LAS CAMPANAS.
Recientemente, en un comité oficial reunido en Rabat, la Unesco ha declarado el toque manual de campanas en territorio español como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
La campana es uno
de los instrumentos musicales que perdura en el tiempo. Su uso procede de
Oriente y fueron los primeros cristianos
quienes las introdujeron en España. Su
popularidad y tamaño aumentó a medida que se construían nuevas iglesias y
monumentales catedrales con grandes torres y bonitos campanarios .
Dentro del organigrama de templos rurales, el toque de campana fue considerado desde siempre casi un
arte. En principio fueron los sacristanes los encargados y cuando éstos
desaparecieron, los monaguillos.
En la España de Posguerra, el peso
que tuvo la iglesia católica en la población española fue muy importante y por
ello a los actos religiosos se les daba un trato preferencial. Esta deferencia
hacia las actividades eclesiásticas, el pueblo llano lo apreciaba por la
cantidad de veces al día que las campanas sonaban.
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Cualquier día de la semana, desde siempre, con el toque de campanas se convocaba a los fieles para asistir a la Santa Misa. A las doce el Ángelus, que solía rezarlo cada cual allá donde estuviere y por la tarde la llamada era para asistir al Santo Rosario. Eran toques fijos pero había otros circunstanciales. por ejemplo, sonaban cuando el sacerdote abandonaba la iglesia para asistir a un enfermo y no dejaba de hacerlo hasta
que regresaba con los Santos Óleos. Éste toque, hoy ya desaparecido,
es uno de los sonidos tristes por
cuanto el vecindario intuye que alguien de sus conocidos se encontraba grave de
salud y próximo a fallecer. En este caso
los monaguillos que acompañaban al clérigo no paraban de tocar la esquila por las calle
mientras que los transeúntes, al paso de
los Santos Sacramentos, adoptaban la posición de rodilla en tierra,
descubriéndose los hombres y santiguándose las mujeres.
En caso de algún fallecimiento, se le comunicaba a la parroquia y ésta a los vecinos a través del toque, doblando las campanas.
Ermita de la Vgen de la Luz. (Cementerio), con su campanario.
Aparte de la Misa diaria obligatoria para cualquier sacerdote, domingos y festivos celebraban algunas más,
a la que, por su espectacularidad, a una, se le llamó Misa Mayor. La forma de anunciar
a los fieles que era festivo y por tanto obligación de asistir al culto, se realizaba con un
sonoro repique de campanas.
Asistir a Misa de Doce en los
pueblos rurales era, en la España llamada del nacional catolicismo, además de un precepto, un acto social muy importante a la
que asistían sin excepción, las autoridades locales, los maestros, los niños a
partir de haber hecho la primera comunión, algunas señoras casadas, la mayoría
de jóvenes y casaderas y un nutrido número de hombres y jóvenes. Autónomos,
obreros y jornaleros de cualquier actividad solían trabajar todos los días de la semana, incluidos domingos y festivos por lo que difícilmente podían cumplir con este
precepto religioso. Durante la liturgia, las mujeres ocupaban los bancos delanteros y un par de ellos, en la parte de atrás, reservados para los hombres. Con tan poco espacio, estos últimos, la mayoría, se quedaban de pie.
Además de los bancos normales, se podían ver los llamados reclinatorios propiedad de señoras del pueblo que, costeados con su dinero, los habían encargado al carpintero. Para no entorpecieran el paso, se colocaron en lugares donde no dificultar el paso. Fueron lo que se llamó un mueble de rezo, un asiento
pequeño y bajo, construido de
madera ornamental, equipado con un pasamanos para apoyarse y, además con una pieza
acolchada sobre la que se arrodillaban. Solían ser diferentes los unos de los otros para ser
identificados fácilmente por sus dueñas. La propiedad se respetaba y nadie que
no fuere el suyo, lo utilizaba.
Según corrían los días del calendario, como una excepción, en Semana
Santa, las campanas quedaban mudas por el sentimiento de la muerte de Cristo, donde, hasta los cencerros que portaban reses, cabras y ovejas, sus dueños se los despojaban. La matraca fue su sustituto. Los monaguillos delante y la chiquillería detrás, recorrían calles y plazas gritando a coro, --¡El primer toque para la procesión!, entre el tronar de los hierros retumbando sobre las tablas.
