lunes, 23 de marzo de 2020

El enemigo invisible.






El enemigo invisible.

   Con lo bien que estábamos., y, cuando menos lo esperábamos, zas!, nos llega el famoso virus. 

   Estas cosas suelen pasar de vez en cuando, lo que ocurre es que no nos acordamos. En el pueblo hay una historia sobre este tema que ocurrió hace ya varios años con algunos de sus protagonistas que aún viven. 

   Por entonces el pueblo era un lugar la mar de tranquilo, donde apenas había coches por las calles y del estrés no se había oído hablar nunca. Éramos un pueblo feliz cuando, de repente, llegó el virus de la gripe por primera vez, era el año 1918 y fue conocida con el nombre de "la gripe de España", porque dicen que, como ahora ocurre con los chinos y el coronavirus, fue aquí donde se inició. También fue una pandemia que se extendió rápidamente por Europa y desde aquí a muchos otros países. Total, que murieron 25 millones de personas. 

   Con este panorama y huyendo de las infecciones y de los virus, ese enemigo oculto que tanto daño hace, un médico gaditano, un buen galeno, que había recorrido el norte de África y las principales capitales andaluzas, y que había trabajado  en buenos hospitales, un día, leyendo la prensa observó que en La Codosera salía a concurso publico, una plaza vacante para su profesión. Estaba soltero y no se lo pensó dos veces. Su obsesión era huir de los focos infecciones que abundaban en las grandes ciudades, donde no se podía ni respirar tranquilo. 

   Al llegar al pueblo, le pareció que este lugar era el paraíso. Un casco urbano rodeado de paisajes maravillosos por donde correteaba el agua cristalina de ríos y riachuelos, era lo que siempre había soñado: respirar el aire puro de las montañas. 

   Novias no le faltaron. En el pueblo, como ahora, no había hoteles y las fondas eran casas particulares. Allí junto a la iglesia, en la plaza, encontró hospedaje y una habitación para pasar consulta, donde la gente comenzó a darse cuenta que eran un gran médico. Además de fonda, también encontró a la mujer de su vida. Una hija de los dueños, un matrimonio de comerciantes que regentaban una lonja, llamada Isabel iba a ser la madre de su única hija. 

   El médico no era un cualquiera y de eso se dieron cuenta los vecinos. Era una persona culta con ideas muy avanzadas en un pueblo de primeros de siglos donde todo estaba por hacer. Así que comenzó a moverse entre los trabajadores locales y a participar en las tertulias que por la tarde se originaban en el casino. La República ya llevaba unos años instaurada en nuestro país con la que simpatizaron muchos intelectuales. Sus ideas siempre eran ayudar con sus opiniones a los trabajadores y lograr que la medicina llegase, no solo a los vecinos del casco urbano, sino también a los que habitaban en la campiña alejados de la población.  Para entonces se había casado y había nacido Kety, una niña rubia que llenó de felicidad al matrimonio.  

   ¡Y, cuando habían pasado nueve años del nacimiento de su pequeña, zas!, llegó la Guerra Civil española. A los vecinos le ocurrió como ahora, pero, al contrario. Primero habían notado un estado de bienestar y después les vino la desgracia de la guerra. 

   Estalló la revolución y a la gente le entró el pánico. Entonces, durante el periodo de guerra, la vida de los vecinos en el pueblo era al contrario de la que tenemos ahora con el famoso virus: en vez de cerrar las puertas y recluirse dentro por el toque de queda, había que mantener en todas las casas, puertas abiertas. 

   Hubo  vecinos que huyeron del pánico, algunos se fueron a Portugal y otros se ocultaron durante años para no ser vistos. Al médico le dijeron que huyera también, que le ponían un caballo para que llegase hasta Lisboa y desde allí marcharse a otro lugar. Pero no, dijo que porque?, si el no había hecho nada malo. Para nada. Aquel día de un mes de agosto del 36, por la mañana temprano, llegaba un vehículo a la carretera y se paraba frente a su casa, en la misma esquina, enfrente de lo que hoy es la churrería de Fareo, del que se bajaba un piquete de falangistas, venidos desde otro lugar, fuera del pueblo, aporrearon la puerta de su casa, lo levantaron de la cama y, en pijama, se lo llevaron. Ya no volvió más. Dejaba viuda y una hija. Habían matado a un hombre que llegó al pueblo buscando la libertad, la ausencia de lugares infecciosos y un lugar para vivir en paz, su nombre: don Diego Calderón Matheo. 

