L A R A Y A.
Los que hemos nacido junto a la
Raya portuguesa, de la que dicen que es la frontera más antigua de Europa,
quizás hemos aprendido a convivir entre
nosotros de una forma diferente al resto de los habitantes de otros pueblos.
Yo nací en los
años cuarenta, una etapa de la historia española donde, preguntar a las
personas de más edad alguna cosa, era
casi un delito. Los mayores, muchos de ellos viejos soldados curtidos en las
trincheras de una guerra fraticida, aplicaban el dicho dirigido a los niños de, “ tu niño , ver, oir y callar”. Así pues nos enseñaron a callar en español y
a los de la campiña, en los caseríos cercanos al pueblo, en portugués.
Efectivamente, porque en el pueblo se hablaba castellano, y si alguien se le ocurría
hablar portugués lo mismo recibía la visita de algún agente llamándole la
atención. Sin embargo, aquellos paisanos
residentes en caseríos o cortijos situados en territorios cercanos a la
frontera, su forma de hablar natural, siempre fue el idioma portugués. Estamos
hablando de una población como La Codosera, la cual en estos años que menciono
tenía censados más de 4.000 habitantes, de los cuales, aproximadamente, el 50%
residía fuera del casco urbano.
Hay que tener
en cuenta que toda esta gente su forma de vivir era diferente a la de los
vecinos del pueblo. Con distancias a recorrer de hasta 7 u 8 kms, en algunos casos y careciendo de
carreteras, tenían que transitar por caminos pedregosos, atravesar por badenes cuando las aguas de los
ríos se lo permitían, y cuando no, quedaban aislados de la civilización hasta
que los temporales amainaban.
Hablar de la
Raya, de esta raya situada en el término de La Codosera, es hablar de penurias,
olvidos y abandono por parte de los gobernantes.
Puente sobre el río Gévora en el año 1955
Para tratar de
aliviar la forma de vida de los habitantes de esta zona fronteriza, en la
visita que hizo al pueblo, en el año 1791,
el enviado del Rey Carlos IV, el señor Ynguanzu, después de estudiar
detalladamente la forma de vida y el patrimonio del que disponían los
habitantes en dicha fecha, entendía que eran necesarios construir varios
puentes en los ríos, cuyas aguas discurren por el término, ya que al carecer de
los mismos en los caminos reales, se habían producido desgracias personales.
Estamos hablando del siglo XVIII, pues bien, a este señor no le hicieron caso,
y supongo que a las autoridades que vinieron por aquí posteriormente,
igual. Tuvo que pasar mucho tiempo para
remediar el mal. Hasta los últimos años setenta, los puentes no se
construyeron.
Aguas del Gevorete, afluente del Gévora
Para hacernos idea de los problemas que tuvieron sufrir los habitantes de esta parte
de tierra extremeña, os voy narrar un caso ocurrido en los años sesenta, que
incluso, por su dureza, tuvo eco en la prensa regional.
"En estos años que les cuento, automóvil
ya se había implantado en pueblos y ciudades, mayormente conducidos por
taxistas, de los que en el pueblo había unos cuantos. Manolo Rabazo era uno de
ellos, y hasta él llegó una tarde otoñal, después de comer, el ATS y comadrón,
don Mariano, para, como en tantas otras veces, lo acercaran hasta el caserío de
La Varse, distante a unos 7 kms aproximadamente
de la población, donde una señora embarazada se había puesto de parto y
requería sus servicios.
Vistas desde la Lamparona
El tiempo
estaba lluvioso y amenazaba tormenta, permitiéndoles todavía cruzar riachuelos y badenes hasta llegar al
destino sin contratiempos. Al llegar a la casa, el conductor esperó en la puerta de la casa a que el
comadrón hiciera su trabajo. Pero el tiempo pasaba, la lluvia arreciaba y el
buen hombre no salía. Manolo se desesperaba oyendo los gritos de la señora y temiendo que la
noche se les echase encima. Por fin la puerta se abrió y la voz de don
Mariano le comunicó que volvían al pueblo debido a que el parto venía en mal y
se necesitaba los servicios del médico, por lo que la señora y el marido se
venían con ellos. Como pudieron se acomodaron en los asientos y emprendieron la
marcha hasta llegar al badén por donde habrían de cruzar el río. Misión
imposible debido a que el nivel de las aguas había subido por la lluvia que no
cesaba. A pesar de ello, el conductor ante la grave situación en que se
encontraba la embarazada, arrancó el motor y se lanzó a la aventura de cruzar
las aguas, que casi cubrían las ruedas, con tan mala suerte que, en mitad de la crecida y debido al
encontronazo con una piedra, el motor se caló y no hubo forma de arrancarlo. La
situación era desesperante, mientras la noche agravaba la situación oscureciendo
el ambiente. Había que hacer algo y lo normal en estos casos era acercarse a un
cortijo cercano donde solicitar que alguien los sacara de allí con una yunta de
bueyes. Efectivamente, la yunta, una carreta y una cama salieron de la finca
camino del río. A la pobre mujer la acotaron en la cama con idea de traerla
hasta el pueblo pero, con tantos movimientos, el parto se adelantó y un hermoso
niño nacía en medio de la tormenta. Los bueyes hicieron su trabajo y la carreta los acercó hasta el pueblo y, gracias a que tenían familiares que los acogieron, allí pudieron pasar la noche la madre y el recién nacido. "
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