Y así fue como antaño comenzaron a construirse estos instrumentos musicales, hechos con tablas de maderas con bisagras y herrajes superpuestos, para armar la mayor de la bulla posible. Dicen que
fueron los árabes quienes las introdujeron en España, pero las que hemos visto
en otros lugares no se parecen en nada a las que en el pueblo se usaron. La matraca foránea es una
especie de carraca con un martillo que va golpeando la tabla cada vez que da
vueltas. Las de aquí eran más sencillas, construida con materiales asequibles,
una tabla lisa con una abertura como asa, y en el centro piezas de hiero
basculantes que, dependiendo de la pericia del niño, sonaban con más o menos
intensidad. En cada casa, como mínimo, había una para cada hijo pequeño que se guardaban en el desván y
se heredaban de los mayores mayores a los
pequeños cuando estos tomaban el relevo.
Cada campana expresa un mensaje, buenos a veces y en raras ocasiones malas noticias, poniendo en pie al vecindario, tal como ocurrió en La Codosera a
finales de los años cincuenta, cuando a media mañana con su repiqueteo sobresaltaban a los vecinos que
algo trágico estaba ocurriendo. Efectivamente en pocos minutos todo el
vecindario se enteró que la fábrica de harinas, situada a un kilómetro del
casco urbano, ardía por sus cuatro costados.
--!! La fábrica está ardiendo!!.
, y todo el que pudo salió de casa dispuesto a ayudar. La carretera era un
tropel de personas portando cubos y recipientes dispuestos a terminar con aquella fogarata enorme que devoraban las
paredes del complejo industrial. Gracias al canal de agua cercano, la guardia civil pudo organizar una cadena humana, la cual, en ná de tiempo apagaron el fuego La techumbre se quemó junto a todo cuanto en el interior había. La maquinaria había desaparecido y la tragedia se había consumado.
Pasaron años y, con el tiempo se
inventaron los relojes y los vecinos dejaron de mirar en el horizonte las
posiciones del Sol por las cuales se regían sus jornadas de trabajo. La célebre
frase de “trabajar de sol a sol”, aún se suele escuchar a pesar del tiempo transcurrido pero, con la precisión que el mundo actual vive, el reloj es un elemento indispensable.
Al principio los relojes eran muy caros, casi un lujo tenerlos, así que, en los pueblos, para regular los
turnos laborales, los alcaldes no dudaron en ordenar instalar un reloj en las fachadas de cada
ayuntamiento. Un gran reloj circular y una torre con su campana que se escuchase en
todos y cada uno de los rincones de la población. Y así fue como la campana del reloj alcanzó
gran popularidad marcando las horas, los cuartos y las medias, quitándole protagonismo a la
campana de la iglesia.
Con la incorporación de los relojes municipales, el cambio en las vidas de los vecinos fue importante. La comunicación entre el vecindario aumentó, pues había que estar atento cada vez que sonaban las horas, para contarlas, de ahí que muchos refranes
populares tengan algo que ver con ellas, como por ejemplo: “echar las campanas al vuelo”, refiriéndose a dar publicidad de una cosa y
que todo el mundo se entere, o “dio la
campanada”, en alusión a alguien que hizo una cosa poco corriente y se
enteró todo el mundo. También se suele comentar: “Has
oído campanas y no sabes donde”, cuando el que habla no tiene la
información completa del tema del que se está tratando. También uno de los
juegos de niños que se practicaba y con el que más se divertían era dar la “vuelta de campana”, aunque en el pueblo también se decía, pegar
la gambellota. Su nombre, como bien indica, es todo un
homenaje a aquellas viejas campanas que
giran al aire como un juego entretenido, pero prestando un servicio a los
vecinos.
Tocar las campanas es un arte y así lo ha expresado la Unexco. En La Codosera, antes de mecanizarlas electrónicamente, siempre hubo buenos campaneros. Es un legado que nos han dejado nuestros ancestros y sería bueno fomentar su cultura de una forma más activa.
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