miércoles, 30 de enero de 2013

A la Fuente.


                            La provincia de Badajoz se encuentra entre las tierras del sur del pais conocidas dentro de la llamada " España Seca". Ello es consecuencia  un clima con temperaturas muy acusadas en verano y con inviernos irregulares en cuanto a precipitaciones.

                         Gracias a las inversiones realizadas ultimamente en construcciones de pantanos, la mayoría de los pueblos extremeños cuentan con los embalses necesarios para cubrir las necesidades de sus ciudadanos, a excepción de unos pocos, como La Codosera, que durante todo el año se surte de aguas fluviales, cuyo caudal permanece activo en cualquier estaciòn anual.  Pero estas circunstancias corresponden a la actualidad, no hace muchos años, en la mayoría de los pueblos de España, no había ni saneamiento ni agua corriente y era una practica habitual  ir a buscar  el agua a las fuentes para el consumo diario. Esta necesidad del hombre hizo que los pueblos nacieran en aquellos lugares donde el agua estaba cercana. Por este motivo, en la zona de La Codosera, el núcleo urbano se fue desarrollando alrededor de la gran fuente, lo mismo que en las viviendas y caseríos de la campiña, que se construyeron junto a las fuentes esparcidas por todo el territorio municipal. 

                        Sobre la fuente del pueblo, de la que estamos escribiendo, con motivo del asedio a que fue sometido por los portugueses en el año 1648, el doctor Aires Varela la describía "como una fuente con agua abundantísima, que fertilizaba a cantidad de huertas, las cuales eran agradecidas generosamente con sus habitantes" .
                          Por la importancia que las fuentes tuvieron en el pasado, cantidad de artistas, literatos y pintores, escribieron y pintaron hermosas doncellas portando sus cántaros camino de la fuente.
    Plaza de la Fuente, (La Codosera), , en la actualidad, con el manantial en el centro

                        Es éste un municipio rico en aguas de manantiales,  como el que fluye en la Fuente de La Rabaza, que con sus aportes, aumentan el caudal  del Gévora, el rio principal que cruza este territorio. Además de esta fuente,  hay otras muchas catalogadas, cada una con nombre propio, como la del Potril, Huerta Barroco, Fuente Arriba, La Tojera, etc.etc.,  pero hay una que destaca sobre las otras por su popularidad y situación, me refiero a la que antaño llamaron Cantarrana, apelativo que perdió hace decenas de años, pasando a ser conocida popularmente como la Fuente a secas. Tan importante llegó a ser que, que junto a é,l floreció una hermosa plaza sobre lo que tiempo atrás  había sido un llano, transformándose posteriormente en un mercado de abastecimiento muy  importante.

 Imagen de la misma fuente tal como fue antes de ser adecentada.
                           La fuente fue creciendo y junto a ella surgieron otras instalaciones  para dar mejor servicio a los vecinos. Que tengamos constancia, fue reformada en el año 1924,  siendo alcalde don Francisco Barroso Palacín  tal como consta en la placa conmemorativa que figura en los altos de la cornisa central. Unos años después, otro alcalde, don José del Solar Matador, por iniciativa suya, se plantaron los famosos y robustos árboles, llamados plátanos, que dan sombra a la plaza.


           Fuente de La Tojera, un caserío situado en la misma frontera portuguesa.
Fuente de La Rabaza, reformada recientemente.



                        Refiriéndonos a estas magníficas instalaciones, les diré que la fuente tiene tres caños o  chorros que vierten  sobre un pilón central. Junto a ella,  los árboles dieron sombra al Llano pero también raíces, obstaculizando las correnteras de aguas subterráneas que bajaban desde la Sierra. Por este motivo, cada año, los obreros levantaban el empedrado y limpiaban de residuos el subsuelo. De camino, reparaban los baches y hoyos del empedrado. Este tipo de trabajo lo solían hacer jornaleros en paro en los meses de invierno por ser una época en la cual apenas había faenas agrícolas que realizar en el campo.  Además de limpiar las conducciones del venero, los obreros a las órdenes del alcalde, reparaban el empedrado de esta plaza y de otras calles , siempre hasta donde llegase el dinero disponible. Se tenía en cuenta el remanente en caja y también el número de trabajadores que había en paro, tratando que el reparto de faenas llegase a todos por igual. Para ello, el Ayuntamiento  aplicaba la fórmula  que a cada trabajador se le contrataba  diez días al mes y así, de esta manera, serían más obreros los que recibirían la ayuda. A los diez días le llamaron décimas, y al trabajo también. De esta forma se popularizó que trabajar en las décimas era arreglar las calles.

