Castillo y fortificación abaluartada de Campo Maior |
Moisés Cayetano Rosado
A estas alturas quizás sea una exageración hablar de descubrir Campo Maior, cuando tantos rayanos hemos disfrutado de sus calles engalanadas con flores de papel en las fiestas que -sin una periodicidad exacta- celebran en septiembre. Otros muchos van al cercano Barragem do Caia, amplio y pintoresco embalse, para pescar, bañarse, practicar el campismo, coger espárragos, etc. También algunos disfrutan de sus cada vez mejor acondicionados restaurantes, que hacen la competencia a los de Elvas, sobre todo en la preparación del bacalao, el ensopado de borrego, los asados y los dulces caseros.
Sin embargo, Campo Maior es mucho más. Ya cuando vamos por la carretera que nos lleva desde Badajoz (no el “atajo” que, llegando, se indica a la derecha, sino de frente) tenemos una vista impresionante de su castillo medieval -mandado edificar por el rey D. Dinis en 1310- y de la Iglesia mayor (Igreja Matriz), precioso templo de los siglos XVI-XVII, de altísima fachada flanqueada por dos torres gemelas.
Como hay que dar un amplio rodeo hasta entroncar con la carretera que viene de Elvas, durante todo el trayecto -a mano derecha- nos irá acompañando esta vista de la ciudad dominada por ambos monumentos a cuyos pies se extiende un caserío de tejados rojos y blancas fachadas que emparientan el urbanismo rural alentejano con el extremeño. Delimitando este espacio, tenemos amplios lienzos de muralla abaluartada de los siglos XVII y XVIII; no olvidemos que estamos ante una ciudad fuertemente fortificada, fronteriza, enfrentada tantas veces con España, de la que a principios del siglo XIII (1219) dependió, al ser conquistada a los musulmanes, hasta que en 1297 pasó a formar parte de Portugal, por el Tratado de Alcañices.
Callejear por su zona antigua es una delicia. El entramado medieval de la misma, lleno de rincones, calles que se estrechan o ensanchan, que se ondulan, que suben la cuesta hasta el castillo (visitable, de hermosas vistas al territorio circundante y caserío en anillo, de amplias chimeneas) nos trasporta en el tiempo y nos envuelve con su serenidad, su remanso de paz.
Son de garantía sus pequeños restaurantes, en muchos de los cuales han recuperado la artística bóveda extremeño-alentejana, y sus pastelerías, con buenos -y muy azucarados- dulces y café. De garantía son también, en el Jardim -la plaza principal-, sus terrazas, donde podemos comer unos deliciosos caracoles a precio más que asequible, y deambular entre la densidad de su arbolado, arbustos y parterres.
Entre este Jardim y la Iglesia principal está la Plaza del Ayuntamiento (Câmara Municipal), que al medio tiene uno de los Pelourinhos (Picota o Royo, en español) más hermosos de la Península. Y al lado de esta Iglesia –de magníficos altares de mármol-, una capilla (Capela dos Ossos) forrada de huesos humanos de la que sólo existe otro modelo en todo Portugal, en Évora; recordatorio tétrico y pintoresco de que “todos tenemos que morir” y de que “los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”. En fin, siempre es un alivio poder seguirlo viendo...
Diversos museos completan el aliciente de la visita, como el del Lagar, el de Arte Sacra, el Museu Aberto do Quartel do Assento o el del Café.
Entrada a la fortificación de Ouguela |
A siete kilómetros en dirección noreste se encuentra una pequeña aldea que recomiendo conocer: Ouguela, con 140 habitantes, castillo de la misma época que el anterior. La misma está reforzada por asombrosa fortificación de la Edad Moderna, que una vez más nos hablan de la importancia estratégica de la zona en las guerras con España. Una amplísima vista de la campiña hasta Alburquerque hace las delicias de cualquiera. Incluso desde ahí se puede ir, por buena carretera, a esta ciudad española, con la que tantas relaciones siempre tuvo, a pesar de los polvorientos caminos en las épocas del contrabando con que tanta gente humilde se ganaba la vida.
http://blogs.hoy.es/lostesorosdelaraya/2013/06/27/descubrir-campo-maior/
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