LA FAMILIA
DE JAVIER SAMA
La Codosera, año 1950
Los recuerdos que guardo de esta familia son muy entrañables
por cuanto formaron durante años, aquellos de los que guardo una grata memoria,
parte del vecindario de mi calle.
En la fotografía el matrimonio de churreros formado por Dolores y Joaquín, que aquí les muestro con los preparos necesarios para fabricar los buñuelos, mas o menos como los del matrimonio Sama.
Saturnino Sama, el siñó Saturnino, el Biñoloro, junto con su mujer, la señora Francisca la Biñolora, eran
churreros de profesión, tal como diríamos ahora, aunque a los churros de entonces, en el pueblo con su forma singular de hablar, se les llamaba biñuelos. Vivían a mitad de la
calle Arrabal, la que hoy es General Navarro, por encima de José el
Barbero y más abajo del bar del señor Manuel Silva, una de las calles con más
actividad comercial. En la misma acera, al final,
estaba el bar del señor Malaque, más abajo la bodega de la familia Rubio, la casa de Ramón
Macias, por bajo de ellos, donde tenía su coche de viajeros, mis padres, a
continuación, con la panadería y vendiendo y comprando todo lo que caía por
allí. Agustín Costo, el alcalde, con el único despacho de vinos a granel que
por entonces había y, abajo del todo, en la esquina, la señora Paula Barroso
con su ultramarinos.
Era esta una calle perfectamente empedrada donde cada año el
ayuntamiento reclutaba a los obreros en paro para arreglar los desperfectos que
se hubieron producido en la calzada. Si alguna señora manifestaba que su marido
estaba trabajando en las décimas se sabía que era este tipo de trabajo por
cuenta del ayuntamiento. Lo de décima
era que el dinero recibido en el ayuntamiento no llegaba para dar jornales a
todo el mundo y por ello, listado en mano, cada uno trabajaba diez días, lo que
dio lugar a llamarlo así, décim
La casa del matrimonio Sama disponía de un zaguán en donde, cada
mañana, instalaban los utensilios necesarios para hacer los buñuelos pero, si el
tiempo lo permitia, la anafre con la lumbre, la mesa, la leña y todo lo demás, se colocaba en mitad de la calle, un lugar donde
no estorbaba, ya que los coches apenas había, algún carro solía pasar de vez en cuando, o bestias y reses camino
de la fuente, pero sin problemas, había espacio libre de sobra. La buñolora era la siñá Francisca y su marido
el pinche. Y así era como cada mañana, muy temprano, la calle se llenaba de clientes, plato en
mano para transportarlos, a comprar los buñuelos calentitos.
Javier Sama arriba el primero por la izquierda, alumno de la escuela de música municipal.
El matrimonio tuvo cuatro hijos, Isabel, Javier, Juan y Quico.
Isabel y Francisco emigraron y Javier y Juan se quedaron a vivir en el pueblo, Juan de jornalero y Javier con un trabajo estable dentro del Ayuntamiento, ya que fue uno de los cinco municipales que habia en plantilla, compañero de Quico el Aguacil, Tito Bolo y José el de las Datas, además de un cabo al mando de todos ellos. Fue municipal y músico ya que, según observamos en la
fotografía que les inserto, era el encargado de tocar el tambor. Así pues,
municipal, músico y pregonero. Si, si, pregonero pero de los antiguos, ya que
se necesitaba tener una buena y potente voz y recorrerse, cada vez que la ocasión lo requería, las plazas y esquinas
de las calles del pueblo para lanzar el pregón, bien comunicando al vecindario
los bandos del Ayuntamiento o con las novedades que cualquier industrial necesitaba
publicitar al vecindario, como por ejemplo la fecha y hora con el título de la película que
se proyectaba en el cine, el teatro ambulante ofreciendo su espectáculo o las
mercancías frescas, como las sardinas, que recién llegadas a la plaza, era necesario
vender cuanto antes, ya que frigoríficos no había.
Javier Sama, el primero por la derecha.
Fueron tiempos duros para las familias numerosas con pocos
recursos, de las muchas que por entonces había, como la de Javier, que se casó con Antonia y tuvieron ochos
hijos, ocho bocas que alimentar, como se solía decir. Si, porque los hijos no se programaban como
ahora, que una pareja puede decidir la cantidad. Por entonces nacían los que
tuvieran que nacer y las parejas los aceptaban así, sin mas, entre otras cosas
porque los niños de entonces incordiaban poco, por eso estábamos en la calle de
pequeños y, cuando crecíamos, cuando ya teníamos fuerzas para subir a los
árboles, la calle se nos quedaba pequeña y nuestro era todo el campo existente
alrededor de la población y nunca ningún niño se perdió, todos sabíamos volver
solos a casa cuando las primeras luces del alumbrado público se encendían.
Javier Sama, el primero por la derecha en uno de los balcones del Ayuntamiento.
En la fotografía que Ana nos ha facilitado están
representados sus padres, sus hermanos y ella, es pues una foto de familia numerosa de las que por
entonces era obligatorio presentar ante el Organismo Oficial para tener derecho
a cobrar los puntos, una especie de subsidio por hijos nacidos. Ana, siendo un bebé, la tiene su madre en brazos y a continuación los hermanos mayores, Paula, Paca
y Antonio. En algún momento de sus vidas todos los hermanos han emigrado, menos
Paula que siempre ha vivido en el pueblo. En la parte de abajo están Dioni, Joaqui,
Enrique y Molina, este último fallecido este verano. Es pues el prototipo de
familia codoserana, cuyos hijos han tenido que emigrar a distintos lugares de
España, a ciudades como Azpeitia, Málaga, Madrid, Badajoz o San Vicente de
Alcantara, como ha sido su caso. Hoy la
vida no es como ayer y las separaciones, el dejar la tierra que nos ha visto
nacer, menos dolorosa, todo ello gracias a que tenemos buenas comunicaciones
para desplazarnos de un lugar para otros y a los medios audiovisuales que nos
permiten estar en contacto directo con familiares y amigos. Bendito progreso.
La familia SAMA.
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