada del buen tiempo, en pueblos y aldeas, comienzan las romerías, una sucesión de fiestas que no terminarán hasta finales del verano.

               En La Codosera y sus proximidades son conocidas la de Chandavila, Lavarse, San Isidro y Carrión.  Antiguamente se tenían noticias de las que se celebraban en territorio portugués siendo pocos los vecinos que se atrevían a cruzar la raya.

             Una de estas romerías, o romaría, como le llaman los portugueses, desde tiempos antiguos se celebra próxima a La Codosera, cerca de la freguesía de La Esperanza, a la que llaman del Rei Santo. En esta ocasión, el pasado día 14 de Abril,  tuvo lugar el evento a la cual han asistido cantidad de españoles codoseranos, y romeros venidos de los pueblos próximos portugueses, Arronches, Mosteiros y la misma Esperanza.

               En las fotos que os muestro veréis que la ruta discurre por un paisaje frondoso y bellísimo, dentro del Parque Natural de la Sierra de San Mamede, con las que espero disfruten




Salida de romeros de La Codosera




Inicieando las cuestas de la Sierra




Sorteando baches








Caminando por laderas





Romeros de Arronches llegan por carretera




Bellas estampas de primavera






Hubo quienes prepararon los carros



Los grupos van llegando




Hubo quienes llevaron sus sillas 



Hay que reponer fuerzas

Y no regresar sin haber bailado



Después de visitar al  Rey Santo para que nos protega.

jueves, 11 de abril de 2013

LAS CAMPANAS




           


LAS CAMPANAS
               
El campanario de la iglesia parroquial. 

           
         Recientemente, en un comité oficial reunido en Rabat, la Unesco ha declarado el toque manual de campanas en territorio español como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

        La campana es uno de los instrumentos musicales que perdura en el tiempo. Su uso procede de Oriente y  fueron los primeros cristianos quienes las introdujeron en España.  Su popularidad y tamaño aumentó a medida que se construían nuevas iglesias y monumentales catedrales con grandes torres y bonitos campanarios .

              Dentro del organigrama de templos rurales, el toque de campana fue considerado desde siempre casi un arte. En principio fueron los sacristanes los encargados y cuando éstos desaparecieron, los monaguillos.

              En la España de Posguerra, el peso que tuvo la iglesia católica en la población española fue muy importante y por ello a los actos religiosos se les daba un trato preferencial. Esta deferencia hacia las actividades eclesiásticas, el pueblo llano lo apreciaba por la cantidad de veces al día que las campanas sonaban.



Las campanas de la iglesia. 


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              Cualquier día de la semana, desde siempre, con el toque de campanas se convocaba a los fieles para asistir a  la Santa Misa. A las doce el Ángelus, que solía rezarlo cada cual allá donde estuviere y por la tarde la llamada era para asistir al Santo Rosario. Eran toques fijos pero había otros circunstanciales. por ejemplo,  sonaban cuando el sacerdote abandonaba la iglesia para asistir a un enfermo y no dejaba de hacerlo hasta que regresaba con los Santos Óleos. Éste toque, hoy ya desaparecido, es uno de los sonidos  tristes por cuanto el vecindario intuye que alguien de sus conocidos se encontraba grave de salud y próximo a fallecer.  En este caso los monaguillos que acompañaban al clérigo no paraban de tocar la esquila por las calle mientras que los transeúntes, al paso de  los Santos Sacramentos, adoptaban la posición de rodilla en tierra, descubriéndose los hombres y santiguándose las mujeres. 

              En caso de algún fallecimiento, se le comunicaba a la parroquia y ésta a los vecinos a través del toque, doblando las campanas.






           Ermita de la Vgen de la Luz. (Cementerio), con su campanario.

           Aparte de la Misa diaria obligatoria para cualquier sacerdote, domingos y festivos celebraban algunas más, a la que, por su espectacularidad, a una, se le llamó Misa Mayor. La forma de anunciar a los fieles que era festivo y por tanto obligación de asistir al culto, se realizaba con un sonoro repique de campanas.

              Asistir a Misa de Doce en los pueblos rurales era, en la España llamada del nacional catolicismo, además de un precepto, un acto social muy importante a la que asistían sin excepción, las autoridades locales, los maestros, los niños a partir de haber hecho la primera comunión, algunas señoras casadas, la mayoría de jóvenes y casaderas y un nutrido número de hombres y jóvenes. Autónomos, obreros y jornaleros de cualquier actividad solían trabajar todos los días de la semana, incluidos domingos y festivos por lo que difícilmente podían cumplir con este precepto religioso.  Durante la liturgia, las mujeres ocupaban los bancos delanteros y un par de ellos, en la parte de atrás, reservados para los hombres. Con tan poco espacio, estos últimos, la mayoría, se quedaban de pie. 

Ermita de San Miguel, con su campanilla.
 


                Además de los bancos normales, se podían ver los llamados reclinatorios propiedad de señoras del pueblo que, costeados con su dinero, los habían encargado al carpintero. Para no entorpecieran el paso, se colocaron en lugares donde no dificultar el paso. Fueron lo que se llamó un mueble de rezo,  un asiento pequeño y bajo, construido de madera ornamental, equipado con un pasamanos para apoyarse y, además con una pieza acolchada sobre la que se arrodillaban. Solían ser diferentes los unos de los otros para ser identificados fácilmente por sus dueñas. La propiedad se respetaba y nadie que no fuere el suyo, lo utilizaba.

              Según corrían los días del calendario, como una excepción, en Semana Santa, las campanas quedaban mudas por el sentimiento de  la muerte de Cristo, donde,  hasta los cencerros que portaban reses, cabras y ovejas, sus dueños se los despojaban. La matraca fue su sustituto. Los monaguillos delante y la chiquillería detrás, recorrían calles y plazas gritando a coro, --¡El primer toque para la procesión!,  entre el tronar de los hierros retumbando sobre las tablas.

            Y así fue como antaño comenzaron a construirse estos instrumentos musicales, hechos con tablas de maderas con bisagras y herrajes superpuestos, para armar la mayor de la bulla posible.  Dicen que fueron los árabes quienes las introdujeron en España, pero las que hemos visto en otros lugares no se parecen en nada a las que en el pueblo se usaron. La matraca foránea es una especie de carraca con un martillo que va golpeando la tabla cada vez que da vueltas. Las de aquí eran más sencillas, construida con materiales asequibles, una tabla lisa con una abertura como asa, y en el centro piezas de hiero basculantes que, dependiendo de la pericia del niño, sonaban con más o menos intensidad. En cada casa, como mínimo, había una para cada hijo pequeño que se guardaban en el desván y se heredaban de los mayores mayores a los pequeños cuando estos tomaban el relevo.


La torre del reloj y su campanario. 


          Cada campana expresa un mensaje, buenos a veces y en raras ocasiones malas noticias, poniendo en pie al vecindario, tal como ocurrió en La Codosera a finales de los años cincuenta, cuando a media mañana con su repiqueteo sobresaltaban a los vecinos que algo trágico estaba ocurriendo. Efectivamente en pocos minutos todo el vecindario se enteró que la fábrica de harinas, situada a un kilómetro del casco urbano, ardía por sus cuatro costados.

             
              --!! La fábrica está ardiendo!!. , y todo el que pudo salió de casa dispuesto a ayudar. La carretera era un tropel  de personas portando cubos y recipientes dispuestos a terminar con aquella fogarata enorme que devoraban las paredes del complejo industrial. Gracias al canal de agua cercano, la guardia civil pudo organizar una cadena humana, la cual, en ná de tiempo apagaron el fuego La techumbre se quemó junto a todo cuanto en el interior había. La maquinaria había desaparecido y la tragedia se había consumado. 

             Pasaron años y, con el tiempo se inventaron los relojes y los vecinos dejaron de mirar en el horizonte las posiciones del Sol por las cuales se regían sus jornadas de trabajo. La célebre frase de “trabajar de sol a sol”, aún se suele escuchar a pesar del tiempo transcurrido pero, con la precisión que el mundo actual vive, el reloj es un elemento indispensable. 

        Al principio los relojes eran muy caros, casi un lujo tenerlos, así que, en los pueblos, para regular los turnos laborales, los alcaldes no dudaron en ordenar instalar un reloj en las fachadas de cada ayuntamiento. Un gran reloj circular y una torre con su campana que se escuchase en todos y cada uno de los rincones de la población. Y así fue como la campana del reloj alcanzó gran popularidad marcando las horas, los cuartos y las medias, quitándole protagonismo a la campana de la iglesia.

           Con la incorporación de los relojes municipales, el cambio en las vidas de los vecinos fue importante. La comunicación entre el vecindario aumentó, pues había que estar atento cada vez que sonaban las horas, para contarlas, de ahí que muchos refranes populares tengan algo que ver con ellas, como por ejemplo: “echar las campanas al vuelo”,  refiriéndose a dar publicidad de una cosa y que todo el mundo se entere, o “dio la campanada”, en alusión a alguien que hizo una cosa poco corriente y se enteró todo el mundo. También se suele comentar:   “Has oído campanas y no sabes donde”, cuando el que habla no tiene la información completa del tema del que se está tratando. También uno de los juegos de niños que se practicaba y con el que más se divertían era dar la “vuelta de campana”,  aunque en el pueblo también se decía, pegar la gambellota.  Su nombre, como bien indica, es todo un homenaje a aquellas viejas  campanas que giran al aire como un juego entretenido, pero prestando un servicio a los vecinos.

    Tocar las campanas es un arte y así lo ha expresado la Unexco. En La Codosera, antes de mecanizarlas electrónicamente, siempre hubo buenos campaneros. Es un legado que nos han dejado nuestros ancestros y sería bueno fomentar su cultura de una forma más activa. 




miércoles, 3 de abril de 2013

ARRONCHES


         Joaquím Fernando Muralhas Ferreira es una persona de la Raya, nacida en la población de Arronches (Portugal) y que colabora en Facebbok periódicamente. 

         Hace unos días publicó un relato referente a su ciudad de nacimiento, donde nos cuenta como Arronches   fue fundada por españoles andaluces venidos de los Montes de Aroche, situados al norte de la provincia de Huelva, en tiempos de la dominación romana.


        He creído interesante contar esta historia  por tratarse de un pueblo cercano a La Codosera con el que más, de todos los portugueses,  hemos mantenido desde siempre relaciones comerciales  y además nos unen lazos entrañables de amistad desde hace muchos años y posiblemente de sangre desde los tiempos de su fundación por españoles. 






Arronches


"ARRONCHES
Leyendas dos Aroches

         Conta-se que no tempo em que Caio Calígula era imperador de Roma, havia uma región en Andaluzia, llamada Aroche. Era su governador Flávio Valério el cual tenía  ao seu serviço um valente soldado, Júlio Decêncio que tenía uma filha linda, llamada Márcia, la cual era codiciada por el representante do imperador de Roma para ser esposa de Caio Calígula.

         Isto traia descontente não sólo al soldado, como tambien a  sua filha Márcia que estava apaixonada por um jovem militar llamado Licínio .

        El descontentamento y revolta eram tantas que en el silencio de la noche  y sim que  ninguém darse por enterado, salieron da sua terra, acompanhados de vários colaboradores e vinieron a estabelecer-se nesta região.

        Eram yá tantos los que habian venido detrás, descontentes com el governador da sua terra, que sintieron la necessidade de fazer aqui uma población a la que tuvieron que dar um nome.

       Pensaram y deram-lhe o nome de Aroche, porque era el  nome da sua terra en Andaluzia, mais tarde chamou-se Arronchela e actualmente Arronches".

      Aqui se casou Márcia com o seu militar amado e foram muito felizes.

lunes, 1 de abril de 2013

EL ALELUYA


El Aleluya.


                Se fue la Semana Santa y llegó la primavera, en esta ocasión, pasada por agua, una lluvia casi constante que no ha cesado durante la semana.  
        
             En La Codosera, la Semana Santa, desde siempre, terminaba  el Sábado Santo con la Misa de Resurrección oficiada en la Parroquia a media noche dando paso al Domingo de Pascua, menos el pasado año y éste que las cosas han sido de otra manera. 


El cura en mitad de la Misa permanece junto al altar mientras los campanilleros van entrando. 


            En esta ocasión, este tradicional festejo ha estado cargado de polémica y por tanto de actualidad en los medios informativos por el problema surgido entre los campanilleros o aleluyeros y el párroco del pueblo. Al parecer, el cura protesta por la forma en la cual se desarrolló el encuentro popular dentro del templo los dos años anteriores, un festejo nuevo para él por ser nuevo en el pueblo y desconocedor de las normas que había, con las cuales no quedó satisfecho. En realidad el primer desencuentro se produjo el año anterior cuando cambió el horario de la Misa del Sábado Santo a las 8 de la tarde en lugar de las 12 de la noche creyendo que en aquella ocasión los aleluyeros no iría tan temprano. Se equivocó. Los de los campanillos se avisaron unos a otros y a la hora en la cual comenzaba la Misa estaban en las puertas del templo cargados con su metralla sonora.

Campanilleros ocupando el altar mayor

         El cura, si descontento quedó en su primer año de magisterio, el segundo, dicen que fue peor por el ruido que armaron en el poco tiempo que les dio permiso para permanecer en el interior, por lo que este año en el que estamos, los actos terminaron el Viernes Santos y el sábado no hubo la tradicional Vigilia Pascual, permaneciendo el templo cerrado todo el fin de semana.



 El Aleluya es el nombre de una fiesta en la que hace cantidad de años, participaban los niños a partir de cuando podían correr por las calles con los cencerros a cuestas, hasta que se hicieron mayores y se consideraron  hombres,  se casaron y que dejaron de hacerlo.

 Correr el Aleluya es la manifestación de las gentes sencillas, antiguamente campesinos y pastores, que espontáneamente muestran su alegría por la Resurrección de Cristo,  utilizando los campanillos y cencerros como elementos sonoros más cercanos  para llamar la atención.

Los campanilleros entran en la Iglesia.

Ello viene ocurriendo desde que, en tiempos pasados, la ganadería tenía un peso muy importante en la economía local y el número de cabezas de ganado era muy significativo, lo que permitía, no solo a los pastores, sino también a gran  parte de los agricultores que tenían ganado disponer  de campanillos y cencerros suficientes para sus hijos, los empleados de la finca y cuantos conocidos y amigos, que se dedicaban a otras profesiones, los solicitaban.

Ese día, unos y otros, pequeños y mayores se apretaban el correaje y se sentían a gusto con los campanillos que portaban de tamaños desiguales, algunos enormes de los que llaman medias mangas y otros mangas y que, para armar más jaleo, para zarandear a la audiencia, además, con uno pequeño en cada mano, armaban mas alboroto.




          Después de la media noche. En la madrugada del Domingo de Resurrección, durante la celebración de la Santa Vigilia y en el momento de la Consagración, las campanas repicaban a Gloria por la Resurrección de Cristo, entendiendo las gentes sencillas que la Semana Santa había terminado y los días de abstinencia ya eran historia. En ese preciso instante, cuando las campanas comenzaban a repicar, la multitud de niños, muchachos y muchachotes, deberían comenzar a tocar los campanillos.

En los años de posguerra, en plena Dictadura, en el tema de orden público, el alcalde era tajante,  hasta el alborear del día, no podían hacerlo para no molestar a los vecinos.     
    
