lunes, 18 de febrero de 2013

EL DOBLAO


                                         Caballos en La Codosera


       Hoy les voy a hablar de la importancia que tuvo el doblao en los pueblos de la Raya como espacio indispensable en la economía de cualquier familia de clase media e incluso obrera.


        
Tierras de labor en la zona de la Raya

          Ya, en la época de los romanos, cuando nuestra región era parte íntegra de su vasto imperio, en el mundo rural, los agricultores construyeron trojes dentro de las viviendas, especie de compartimentos en el suelo para almacenar el grano. Con el tiempo y a medida que aumentó el consumo, necesitaron grandes espacios para guardar sus reservas, habilitando como almacén la planta alta de la vivienda a la que, aquí, llamamos  doblao.

        Labradores de la Raya. La familia Perera       

          Los doblaos tenían las mismas dimensiones que la planta baja y contaban con ventanas y balcones que daban al exterior. Los techos interiormente, se dejaban sin recubrir, quedándolos lo que se llama cubiertas a teja vana. Se utilizaban tejas curvas, del tipo  árabe que, para sujetarlas, empleaban tablas de madera separadas unas de otras, lo imprescindible para que no se cayeran. De esta manera, como eran de fácil colocación, permitían al dueño, en caso de roturas, subirse al tejado y  reemplazarlas con facilidad. A este tipo de trabajo se le llamaba correr el tejado, porque no solamente se rompían las tejas, si no que muchas de ellas se movían de lugar ocasionado filtraciones, bien por efectos del aire huracanado o cuando los gatos correteaban por encima. Hasta que desaparecían  las goteras, era frecuente ver  cubos  y otros recipientes,  colocados debajo para recoger las aguas.  Hasta la llegada de la teja fabricada en grandes cantidades, en el pueblo hubo dos tejares, uno en el Potril y otro en el Marco, que abastecieron el consumo local.

 Cuadrilla de segadores del pueblo

                 Además del grano, también se guardaban, hasta iniciar los trabajos de la próxima cosecha, los aperos de labranza y, en algún rincón donde no estorbasen,  baúles,  unas veces nuevos  y otras  viejos y deslucidos, pero con historia, por lo mucho que habían viajado. El baúl fue un mueble muy importante en el hogar, imprescindible cuando se iniciaban las compras a la niña, para guardar dentro todo aquello que un día cuando fuese mayor sería su  ajuar de novia. Los baúles, a los que también se les llamaban arcas,  solían tener tapa convexa. Los había de distintos modelos y para todos los gustos. Normalmente iban cubiertos de piel, de tela o de cualquier otro material elástico y resistente.  Por dentro, iban forrados de tafetán o de papel para evitar la humedad en las prendas del ajuar. Un dicho muy del pueblo se refiere a la mujer cuando salía a la calle muy bien vestida y como admiración se le decía que “llevaba encima el baúl y la tapadera”.


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               El armario y las maletas jubilaron a los baúles. Hubo quienes los tiraron, mientras que otros los llevaron al desván, al viejo doblao, donde seguramente algunos continúan. Por Carnaval, levantaban la tapa, y de él sacaban la ropa pasada de moda con la que se disfrazaban. Además de trajes antiguos, dentro de los baúles había recuerdos de otras épocas. Era el lugar donde, atadas con cuerda fina, permanecía dormida la correspondencia junto a fotografías de familiares y amigos casi olvidados.



Los productos derivados del cerdo colgados en el caniso, mientras el fuego seca la humedad de la estancia hasta el proceso final de curación de las carnes.


                   Los doblaos también jugaron un papel muy importante como lugar donde curar y guardar los productos de la matanza. Este tipo de construcción, al carecer de material aislante bajo su cubierta, era el lugar primordial para guardar las carnes en salazón y los embutidos. El frío intenso de los meses de invierno se filtraba fácilmente a través de las tejas imprescindibles para curar los embutidos, los cuales permanecían colgados de los canisos, especie de cuadrado construido con varas finas. A su vez, el caniso permanecía en aire colgado por los extremos y sujeto con grandes alcayatas clavadas en las vigas que sujetaban la techumbre. Era imprescindible que debajo de éste y en el suelo, hubiese una piedra de granito donde hacer lumbre. Uno de los visitantes necesarios que solía haber en el desván era el gato de la casa para espantar a los ratones que merodeaban por allí. Para evitarlos, los canisos se sujetaban de las alcayatas del techo con alambres gruesas, y a mitad de las mismas se colocaban barreras de paso, consistentes en discos metálicos para que no pudieran deslizarse. Un utensilio necesario en la curación de la chacina, era la horquilla con palo largo, con la cual se alcanzaban los colgaderos y se bajaban.  



Nuevas construcciones en La Codosera

               Por ser la estancia de la casa más solitaria, a muchos niños, sus madres los dejaban subir la escalera y llegar a la planta de arriba, donde jugaban sin molestar a nadie. Jugaban los niños y correteaban los gatos, de los que en cada casa de vecino había unos cuantos para espantar a los ratones. En épocas de celos, los gatos tenían sus escarceos amorosos y la hembra allí paría sus gatitos que  cuando crecían, un día bajaba por la escalera, seguida de su prole,  para presentárselos a los dueños de la casa.

Cacharros viejos

            Cuando llegó el progreso y el país se modernizó, el doblao desapareció. Los propietarios se encontraron con una infraestructura que les vino muy bien para agrandar su vivienda con habitaciones más confortables de acuerdo con el confort que los tiempos modernos trajeron al país. En algunos casos, en el doblao se construyó una segunda vivienda que les vino muy bien a los padres para que la habitaran sus hijos al casarse.


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