LA CODOSERA en primavera.
Después de un marzo pardo, en abril, es el mejor momento de
salir al campo, pasear por la campiña codoserana y disfrutar del paisaje.
Llanura y montaña conjugan un abanico de colores cuando dirigimos
nuestra mirada hacia el este, allá, en el lugar donde se pierde nuestra visión por encima de las
crestas del castillo de Alburquerque. Por encima de dicha atalaya, bordeando sus murallas se puede
contemplar al amanecer el mayor espectáculo de color que nos proporciona la
salida del Sol. Este dato solo es el comienzo sorprendente que nos encontraremos cuando realicemos cualquier recorrido por sus alrededores. Si elegimos acercarnos a las cercanias de los ríos Gévora o algunos de sus
afluentes, observaremos como alisos y chopos se suman al espectáculo primaveral, vistiendo sus troncos y ramas emergentes con sus mejores galas de un verde intenso.
El rio
Gèvora será el norte de las mejores rutas que elijamos, sin olvidar las dos cadenas de montañas formadas por, a la
izquierda rio abajo, las que emergen de la Sierra de San Pedro y a la derecha,
a las espaldas de la población, la Sierra del Lugar, continuación de la de Sao
Mamede, considerado Parque Natural por nuestros vecinos, al otro lado de la
frontera donde, monte bajo y arboleda
junto a tomillos jaras y codesos, crean los matices del violeta, verde con
flores blancas y amarillos intensos, que aparecen ante nosotros como el mejor
regalo de la Naturaleza.
Carreteras, caminos y veredas que, con salida desde el casco
urbano, nos brindan la posibilidad de elegir cualquiera de ellas para iniciar
nuevos recorridos, rutas por donde nos sumergiremos en ese paraíso natural cuya
visión, nuestra madre naturaleza nos obsequia en cada estación primaveral.
El agua es otro de sus atractivos naturales. Sin ella aquí hubiese
sido imposible crear tal belleza. No solo ríos atravesaremos por cualquier
camino que elijamos, también el fluir del agua desde la tierra en decenas de manantiales la encontraremos.
Río arriba hasta llegar a la frontera, en el pego de La
Rabaza, se encuentran las tierras fértiles de este pueblo, son parcelas creadas,
desde tiempos remotos, por la mano del hombre, aprovechando las avenidas de sus
ríos en cada invernada y sabiendo construir lo que aquí se llaman tapadas, paredes permeables construidas con
piedras de pizarra, que han logrado retener las mejores tierras donde, hoy día,
se cosechan las mejores hortalizas de esta parte de Extremadura.
El verde en toda su gama no nos abandonará por cualquier
dirección que elijamos. Si nos acercamos al rio, junto a la desembocadura del
Gevorete, allá en Las Juntas, por donde el Gévora circula, encontraremos a los
obreros preparando las instalaciones de lo que son Piscinas Naturales,
construidas en el mismo lecho fluvial, una maravilla para el disfrute de
paisanos y forasteros para cuando llega el calor a las puertas de cada verano
El paisaje natural que encontramos por los alrededores de la
población, también se observa salpicado por el color blanco que forman las
fachadas de algunas de las casas de los propietarios del terreno, viejas
viviendas que aquí, son adornadas, la mayoría de ellas por jardines rústicos
que engrandecen el panorama del lugar.
Disfrutar de bellos paisajes, sin olvidar en el recorrido, el cántico de las aves, que aquí forman
una colonia completísima, además de poder degustar en los restaurantes locales una gastronomía singular,
donde se mezclan los guisos y sabores tradicionales con la herencia de la cocina
portuguesa, mereciendo para cualquier viajero realizar una visita a este lugar.
El refrán popular dice que “todo el que viene a este pueblo
se queda”. Yo no creo que todos se queden para siempre, pero, para pasar unas
jornadas de placer, les aseguró que sí. No lo duden.
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