Hoy les voy a hablar de la
importancia que tuvo el doblao en los pueblos de la Raya como espacio
indispensable en la economía de cualquier familia de clase media e incluso
obrera.
Ya, en la época de los romanos, cuando nuestra región era parte íntegra
de su vasto imperio, en el mundo rural, los agricultores construyeron trojes dentro
de las viviendas, especie de compartimentos en el suelo para almacenar el
grano. Con el tiempo y a medida que aumentó el consumo, necesitaron grandes
espacios para guardar sus reservas, habilitando como almacén la planta alta de
la vivienda a la que, aquí, llamamos doblao.
Los doblaos tenían las mismas
dimensiones que la planta baja y contaban con ventanas y balcones que daban al
exterior. Los techos interiormente, se dejaban sin recubrir, quedándolos lo que
se llama cubiertas a teja vana. Se
utilizaban tejas curvas, del tipo árabe
que, para sujetarlas, empleaban tablas de madera separadas unas de otras, lo
imprescindible para que no se cayeran. De esta manera, como eran de fácil
colocación, permitían al dueño, en caso de roturas, subirse al tejado y reemplazarlas con facilidad. A este tipo de
trabajo se le llamaba correr el tejado,
porque no solamente se rompían las tejas, si no que muchas de ellas se movían
de lugar ocasionado filtraciones, bien por efectos del aire huracanado o cuando
los gatos correteaban por encima. Hasta que desaparecían las goteras, era frecuente ver cubos
y otros recipientes, colocados
debajo para recoger las aguas. Hasta la
llegada de la teja fabricada en grandes cantidades, en el pueblo hubo dos
tejares, uno en el Potril y otro en el Marco, que abastecieron el consumo
local.
Además
del grano, también se guardaban, hasta iniciar los trabajos de la próxima cosecha,
los aperos de labranza y, en algún rincón donde no estorbasen, baúles, unas veces nuevos y
otras viejos y deslucidos, pero con historia,
por lo mucho que habían viajado. El baúl fue un mueble muy importante en el
hogar, imprescindible cuando se iniciaban las compras a la niña, para guardar
dentro todo aquello que un día cuando fuese mayor sería su ajuar de novia. Los baúles, a los que también
se les llamaban arcas, solían tener tapa
convexa. Los había de distintos modelos y para todos los gustos. Normalmente
iban cubiertos de piel, de tela o de cualquier otro material elástico y
resistente. Por dentro, iban forrados de
tafetán o de papel para evitar la humedad en las prendas del ajuar. Un dicho
muy del pueblo se refiere a la mujer cuando salía a la calle muy bien vestida y
como admiración se le decía que “llevaba
encima el baúl y la tapadera”.
El
armario y las maletas jubilaron a los baúles. Hubo quienes los tiraron,
mientras que otros los llevaron al desván, al viejo doblao, donde seguramente algunos
continúan. Por Carnaval, levantaban la tapa, y de él sacaban la ropa pasada de
moda con la que se disfrazaban. Además de trajes antiguos, dentro de los baúles
había recuerdos de otras épocas. Era el lugar donde, atadas con cuerda fina,
permanecía dormida la correspondencia junto a fotografías de familiares y
amigos casi olvidados.
Los productos derivados del cerdo colgados en el caniso, mientras el fuego seca la humedad de la estancia hasta el proceso final de curación de las carnes.
Los
doblaos también jugaron un papel muy importante como lugar donde curar y guardar
los productos de la matanza. Este tipo de construcción, al carecer de material
aislante bajo su cubierta, era el lugar primordial para guardar las carnes en
salazón y los embutidos. El frío intenso de los meses de invierno se filtraba
fácilmente a través de las tejas imprescindibles para curar los embutidos, los
cuales permanecían colgados de los canisos,
especie de cuadrado construido con varas finas. A su vez, el caniso permanecía
en aire colgado por los extremos y sujeto con grandes alcayatas clavadas en las
vigas que sujetaban la techumbre. Era imprescindible que debajo de éste y en el
suelo, hubiese una piedra de granito donde hacer lumbre. Uno de los visitantes
necesarios que solía haber en el desván era el gato de la casa para espantar a
los ratones que merodeaban por allí. Para evitarlos, los canisos se sujetaban de las alcayatas del techo con alambres
gruesas, y a mitad de las mismas se colocaban barreras de paso, consistentes en
discos metálicos para que no pudieran deslizarse. Un utensilio necesario en la
curación de la chacina, era la horquilla con palo largo, con la cual se alcanzaban
los colgaderos y se bajaban.
Nuevas construcciones en La Codosera
Por
ser la estancia de la casa más solitaria, a muchos niños, sus madres los
dejaban subir la escalera y llegar a la planta de arriba, donde jugaban sin
molestar a nadie. Jugaban los niños y correteaban los gatos, de los que en cada
casa de vecino había unos cuantos para espantar a los ratones. En épocas de
celos, los gatos tenían sus escarceos amorosos y la hembra allí paría sus
gatitos que cuando crecían, un día
bajaba por la escalera, seguida de su prole,
para presentárselos a los dueños de la casa.
Cacharros viejos
Cuando
llegó el progreso y el país se modernizó, el doblao desapareció. Los propietarios se encontraron con
una infraestructura que les vino muy bien para agrandar su vivienda con
habitaciones más confortables de acuerdo con el confort que los tiempos
modernos trajeron al país. En algunos casos, en el doblao se construyó una
segunda vivienda que les vino muy bien a los padres para que la habitaran sus
hijos al casarse.
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