lunes, 1 de abril de 2013

EL ALELUYA


El Aleluya.


                Se fue la Semana Santa y llegó la primavera, en esta ocasión, pasada por agua, una lluvia casi constante que no ha cesado durante la semana.  
        
             En La Codosera, la Semana Santa, desde siempre, terminaba  el Sábado Santo con la Misa de Resurrección oficiada en la Parroquia a media noche dando paso al Domingo de Pascua, menos el pasado año y éste que las cosas han sido de otra manera. 


El cura en mitad de la Misa permanece junto al altar mientras los campanilleros van entrando. 


            En esta ocasión, este tradicional festejo ha estado cargado de polémica y por tanto de actualidad en los medios informativos por el problema surgido entre los campanilleros o aleluyeros y el párroco del pueblo. Al parecer, el cura protesta por la forma en la cual se desarrolló el encuentro popular dentro del templo los dos años anteriores, un festejo nuevo para él por ser nuevo en el pueblo y desconocedor de las normas que había, con las cuales no quedó satisfecho. En realidad el primer desencuentro se produjo el año anterior cuando cambió el horario de la Misa del Sábado Santo a las 8 de la tarde en lugar de las 12 de la noche creyendo que en aquella ocasión los aleluyeros no iría tan temprano. Se equivocó. Los de los campanillos se avisaron unos a otros y a la hora en la cual comenzaba la Misa estaban en las puertas del templo cargados con su metralla sonora.

Campanilleros ocupando el altar mayor

         El cura, si descontento quedó en su primer año de magisterio, el segundo, dicen que fue peor por el ruido que armaron en el poco tiempo que les dio permiso para permanecer en el interior, por lo que este año en el que estamos, los actos terminaron el Viernes Santos y el sábado no hubo la tradicional Vigilia Pascual, permaneciendo el templo cerrado todo el fin de semana.



 El Aleluya es el nombre de una fiesta en la que hace cantidad de años, participaban los niños a partir de cuando podían correr por las calles con los cencerros a cuestas, hasta que se hicieron mayores y se consideraron  hombres,  se casaron y que dejaron de hacerlo.

 Correr el Aleluya es la manifestación de las gentes sencillas, antiguamente campesinos y pastores, que espontáneamente muestran su alegría por la Resurrección de Cristo,  utilizando los campanillos y cencerros como elementos sonoros más cercanos  para llamar la atención.

Los campanilleros entran en la Iglesia.

Ello viene ocurriendo desde que, en tiempos pasados, la ganadería tenía un peso muy importante en la economía local y el número de cabezas de ganado era muy significativo, lo que permitía, no solo a los pastores, sino también a gran  parte de los agricultores que tenían ganado disponer  de campanillos y cencerros suficientes para sus hijos, los empleados de la finca y cuantos conocidos y amigos, que se dedicaban a otras profesiones, los solicitaban.

Ese día, unos y otros, pequeños y mayores se apretaban el correaje y se sentían a gusto con los campanillos que portaban de tamaños desiguales, algunos enormes de los que llaman medias mangas y otros mangas y que, para armar más jaleo, para zarandear a la audiencia, además, con uno pequeño en cada mano, armaban mas alboroto.




          Después de la media noche. En la madrugada del Domingo de Resurrección, durante la celebración de la Santa Vigilia y en el momento de la Consagración, las campanas repicaban a Gloria por la Resurrección de Cristo, entendiendo las gentes sencillas que la Semana Santa había terminado y los días de abstinencia ya eran historia. En ese preciso instante, cuando las campanas comenzaban a repicar, la multitud de niños, muchachos y muchachotes, deberían comenzar a tocar los campanillos.

En los años de posguerra, en plena Dictadura, en el tema de orden público, el alcalde era tajante,  hasta el alborear del día, no podían hacerlo para no molestar a los vecinos.     
    