Testimonio de Angelita, una señora del pueblo que ahora vive en Vicalvaro. (Madrid)

"A mi abuelo le cayo encima una carreta de piedras cerca de Rosquilleros. Pensaban que estaba muerto o que se iba a morir enseguida pero lo llevaron a Codosera y alli un medico que se llamaba Don Diego Calderon le salvo la vida. Don Diego era un gran medico que incluso no cobraba a los pobres y lews regalaba las medicinas. Curaba de igual manera a los que no pensaban de politica como el. Una vez un caballo le dio una patada a Angel Solar que era del otro partido politico, y Don Diego se paso varias noches sin separarse de la cabecera de su cama hasta que se curó del todo. Para el una cosa era su profesion y otra sus ideas. Fue siempre un hombre muy bueno que ayudo a todo el mundo y nunca hizo daño a nadie. Cuando las Guerra Civil los nacionales llegaron a La Codosera en el verano de 1936, se llevaron a Don Diego y lo fusilaron solo por su forma de pensar. Nadie se acordo entonces de su familia. Se tuvieron que ir a Badajoz a ganarse honradamente la vida. Todavia vive en Badajoz una hija suya. 




EPILOGO


   La muerte del médico causó un impacto importante entre la mayoría de los habitantes del pueblo, aunque no solamente don Diego fue el elegido. Un total de veintisiete personas, jóvenes casi todos, siguieron el mismo camino.

   El drama fue para las familias de estos malogrados vecinos. Madres, hijos, hermanas y… esposas supieron lo que era perder un ser querido, como le pasó a Isabel, la esposa de don Diego. 

   Cuando mataban a una persona, los hijos y las esposas quedaron desamparados. Un silencio total ante las lágrimas de los familiares y no se daban explicaciones.

   Isabel lucho lo indecible por demostrar que a su marido lo habían matado, no sabía cómo, pero testigos de Alburquerque, lugar a donde lo llevaron detenido, así lo manifestaron en el juicio solicitado por las partes.

   Por ello, terminada la contienda civil, llevó su caso ante la justicia y consiguió el certificado de defunción, y por ello, pudo cobrar el subsidio del monte pío de médicos, donde su marido estaba afiliado. En el certificado, según la sentencia dictada por la Audiencia de Cáceres, indica que la muerte fue producida por “las cosas que pasaban entonces”. La paga que le dieron, para una viuda, era pequeña y además tenía una niña que criar, por eso, sabía que le esperaba un largo camino que recorrer en la vida. 

   Badajoz siempre ha sido el destino de muchos vecinos, a donde hemos llegado buscando una vida mejor. Isabel era joven y no quería vivir de la caridad, así que, con una chica del pueblo, Petra, la que después fuese esposa de Pedro Barulla, cogió sus bártulos, hizo las maletas y ambas pusieron rumbo a la capital. A Kety pudo entrarla interna en el colegio de huérfanos del Colegio de Médicos, el cual estaba en Madrid, y fue un alivio para ambas, pues disponían de mucho tiempo para hacer cosas. Alquilaron una casa en la Calle Menacho y llenaron los cristales, que daban para la calle,  de anuncios:” SE ALQUILAN CAMAS”. Acababan de montar uno de los pisos de huéspedes en el centro de la ciudad. Clientes no les faltaron, así que las dos señoras no paraban de faenar. 

   Kety tubo suerte. Con 18 años salió del Colegio y hizo unas oposiciones para la Seguridad Social, las aprobó y pasó a ser funcionaria de dicha Institución, ocupando el puesto de telefonista. Allí, como compañero, conoció a Miguel, un joven altísimo casi de 1.90, que contrastaba con su estatura, de apenas 1.60. Decidieron casarse y el sitio lo tenían claro. El Santuario de la Virgen de Chandavila que por entonces estaba recién inaugurado y bendecido, este fue el deseo de los novios para celebrar la ceremonia, asi´que  no se lo pensaron más. Trajeron a sus invitados al pueblo que se unieron con sus tíos y primos residentes aquí y, fue esta, la primera boda que se celebró ante la Santísima Virgen de Chandavila.  Kety, hoy vive en su piso de la calle Rafael Lucenqui,  en Badajoz, y tiene un montón de nietos, también se quedó viuda, pero sus nietos la adoran y con frecuencia la visitan. Así es la vida.




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