La prohibición chocaba un poco con el carácter religioso de la fiesta, donde la autoridad civil  autorizaba a la iglesia a tocar las campanas a media noche y sin embargo los campanillos no podían sonar. Esta contradicción era discutida por los jóvenes y por eso quizás, aquella noche fuera uno de los pocos momentos de la vida local en los cuales, la juventud les hacían frente a los municipales. No todos lo hacían, pero si unos cuantos, los suficientes para animar la fiesta. Lo que está prohibido aumentaba querer saltarse la norma. 

La noche terminaba yéndose los fieles a sus casas y los guardias persiguiendo a los que, en la oscuridad de la noche, escondidos sin ser visto, se atrevían a repicar el campanillos. A mas de uno lograrlo detener y tuvo que pasar la noche en el cuartelillo de los civiles. 

A la mañana siguiente, con las primeras luces del día, las puertas de  las casas se abrían y los chavales salían a la calle al oír los silbidos de los zagales, anunciando su posición. El lugar donde estaban congregados. El zumbido potente y desacompasado del --- ¡!tolón, tolón!!---, se escuchaba cercano, --- ¿Dónde están?---, era la pregunta que hacían los que intentaban integrarse en el grupo. --- ¡Allí!--- exclamaban, indicando con la mano la dirección a seguir, para acto seguido iniciar la carrera.

El grupo de campanilleros tenía sus líderes, que eran los que acordaban la ruta a seguir.  Sabían hacerlo,  silbando al estilo de los  cabreros en honor  a tantos como participaban. El objetivo era correr por las calles y pararse en las esquinas, el tiempo preciso hasta emprender la carrera por otra diferente. Mientras que ellos corrían, las puertas permanecían cerradas y, si alguna estaba abierta porque a la señora de la casa se le había olvidado cerrar, se colaban buscando la puerta falsa para salir por detrás. Entraban por el zaguán, corrían por el pasillo, se paraban en la cocina y si había algo que les gustaba, desparecía, como es el caso que le pasó a una señora, que tenía la artesa llena de bollos hechos en el horno unos días antes, y desparecieron todos.

Así pasaban los años sin apenas modificaciones en las formas, hasta que en los años cincuenta vino destinado como párroco un cura sevillano, don José Martín y le contaron como era esta fiesta, de la cual nunca había tenido noticias. Le gusto tanto todo cuanto le decían, que aquel año decidió por su cuenta que los campanilleros entraran y tocaran los cencerros por primera vez en la Parroquia durante la Liturgia. 

 Para los mozos, este gesto generoso no  lo esperaban y aquel año estaban puntuales a la cita en la plaza deseando que llegara la hora. Cuando el sacerdote dijo, --- ¡Que abran las puertas de la calle!!---,. El ruido que armaron era ensordecedor. Los chavales no se cansaban de tocar con toda la artillería  que llevaban encima y el cura no era capas de hacerse con la situación. Cuando se cansaron se fueron y don José se prometió a si mismo, que muy bien, pero que era la primera y última vez que entraban, por lo menos mientras él estuviese al mando.

Casi cuarenta años tuvieron que pasar para que los campanilleros entraran de nuevo en la iglesia, precisamente con la llegada de otros curas que lo permitieron y no pasó nada. Aunque ya apenas quedan cabreros para seguir la tradición, desde entonces cada año la historia se repite y los chavales se hartan de tocar por la noche, y tan cansados quedan,  que  por la mañana no les quedaban fuerzas para seguir tocando.

Y así hemos llegado hasta el día de hoy, la Semana Santa actual,  en la cual se han enfrentado la parroquia con aquellos que deseaban  entrar en la iglesia tal como lo venían haciendo en los últimos tiempos saliendo ambos grupos perjudicados. Por un lado y por primera vez en la historia de este pueblo, el cura ha suprimido la tradicional Vigilia del Sábado Santo y por otro los aleluyeros que sea han visto privados de continuar manifestando  dentro del templo, el repique de campanillos dentro del tempo, por la resurrección de Cristo.  Tampoco suenan las campanas anunciando la Buena Nueva del acontecimiento mas importante que ha existido en el mundo. !La Resurrección de Cristo!.