La prohibición chocaba un poco con el carácter religioso de la fiesta, donde la autoridad civil  autorizaba a la iglesia a tocar las campanas a media noche y sin embargo los campanillos no podían sonar. Esta contradicción era discutida por los jóvenes y por eso quizás, aquella noche fuera uno de los pocos momentos de la vida local en los cuales, la juventud les hacían frente a los municipales. No todos lo hacían, pero si unos cuantos, los suficientes para animar la fiesta. Lo que está prohibido aumentaba querer saltarse la norma. 

La noche terminaba yéndose los fieles a sus casas y los guardias persiguiendo a los que, en la oscuridad de la noche, escondidos sin ser visto, se atrevían a repicar el campanillos. A mas de uno lograrlo detener y tuvo que pasar la noche en el cuartelillo de los civiles. 

A la mañana siguiente, con las primeras luces del día, las puertas de  las casas se abrían y los chavales salían a la calle al oír los silbidos de los zagales, anunciando su posición. El lugar donde estaban congregados. El zumbido potente y desacompasado del --- ¡!tolón, tolón!!---, se escuchaba cercano, --- ¿Dónde están?---, era la pregunta que hacían los que intentaban integrarse en el grupo. --- ¡Allí!--- exclamaban, indicando con la mano la dirección a seguir, para acto seguido iniciar la carrera.

El grupo de campanilleros tenía sus líderes, que eran los que acordaban la ruta a seguir.  Sabían hacerlo,  silbando al estilo de los  cabreros en honor  a tantos como participaban. El objetivo era correr por las calles y pararse en las esquinas, el tiempo preciso hasta emprender la carrera por otra diferente. Mientras que ellos corrían, las puertas permanecían cerradas y, si alguna estaba abierta porque a la señora de la casa se le había olvidado cerrar, se colaban buscando la puerta falsa para salir por detrás. Entraban por el zaguán, corrían por el pasillo, se paraban en la cocina y si había algo que les gustaba, desparecía, como es el caso que le pasó a una señora, que tenía la artesa llena de bollos hechos en el horno unos días antes, y desparecieron todos.

Así pasaban los años sin apenas modificaciones en las formas, hasta que en los años cincuenta vino destinado como párroco un cura sevillano, don José Martín y le contaron como era esta fiesta, de la cual nunca había tenido noticias. Le gusto tanto todo cuanto le decían, que aquel año decidió por su cuenta que los campanilleros entraran y tocaran los cencerros por primera vez en la Parroquia durante la Liturgia. 

 Para los mozos, este gesto generoso no  lo esperaban y aquel año estaban puntuales a la cita en la plaza deseando que llegara la hora. Cuando el sacerdote dijo, --- ¡Que abran las puertas de la calle!!---,. El ruido que armaron era ensordecedor. Los chavales no se cansaban de tocar con toda la artillería  que llevaban encima y el cura no era capas de hacerse con la situación. Cuando se cansaron se fueron y don José se prometió a si mismo, que muy bien, pero que era la primera y última vez que entraban, por lo menos mientras él estuviese al mando.

Casi cuarenta años tuvieron que pasar para que los campanilleros entraran de nuevo en la iglesia, precisamente con la llegada de otros curas que lo permitieron y no pasó nada. Aunque ya apenas quedan cabreros para seguir la tradición, desde entonces cada año la historia se repite y los chavales se hartan de tocar por la noche, y tan cansados quedan,  que  por la mañana no les quedaban fuerzas para seguir tocando.

Y así hemos llegado hasta el día de hoy, la Semana Santa actual,  en la cual se han enfrentado la parroquia con aquellos que deseaban  entrar en la iglesia tal como lo venían haciendo en los últimos tiempos saliendo ambos grupos perjudicados. Por un lado y por primera vez en la historia de este pueblo, el cura ha suprimido la tradicional Vigilia del Sábado Santo y por otro los aleluyeros que sea han visto privados de continuar manifestando  dentro del templo, el repique de campanillos dentro del tempo, por la resurrección de Cristo.  Tampoco suenan las campanas anunciando la Buena Nueva del acontecimiento mas importante que ha existido en el mundo. !La Resurrección de Cristo!. 




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