A partir de los años sesenta muchas familias de aquí emigraron. Fueron tantas que algunas calles se quedaron casi sin vecinos. Por este motivo y durante un tiempo era
frecuente ver algunas puertas y ventanas cerradas, sin vida en su
interior, hasta que los que marcharon decidieron venderlas y con ello comenzaron a llegar otras familias diferentes, muchas de ellas procedentes de los caseríos y casas
aisladas diseminadas por la campiña cercana a la frontera con Portugal.
Por entonces, las calles eran conocidas por nombres
diferentes a los que hoy figuran en los rótulos de cerámicas que el Ayuntamiento
ha mandado colocar en cada esquina. En una de ellas, los vecinos no vivían en la calle General
Primo de Rivera, por ejemplo. No. Vivían en la calle del Regato.
Esta calle era la más importante de todas. La que partiendo
desde la plaza de la Iglesia, junto a la del Ayuntamiento, el lugar donde se
asentaban los principales bares y comercios, algunos talleres artesanos,el cuartel de los
carabineros, la estafeta de correos y el casino del pueblo, entre otros, y además, en mitad de
la calle, un regato de agua que, procedente de la sobrante de la fuente principal, mantenía un caudal al aire libre, constante las veinticuatro
horas del día, que cruzaban casi saltando niños y mayores, y no por hacerlo nadie protestaba.
Trampilla con acceso al Regato, hoy encauzado bajo el pavimiento.
Era ésta una calle empedrada, como casi todas, sin apenas
acerados. Escasas lanchas de pizarra grisácea, colocadas irregularmente a voluntad de los
propietarios, y algún que otro trozo encementado, aparecían salpicados a lo largo del recorrido.
Portón de Manuel Tojera
Antes de abandonar las calles del pueblo un ramal del regato se adentraba por la parte de atrás en los corrales de esta casa que aparece en al foto, propiedad del señor Manuel Tojera, donde regaba el jardín y desde aquí, saliendo hacia la calle Arrabal, continuaba calle abajo para dirigirse a la huerta de los Mero, ya próxima a la callejina de los Nogales.
Una de las viviendas cercanas al regato era la de Julio
Barroso Palacín. Apenas tres portales más arriba estaba situada su casa, y fue
precisamente gracias a este regato cuando en los años cincuenta se pudo sofocar
un pequeño conato de incendio ocurrido en su casa. El mayor de sus hijos, estudiante por entonces, sin permiso de sus padres,
fumaba a escondidas en su habitación. La llegada inesperada de alguien le hizo
esconder el pitillo encendido en uno de los bolsillos de su chaqueta y al poco
tiempo colgarla en el armario creyéndolo apagado. No fue asi y al poco rato las
llamas prendían en el resto de la ropa allí colgada. Las vecinas se movilizaron
y, unos con cubos y otros con cualquier recipiente, corrieron al regato a por agua
con la que lograron solucionar aquel grave problema.
Con una extensión de su caudal, aproximadamente más de un kilómetro, el regato, una vez que
recorría parte del casco urbano, donde nadaban gansos y patos y bebían el resto de animales y otras aves de corral sueltos por las calles, tal como narra en el siglo XVII el cronista
portugués Aires Varelha, el agua de esta fuente era la joya del pueblo y gracias a ella se regaba una gran huerta cercana a la población donde se cultivaban excelentes hortalizas. “Tem aquelha vila uma abundantísima fonte que fertiliza a muytas e
agraçadas hortas que acomodam con regalo aos moradores”. La gran huerta ha de referirse a lo que en
la actualidad son las tierras de regadío, situadas en lo que fue la Calleja de
los Nogales, extendiéndose hasta las proximidades del Potril y cercanas a las
parcelas lindantes con el rió Gévora.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario