Paisaje de La Codosera
Hasta
hace cuarenta años, La Codosera era un pueblo con sus calles empedradas unas y
de tierra compactada otras. Sus plazas, ejidos y callejas, eran vías necesarias
para el tránsito de personas y animales, sobre las que comenzaban a circular
los primeros automóviles. Sus vecinos presumían de una estupenda fuente, de la que se abastecían,
no solo ellos, si no el ganado vacuno y caballar de los que en aquellos años
abundaban. Pero quizás de lo que se enorgullecían las amas de casas era de
tener uno de los pueblos más blancos de Extremadura. Para lograrlo, era
frecuente que en cada casa de vecino existiera un bidón o recipiente adecuado
donde no faltaba la cal blanca ya preparada para encalar.
El
objetivo de mantener las fachadas relucientes, no solo era la meta de cualquier
mujer dueña de su casa, si no que, en determinadas fechas del año, antesala de
ferias y fiestas populares, el alcalde, mediante un pregón, se encargaba de recordárselo,
advirtiéndoles que aquellos propietarios que obviaran esta obligación, se les sancionaría.
Con
la llegada de la primavera, cuando llegaban los días soleados presagiando que
la Semana Santa estaba cercana, comenzaban a pintarse las primeras casas. Se
encalaban las paredes que daban al exterior de la vivienda, el interior, y las
zonas anexas. Eran días de mucho trabajo
y por tanto había faena para rato, después de haber pasado aquellos inviernos
fríos y lluviosos que hacían que el verdín saliese a flote en los parámetros
donde el sol no llegaba.
Este
tipo de faena, limpiar y blanquear a mano, utilizando cañas largas con un
pincel atado en un extremo para llegar a los lugares más altos, daba trabajo a
cantidad de obreros de ambos sexos. Las mujeres solían ser las que se llevaban
la palma con el pincel y los hombres transportando las piedras traídas desde la
mina de La Calera utilizando carros por el excesivo peso de los materiales. El
negocio de la cal fue otro de los que prosperaron en aquellos años, donde se colocaban
cuantos hombres lo deseaban. Solo se necesitaban ganas de trabajar, una bestia
o un carro y salir a la carretera recorriendo los pueblos cercanos, donde
seguro que, las piedras de cal, se las
compraban.
Calle Alta y Castillo
En aquellos años, La Codosera
era la capital de la cal y por tanto, un pueblo que exportaba este valioso
mineral, no podía tener una imagen de suciedad. Pero, un día llegó el fenómeno
de la emigración, y las familias dejaron sus casas, muchas heredadas desde varias generaciones atrás, y se marcharon a
otros lugares, allí donde había un trabajo bien remunerado, unas protecciones
sociales y un futuro mejor para sus hijos. Cerraron las puertas y quedaron la
vivienda vacía de muebles y de vida. Hubo calles en las cuales se marcharon
casi todos los vecinos, si no todos, algunos de sus miembros emigraron. Por
poner un ejemplo, en la calle donde yo vivía y comenzando por la parte de la
Fuente. Lo hicieron los hijos de María la Malaca, los de Leopoldo Lucio, los de
Joaquín y Dolores, los Chancayos, los de Javier, los Barberos, los Olmos, la
familia de Dolores Lucio, la de Agustín Costo, la de Angelita la Churrera y, en
la esquina, la familia de la señora Paula Barroso. Me he saltado un casa, la de
Maria Isabel Mero, y es porque, al fallecer la dueña, la vivienda se quedó
vacía.
Las familias se fueron pero quizás, a diferencia de otros lugares donde
se dieron las mismas condiciones migratorias, aquí las casas estuvieron
cerradas poco tiempo. El tiempo que tardaron los propietarios en llegar a sus
nuevos destinos, allá en las ciudades, y darse cuenta que era mejor comprarse
una vivienda que pagar un alquiler.
No hubo problemas para vender sus viejas propiedades. El progreso había
traído el automóvil y también la construcción de carreteras alquitranadas, que
los vecinos asentados en los extrarradios, recibieron con alegría. Los caseríos
comenzaron a comunicarse con el pueblo y a comprobar que vivir en la ciudad era
mejor que vivir en el campo, donde no había luz eléctrica, ni teléfono, ni
farmacia, ni casi de nada y donde los hijos de aquellos que se habían quedado
junto al terruño, podrían ir al colegio sin tener que caminar varios kilómetros
cada día. Y comenzaron las ofertas. Los que vendían, que apremiaban, y los que
compraban, que iban a banco a pedir los préstamos. Y hoy una, y mañana dos, se fueron vendiendo todas.
Los del campo se vinieron a vivir al pueblo gracias, como ya hemos
dicho, al automóvil, que en cuestión de minutos ponía a su furgoneta en su
parcela cada día, donde podía atender al campo y a los animales y regresar cada
noche a dormir con su familia. Y el pueblo fue cambiando. Se fueron los que
hablaban castellano, los que conocían a Portugal solo de oídas, muchos ni
siquiera habían ido a las fiestas de los pueblos de más allá de la Raya, y
vinieron los otros, los nuevos propietarios, los que hablaban el portugués como
primera lengua, los que tenían sus
primos y parientes de la Raya para allá, con sus costumbres y formas de vestir
de otra manera. Y mandaron a sus hijos a
la escuela, hablando portugués hasta la misma puerta de las aulas, donde los
profesores le exigieron que dejaran de hacerlo, que aquí se hablaba de otra
manera y comenzó el mestizaje, de ideas y de gustos.
Y las calles del pueblo
comenzaron a cambiar. Muchas fachadas dejaron de ser blancas y aparecieron
sobre ellas los ocres, los azules cobalto, los rojos.., mientras que el blanco
se iba perdiendo. Y se perdieron también los empedrados de las calzadas para
dejar paso al cemento, dicen que para que a los coches no les fallaran los amortiguadores. Y, hoy
una, y otra y otra, el cemento llegó a calles y plazas mientras que las piedras
traídas de los ríos y colocadas cuidadosamente en el firme por los maestros
expertos, dejaron de brillar cuando la lluvia lavaba su superficie. En las
calles los charcos desaparecieron porque el cemento y el alquitrán se lo
impedía y los niños dejaron de caminar con zancos y jugar a la picota porque ya
no había tierra ni barrizales donde hacerlo y dejaron de salir solos a la
calle, a unas calles que ya no eran todas blancas, eran y son de otros colores.
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