                            Además de esta estupenda fuente, cuyas aguas brotaban a flor de tierra, en las casas con corral, lo mismo  las que había en el casco urbano como aquellas esparcidas por el campo,  solía haber un pozo con brocal, del cual, utilizando una polea, una soga y un  cubo galvanizado, extraían el agua precisa para todos aquellos menesteres que no se necesitase que fuese potable.



Una noria.

                     Aunque en aquellos años los hombres iban  a por agua a la fuente, como los panaderos que la necesitaban para amasar el pan cada día,  este trabajo en su mayoría,  lo hicieron las mujeres. Ellas fueron las encargadas de acarrearla en botijas, cantaros metálicos, cubos y botijos o porrones,  hasta que llegó el agua corriente y se instalaron los grifos en las viviendas. Era un trabajo duro, y mayor aún para aquellas jóvenes y señoras que sus casas estaban situadas en la parte mas alta del pueblo, con lo que subir las cuesta ya era realizar un esfuerzo mayor. Lo que no hay duda es que, haciendo este trabajo, aprendieron a caminar erguidas, como verdaderas modelos de pasarelas, aguantando el equilibrio de los cántaros apoyados en sus cabezas, con el único soporte de un rodete almohadillado

 Un niño bebiendo con  las manos de un manantial.

                     Complementario a la fuente, en las mismas instalaciones, situado en la parte de atrás del paredón central, había un lavadero, un gran pilón cuadrangular con lanchas inclinadas en sus rebordes, que, durante el día,  utilizaban las mujeres para frotar la ropa, y en verano, al atardecer, los muchachos para saltar de un extremo al otro del cuadrado. Solían retarse para ver quienes eran capaces de hacerlo, ya que la distancia era mucha. Enseguida se agrupaban más jóvenes entre los que no faltaban las chicas, y comenzaban los saltos. Como las piedras estaban inclinadas hacía el exterior, al poner el pie, éste rebotaba hacía atrás, y algunos que otros caían al agua.  A los que superaban la prueba les aplaudían y la otra cara de la moneda era que el que caía dentro se tenía que marchar a su casa para cambiarse de ropa.

El regato de la Fuente.



                    Con el agua sobrante de la Fuente, se formaba un regato que cruzaba algunas calles del pueblo, a veces por corrales de casas particulares y otras a cielo abierto, como en la calle Cantarranas y  Santa María para, después de llegar a la Calleja de los Nogales, comenzar a regar algunas huertas.

                    El recinto de la Fuente era el punto de encuentro de amigos, compañeras y conocidas. Entre los muros que la conforma y con el murmullo del agua de fondo, se confiaban secretos, se pedían favores y se concertaban citas para enamorados. También iban los muchachos para jugar y divertirse con el agua. Una de los entretenimientos consistía en echarse bochinches de agua los unos a los otros. Este juego tenía sus riesgos al tener que llenarse la boca de agua bebiendo desde los caños, mayormente  los pequeños, que por lo ancho del pilón, apenas, con las piernas abiertas y apoyadas, una en el caño y la otra en el bordillo, podían coger el agua con las manos y otras veces absorbiendo, por lo que, no siempre, pero a veces, se resbalaban  y terminaban con el cuerpo dentro del charco. Del susto que se llevaban, algunos iban llorando la calle abajo hasta llegar a sus casas, donde se cambiaban de ropa después de llegar pingando.
                  Además de los mencionados pilones, había otros. Uno lo utilizaban como abrevadero las vacas y el otro las caballerías. Llamaba la atención observar a los muleros encargados  de los animales, silbando  apenas comenzaban a beber, porque dicen  que el sonido del silbido los tranquilizaba y evitaban que se atorasen.

                Los pilones también tuvieron otros usos. Por la proximidad de una taberna cercana,  el dueño, cuando llegaba el verano,  introducía las cajas de cervezas para refrescarlas, y la señora Angelita la Godoa, sumergía el saco de altramuces bajo los caños, una palabra nunca aquí empleada, ya que siempre les hemos llamado chochos,  para quitarles el amargor, que se decía endulzarlos.

Aguas del río Gévora próximas al pueblo

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